27 marzo 2021

Santiago, ¡y cierra España!

Haciendo memoria, debo haber vivido en La Floresta tres o cuatro años. Era este un barrio tranquilo que, quizá como El Batán, se había convertido en una prolongación de otro sector de la ciudad que se había desarrollado por iniciativa del Seguro Social y que se lo ha mal llamado como Mariscal, que es en realidad una contracción de su nombre: Ciudadela Mariscal Sucre. Si la tranquilidad de sus calles era uno de sus principales atractivos, la gran ventaja de La Floresta era que, a pesar de ser un barrio recoleto, quedaba cerca de cualquier lugar de la urbe; nada quedaba lejos, era un sector conveniente, hacía fácil llegar pronto a cualquier parte.

Ahí viví desde mi último año de colegio, desde cuando tuve diecisiete años. Por un motivo que alguna vez me explicaron, y que hoy no me viene al recuerdo, alguien había propuesto que se usaran nombres de ciudades españolas para la nomenclatura de sus diferentes calles. Algunas fueron bautizados con el nombre de lugares pertenecientes a Galicia (Coruña, Lugo, Pontevedra), la misma tierra gallega que supuestamente guarda los restos del patrón de España: Santiago de Zebedeo, conocido como Santiago el Mayor o Santiago Apóstol (hubo también otro Santiago, un hijo de Cleofás, este era pariente del Señor, y lo llamaban como Santiago el Menor).

Galicia queda al nor-occidente de España, justo al norte de otra tierra que habla una lengua parecida: Portugal. Pudiera decirse que el Gallego es un idioma intermedio entre el portugués y el castellano. No es infrecuente escuchar bromas relacionadas con la supuesta ingenuidad de los gallegos; la verdad es que es gente laboriosa, imaginativa, celosa de su heredad y nada incauta. El nombre de Galicia se debe a sus ancestros celtas (o kélticos); de hecho, este nombre no es sino una evolución, o si se prefiere una deformación, de la toponimia que encontraron los romanos, que era utilizada por los habitantes de este rincón de Europa, que entonces se creía que marcaba el fin del mundo: no olvidar que ese “Finisterre” se encuentra en la parte más occidental de Galicia.

Fue en La Floresta, justamente, que conocí a un grupo de vecinos (los mismos que, sumados a mi hermano Adrián, formaban una media docena); todos se dejaron seducir por los aeronáuticos cantos de sirena. Quizá veían llegar de viaje todos los viernes a un joven aviador que anunciaba su llegada a Quito con un inesperado rasante sobre el barrio. Era tal vez que me vieron tan joven, y ya dueño de un atractivo oficio, que decidieron también probar fortuna con los “aparatos voladores más pesados que el aire”. Uno era Adrián, dos se llamaban Edgar (conocimos al uno como Cucho y al otro lo apodábamos de Flaco), otro se llamaba Luis, a un quinto reconocíamos en forma indistinta como César o Pacho, y había un sexto a quien llamábamos Santiago.

En los textos neo-apostólicos (Mateo 10, 2-4 y Lucas 6, 14-16), cuando se habla de los discípulos de Jesús, se menciona que entre los doce escogidos había tres parejas de hermanos: Simón (Pedro) y Andrés; Santiago el Mayor y Juan (ambos, hijos de “Boanerges”, un individuo de gesto irascible y talante avinagrado, por ello los apodaron como “hijos del trueno”); y, Santiago el Menor y (Judas) Tadeo. Estos dos últimos eran hermanos entre sí y parientes de Jesús; además, se comenta que había un cierto parecido entre ellos. Aquí es importante hacer una necesaria aclaración, porque la Biblia usa a veces en forma equívoca el término “hermano”: ora como pariente y ora como hermano de sangre. A estos Santiago se los conocía con el nombre hebreo de Jacob (James en inglés); por ello, pasado el tiempo, ya convertidos en santos, se transliteró su nombre: de Saint Iacob (o Jacob) a San Thiago o San Diego. De ahí, el nombre devendría en Santiago… Por ello, sería incorrecto decir San Santiago.

Ahora bien: nos cuenta la tradición, o las creencias (¿leyendas?) que, acordada la inicial evangelización, luego de Pentecostés, a Santiago  le habría correspondido viajar a Hispania (la actual Península Ibérica). Regresó a Judea al final de su vida, por una milagrosa invitación de la Virgen María que lo habría visitado en Cesaragusta (la actual Zaragoza); pero fue decapitado durante el reino de Herodes Agripa. Asimismo, sus restos habrían sido trasladados a Galicia y el apóstol estaría enterrado en el santuario de Compostela (que es probable que quiera decir ‘Campo de estrellas’, en razón de los fuegos fatuos que habrían anunciado la existencia de los restos en un cementerio de la Coruña). Esta historia, sin embargo, no ha sido respaldada, pues la evangelización ocurrió muchos siglos más tarde.

La devoción a Santiago fue determinante durante los tiempos de la Reconquista; Santiago Matamoros fue un referente emblemático en las luchas contra los musulmanes. Al grito de: ¡Santiago, y cierra España!, se produjeron los principales triunfos logrados por la cristiandad en esas memorables batallas. Aquello de “cierra”, era una especie de grito de guerra, una suerte de arenga en el campo de batalla; viene del verbo “cerrar” que en la milicia quiere decir “cerrar filas”, pero sobre todo:  acortar la distancia con el adversario, “embestir o acometer, trabar batalla”.


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