07 mayo 2021

El “Raffles” que yo conocí

Sir Thomas Stamford Raffles no había cumplido todavía treinta y ocho años cuando puso, por primera vez, sus pies en la ribera de aquella isla donde fundó, al más puro estilo británico, la actual ciudad-estado de Singapur. Lejos estaba Raffles de imaginar, que aquella pequeña y desordenada aldea de pescadores, habría de convertirse un día en la bullente y promisoria metrópolis en que llegaría a convertirse la indescifrable “Ciudad del León”; más lejos, todavía, de prefigurar que solo siete años más tarde, en el preciso día de su cuarenta y cinco cumpleaños, fallecería en un hospital de su país de origen, afectado por un derrame cerebral.

Raffles no fue un gobernador permanente en ese enclave ubicado al sur de la actual Malasia, su mayor estadía no pasó de unos pocos meses; pero se preocupó de establecer dos aspectos: la creación de un sistema político y social ordenado, y estructurar un marco respetuoso de convivencia entre las diferentes comunidades que habitaban en el que se convertiría en verdadero epítome de la beneficiosa presencia inglesa en el sudeste asiático. No cabe duda de los valores y principios que animaron al esforzado funcionario; él, cual visionario estadista, se preocupó de sentar los cimientos para la posterior presencia británica en los Asentamientos de los Estrechos (Straits Settlements). Por ello, y en señal de rendido reconocimiento, tanto su nombre como su apellido son recordados en los más variados lugares que hoy se encuentran en la isla.

Y “Raffles” se llama justamente el más icónico como famoso hotel que el visitante pueda encontrar en la renombrada urbe. De estilo colonial, e impregnado de un diseño adecuado para el clima y las características del trópico, el “Raffles” se ha convertido en uno de los más exclusivos y lujosos hoteles del mundo; allí se han alojado, por ya más de ciento treinta años, las más conspicuas personalidades; allí vivió, por largas temporadas, ese formidable dramaturgo, novelista y “contador de cuentos” que fuera Somerset Maugham, el mismo que se inspiró en la variedad de razas, en la exuberante vegetación y en la canícula, o en la imperfecta realidad de la condición humana para plasmar su experiencia en sus siempre aclamadas historias.

Ahí, en el “Long Bar”, en una esquina del concurrido lugar, un creativo “bar tender” local inventó el mundialmente reputado “Singapore Sling”, un cóctel de color carmesí que quien lo ha probado siempre quiere ordenar uno más… Ahí, en ese bar que debería ser el emblema del orden y la discreción que imperan en la isla, los huéspedes son atendidos con una porción de maníes sin pelar, cuyas cortezas están autorizados a desechar en el piso mismo del bullicioso y acogedor local. En el lugar, una banda filipina alegra el ambiente todas las noches, tentando a los clientes a abandonar su pudoroso recato, para animarse a ser los primeros en dar rienda suelta al antojo de bailar, atendiendo al oscuro frenesí que provocan aquellos musicales “impromptus”.

Ahí mismo, cuántas veces no cedí al arrebato de mi propia desinhibición y me “lancé al ruedo” para bailar en solitario, para medrar unos esquivos como ocasionales aplausos que provocaron el tímido pero comprensivo reproche de mi avergonzada consorte… Sí, la huella de Sir Stamford asoma por doquier en la diminuta nación asiática. Para el ojo escrutador y avisado, dos idénticas estatus perpetúan la memoria del legendario gobernador: la una, hecha de bronce oscuro, está ubicada en medio del sector gubernamental, en el área conocida como “Padang”; la otra está construida en mármol de impoluto color blanco, la han colocado cerca de la ribera de la bahía, en un sitio que rememora el lugar donde Raffles puso pié por primera vez en la que con el tiempo se convertiría en la asombrosa y atractiva ciudad que un día me acogió.

He pensado de pronto en el hotel al que me refiero en esta entrada, a propósito de mi última visita a Guayaquil; allí, junto a la ribera del Daule y en medio de esa estrecha península que ahora llaman Samborondón, existe un “boutique hotel” primoroso e inesperado, lo llaman “Hotel del Parque”. Está construido utilizando la fachada de una edificación centenaria y recuerda a su nunca bien ponderada contraparte de Singapur. Como hombre afortunado, que inmerecidamente soy, tuve la suerte –acompañado de mi cónyuge sobreviviente– de recibir una invitación para hospedarme en ese magnífico y mejor diseñado lugar de alojamiento. Es, me honra reconocerlo, no solo uno de los más acogedores hoteles que uno pueda imaginar, sino además, un motivo de sano orgullo, no solo para los industriosos porteños, sino para el esfuerzo turístico de todo el país.

Ahí, en ese paradisíaco y recoleto lugar, mientras efectuaba una corta caminata por sus apacibles corredores, tratando de disfrutar de sus comodidades y aprovechando para reflexionar, en medio de aquel hermoso paraje, verdadera fuente de paz y tranquilidad, tuve la grata e inopinada oportunidad de saludar con un hombre sencillo que será, desde este auspicioso mes, el flamante presidente del Ecuador. Al presentarme y mencionar mi modesto nombre, hizo un nunca anticipado comentario, que solo pudo producirme no contenida hilaridad: “No me diga que es usted el famoso contralmirante Vizcaino”, inquirió. “Ni famoso, ni contralmirante”, apurado repliqué…


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario