12 febrero 2021

Posible y, además, probable...

Cómo debe decirse: ¿probable pero imposible o posible pero improbable? A ver... hace pocas semanas, como si no fuera suficiente con lo que está ocurriendo, despegó del aeropuerto de la capital de Indonesia un B-737; al llegar a 10.000 pies, desapareció de los radares y se precipitó al océano. Pocos días más tarde, las investigaciones preliminares han empezado a determinar que el desastre pudo haberse atribuido a un acelerador automático (autothrottle) defectuoso, que hizo que se pierda de golpe el control de la aeronave. Al poco tiempo, alguien interesado en estos temas llamó a preguntarme si conocía algo de la tragedia y, sobre todo, si lo que había sucedido “era posible, si realmente era probable”.

 

Intuyo, para empezar, que primero debemos tener claro qué entendemos por posible y qué por probable. A menudo todos cometemos el error de considerar ambos términos como equivalentes; esto se debe a que esta costumbre es inofensiva en el trato coloquial, pero en el plano científico o filosófico es inaceptable. En resumen, una de las dos primeras preguntas de mi inicial indagación pudiera estar mal planteada, por un sentido de lógica elemental, y es que para que algo sea probable primero tiene que ser posible. Si algo no es posible que ocurra (que caigan sapos del cielo, por ejemplo), simplemente no puede ser probable.

 

Me explico: algo es o no es posible, no puede ser “un poquito” posible, al igual que una persona no puede estar solo un poco muerta, o solo un poco embarazada... En cambio, la probabilidad puede graduarse, es cuantificable. Sería, por lo mismo, incorrecta la expresión de que algo sea poco o muy posible, porque lo es o no lo es; deberíamos decir que algo es poco o muy probable. Lo cual, en suma, solo quiere decir “que hay buenas razones para pensar que algo pudo haber sucedido”. Es clásico el ejemplo de la maceta que podría caer del cielo y golpearnos en la cabeza. ¿Es posible que nos caiga?, sí. ¿Es probable?, "en la práctica", no.

 

Volvamos al accidente. Me han preguntado qué pudo haber pasado; y, ante la probabilidad de que hubiera fallado el “autothrottle”, si eso era posible. Y de si, por motivo de ese desperfecto, pudo haberse caído el avión… Primero, hablemos de lo sucedido, o de lo que sabemos... El 9 de enero de 2021, un Boeing 737 de la empresa Sriwijaya Air, vuelo SJ-182 con 62 personas a bordo, despegó del Aeropuerto Sukarno Hatta, de Yacarta, hacia Pontianak, Indonesia. Cinco minutos después del despegue, mientras volaba sobre el mar de Java, la aeronave perdió altitud y cayó 10.000 pies en menos de un minuto. La tripulación no declaró una emergencia y tampoco informó de ningún problema antes de que el Boeing desapareciera de los radares. Los hallazgos iniciales sugirieron que un “autothrottle” defectuoso podría haber influido en la pérdida de control de la aeronave siniestrada.

 

Como se sabe, los pilotos tenemos un cierto recelo al hablar de los accidentes de nuestros colegas, preferimos no hablar de lo que a nosotros también nos pudiera ocurrir. Tampoco estamos seguros de que, en caso de estar expuestos a similares circunstancias, haríamos algo diferente o tomaríamos otro curso de acción. Pero la pura verdad -la verdad de la milanesa- es que, como cualquiera lo haría, conversamos entre nosotros, intercambiamos opiniones, especulamos respecto a lo que pudo haber pasado; es más: nos animamos a considerar qué pudieron haber hecho mal nuestros colegas; o qué cursos de acción o alternativas pudieron haberse tomado si lo que se sospecha pudo haber ocurrido.

 

Decir que no lo hacemos sería una hipocresía. Sería reconocer que los accidentes suceden en aviación y no queremos aprender la lección, porque tenemos el escrúpulo de no hablar de los errores o reacciones ajenas. Sí, reacciones, porque muchas situaciones en aviación suceden en forma imprevista, de golpe, zas! Por lo mismo, en ocasiones nos preguntamos: ¿Qué se pudo haber hecho en condiciones ideales?, aunque de antemano sepamos que aquello de las “condiciones ideales” raramente existe. Además, ¿qué nos asegura que no lo hicieron?, ¿qué pudo haber ocurrido si lo hicieron y no tuvieron el resultado esperado? Así, y con el propósito de aprender de los errores y desgracias de los otros, nos animamos a preguntar: ¿qué más pudieron, qué más debieron hacer?

 

Podemos concluir que todo sucedió en forma repentina. Lo qué pasó no les dio tiempo para reaccionar. El súbito cambio de potencia, produjo muy probablemente una violenta reacción imprevista, tan súbita y brusca que quizá pensaron que se debía a un problema de controles de vuelo y no a una falla del sistema del acelerador del motor. Esto, si es que cayeron en cuenta que efectivamente se trataba del motor que se había acelerado (o desacelerado) por su cuenta (dependiendo, además, de si estaban en ascenso o nivelados transitoriamente a 10.000 pies); tal vez desconectaron el acelerador automático y trataron de controlarlo manualmente. Quizá esto no surtió efecto… y entonces decidieron apagar el motor.

 

Al hacerlo, es probable que el motor no se hubiera podido apagar; en cuyo caso, solo les quedaba una alternativa, si tuvieron tiempo para pensar: utilizar el sistema “contrafuego” del motor, lo cual les permitía cortar todo tipo de alimentación hacia el mismo, acción que anula los demás controles y apaga la turbina automáticamente. En fin... lo importante es que una cosa es verlo con el beneficio de la perspectiva del tiempo, que permite analizar lo que “pudo haberse hecho”, sin estar sujeto al factor de lo inesperado; y, además, con la tranquilidad para actuar en forma adecuada, serena y oportuna... Claro que aquello de que suceda el desperfecto era “posible”; y si era posible, también era probable. Pudo haberle ocurrido a cualquiera. Y aun... ¡volando en cualquier avión!


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