26 febrero 2021

El ajedrez, una metáfora del mundo * (1)

   * Tomado de Babelia, la revista de El País de España.

     Escrito por Guillermo Altares, con mi edición.

 

Todos los juegos de mesa, empezando por el Monopolio o el Risk, se alzan como metáforas de la realidad y de las sociedades que los crean. Pero ninguno tiene un poder evocador similar al del ajedrez. La mayoría de los historiadores coinciden en que nació en la antigüedad tardía en la India y llegó a Europa en la Edad Media a través de los árabes.

 

Sin embargo, circulan leyendas que le atribuyen un origen muy anterior, según las cuales su inventor fue Palamedes, un personaje mítico heleno, aficionado a los juegos, que creó el ajedrez y los dados durante el interminable sitio de Troya para entretener a las tropas. El gran medievalista francés Michel Pastoureau, experto en la historia de los colores, los animales y los símbolos, dedica un maravilloso capítulo al origen del ajedrez en su libro “Una historia simbólica de la Edad Media occidental” (Katz), donde habla de aquel guerrero de la Iliada que inventó el juego. La fama del ingenio de Palamedes fue tan grande que su nombre fue adoptado también por un caballero de la Mesa Redonda.

 

Desde aquellas historias de héroes homéricos y caballeros medievales, el ajedrez no ha dejado de tener una constante presencia en nuestro mundo cultural. Incluso para aquellos que apenas saben mover las piezas, este juego despierta interés porque relata historias y mueve pulsiones que van mucho más allá del tablero, además de ser un arte para aquellos que logran entender lo que ocurre en el tablero. La serie de Netflix Gambito de dama -basada en una novela del mismo título de Walter Tevis- uno de los estrenos de la temporada que más repercusión ha conseguido, es el último ejemplo de una larga tradición que convierte al ajedrez en un género literario y cinematográfico.

 

Su poder metafórico queda además reflejado en los mismos orígenes del juego, donde también se mezclan la ficción y la realidad. El historiador francés explica que el texto occidental más antiguo que cita el ajedrez, es una acta catalana de 1008, en la que el conde de Urgel, Armengold I, lega las piezas que posee a la Iglesia de Saint Gilles. El gran sabio español del ajedrez, Leontxo García, crítico del juego para este diario, relató en un artículo que las piezas de ajedrez más antiguas de Europa se encuentran en León. No es ninguna casualidad que la referencia más remota y el juego más lejano surgiesen de la península Ibérica en el momento de la presencia árabe.

 

“Las cuatro piezas de San Genadio, escondidas en la comarca de El Bierzo, son probablemente las más antiguas de Europa. Todo indica que anacoretas mozárabes las llevaron de Al Ándalus a León a principios del siglo IX. Ello demuestra que los musulmanes trajeron el ajedrez desde el principio de su invasión de la península Ibérica, en el siglo VIII. Y refuerza la evidencia de que España es fundamental para la historia de ese juego milenario”, escribe Leontxo García, autor del libro Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas (Crítica) y de miles de crónicas que, como ocurría con Joaquín Vidal y los toros, tienen muchos seguidores no solo entre los aficionados, sino también entre aquellos a los que no les interesa especialmente el juego.

 

Este evocador ensayo de Pastoureau relata cómo el ajedrez se fue adaptando a la sociedad a la que llegó: por ejemplo, en el Medievo los colores opuestos eran el rojo y el blanco, solo mucho después emergieron el blanco y negro como colores antagónicos. El gran desafío de la importación del ajedrez, explica el historiador, lo representaban las piezas, porque debían adaptarse al sistema feudal. A este respecto “Solamente el rey (el shah en persa, palabra de la que deriva el mismo nombre del juego: scaccarius en latín, eschec en francés antiguo, schach en alemán, escacs en catalán), el caballero y el peón no presentaban demasiados problemas. Con el principal consejero del rey, el visir, no ocurre lo mismo: los europeos lo conservaron al principio, pero progresivamente se fue transformando en la reina, un proceso que acabó en el siglo XIII”.

 

Más interesante todavía es la historia del elefante, la pieza original persa que simbolizaba el poder del ejército. Aunque conservaron la pieza, los árabes transformaron su aspecto porque el islam prohíbe la representación figurada de seres vivos. Así se fue estilizando y se convirtió en un rectángulo del que salían dos protuberancias, recuerdo de las defensas del paquidermo. Cuando llegó a Europa, esta pieza provocó un cierto desconcierto porque era difícilmente comprensible y vivió dos transformaciones principales: en algunos países como España se adoptó el nombre árabe de elefante, al fil, y en otros, sobre todo en el mundo anglosajón, se reencarnó en uno de los grandes poderes de la sociedad medieval, el obispo (como se llama en inglés al alfil, bishop).


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