27 febrero 2021

El ajedrez, una metáfora del mundo * (2)

  * Tomado de Babelia, la revista de El País de España.

     Escrito por Guillermo Altares, con mi edición.

Esta concentración histórica puede contemplarse en uno de los más bellos juegos de piezas del mundo: el ajedrez de la isla de Lewis (Escocia). Se trata de 88 piezas, repartidas entre el Museo Británico de Londres, que alberga la mayoría, y el Museo de Edimburgo. De una belleza insólita, se trata de pequeñas esculturas que parecen sacadas de un capitel románico y que representan, en toda su complejidad, la sociedad feudal. Su origen es desconocido, seguramente escandinavo, y están datadas en el siglo XII.

 

El Museo Británico explica así la historia de este juego: “Las piezas de ajedrez forman parte de un tesoro que fue encontrado en una duna de la bahía de Uig, en la isla de Lewis, en Escocia. Se cree que podrían haber pertenecido a un comerciante que viajaba de Noruega a Irlanda para venderlas, en algún momento entre 1150 y 1200. Sin embargo, nadie puede estar seguro de cuándo o por qué fueron depositadas. Lo único que es seguro es que fueron encontrados algún momento antes del 11 de abril de 1831, cuando fueron exhibidas en Edimburgo en la Sociedad de Anticuarios de Escocia”.

 

El material con el que están hechas esconde uno de los grandes misterios de la Edad Media: se trata de marfil de morsa. En las tierras heladas de Groenlandia se estableció una colonia vikinga en la Edad Media, que logró sobrevivir en las condiciones más duras dedicándose, entre otros negocios, a la caza de morsas para vender su marfil por toda Europa, un material muy codiciado. Sin embargo, cuando se descubrieron otras fuentes de marfil, los colmillos de morsa fueron desapareciendo del mercado. Y los vikingos de Groenlandia fueron poco a poco olvidados. Cuando varios siglos más tarde llegaron unos colonos protestantes a evangelizar la isla se dieron cuenta de que la colonia nórdica se había esfumado sin que nadie se diese cuenta de que ya no estaban ahí. Aparte de atraer a miles de visitantes a la sala del British donde se alberga, el ajedrez de Lewis juega un papel importante en la versión cinematográfica de Harry Potter y la piedra filosofal.

 

Pastoureau acaba su ensayo citando una serie de obras literarias que se inspiran en el ajedrez: El Jugador de ajedrez de Maelzel, de Edgar Alan Poe; Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carol; La defensa, de Vladímir Nabokov (en España existe una versión del gran escritor mexicano Sergio Pitol); La novela del ajedrez, de Stefan Zweig; o Murphy, de Samuel Beckett. La lista es casi interminable. El gran crítico literario George Steiner publicó un ensayo titulado Campos de fuerza sobre la partida entre Fischer y Spasski en Reykjavik en 1972, tal vez el combate de ajedrez más famoso de la historia (junto al de Kaspárov y Kárpov de 1985).

 

El escritor español Vicente Valero, gran aficionado al ajedrez, publicó en 2018 Duelo de alfiles, que recoge cuatro relatos que mezclan la literatura, la historia, el juego y la propia biografía del autor. Escritos con un estilo cautivador, el lector se queda flotando sobre las piezas mucho tiempo después de cerrar el libro. “Una partida de ajedrez no es una metáfora del mundo, pero sí puede llegar a serlo de las pasiones que lo mueven, de las tensiones infinitas de su organización social”, escribe el narrador y poeta ibicenco. Los últimos, por ahora, en sumarse a esta lista han sido los periodistas Paco Cerdá con El peón, en el que cuenta la historia del ajedrecista español Arturo Pomar, el Bobby Fisher de la España de Franco, y Jorge Benítez Montañez con el libro Nieve negra, cuyo subtítulo lo dice todo: “Dioses, héroes y bastardos del ajedrez”.

 

El ajedrez también ha sido el tema de decenas de películas. La más conocida es El séptimo sello, de Ingmar Bergman, un clásico del cine europeo adorado por Woody Allen. Ninguna resulta tan pertinente ahora mismo como esa humilde obra maestra titulada En busca de Bobby Fisher, desgraciadamente ausente de las principales plataformas en la actualidad. Dirigida en 1993 por Steven Zaillian, guionista de películas como La lista de Schindler, relata la historia de un niño prodigio del ajedrez, Joshua Waitzkin, cuyo objetivo no es ganar, sino solo jugar y disfrutar con el juego. El interés del niño por el juego arranca cuando encuentra una pieza negra en un parque de Nueva York, un caballo que es una reproducción del ajedrez de Lewis. Y Bruce Pandolfini, un reconocido profesor de ajedrez que en la película interpreta Ben Kingsley, que fue asesor de ajedrez de la serie Gambito de dama: él se ocupó de que las partidas más importantes fuesen no solo creíbles, sino también reales.

 

En estos tiempos en los que un presidente derrotado se niega a reconocer que ha perdido, resulta más pertinente que nunca la lección de aquel niño, que no cree que el mundo se divida en ganadores y perdedores. “El ajedrez no está hecho para jugar”, escribe Pastoureau. “Está hecho para soñar. Soñar con el movimiento de las piezas y con la estructura del tablero. Rezar por el orden del mundo y por el destino de la humanidad”.


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