25 mayo 2021

En el principio…

El Pentateuco es el primero de los tres tomos que conforman la Biblia católica; como sugiere su nombre, consta de cinco libros. De acuerdo a la tradición, estos habrían sido escritos por Moisés, aunque hoy se postula que habrían sido escritos por varios autores diferentes. Los nombres con que los conocemos les fueron asignados por los setenta sabios que hicieron la primera traducción al griego, que por ello se la conoce como Septuaginta; sin embargo, su nombre de origen es el de la primera palabra con que inician sus respectivos relatos.

 

El Génesis, por ejemplo, empieza con la palabra “Bereshit” que, en hebreo, quiere decir “En el principio”; es el primero de los libros del Pentateuco. Para los entendidos, no es –si hablamos con propiedad– el primer libro de la Biblia; pudiera decirse que es una especie de prólogo o introducción, por ello se sostiene que la Biblia empieza realmente con el Éxodo, el segundo de dichos libros. Hay quienes postulan que “Bereshit” tiene un carácter no solo mitológico (quizá influenciado por creencias más antiguas) sino que entra en el reino de la parábola, la alegoría y la prosopopeya. Su carácter, al comienzo, sería el de un mito que quiere afirmarse como historia y, cuando termina, parece una historia que trata de perpetuarse en el mito.

 

Es en el Génesis (01-28) que se cuenta que, en aquella primera y única semana de la Creación, Dios hizo un encargo y dio una misión a la humanidad: “creced y multiplicaos”, o “id por el mundo y poblad la tierra”. No descuidar que una vez que se produce la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, el hombre pasa a estar condenado a “ganarse el pan con el sudor de su frente”; pero esto solo implica que el hombre debe aprender a recolectar los frutos de la tierra y a cuidar de unos pocas especies que habrán de ayudarlo a satisfacer su supervivencia.

 

Pasan los años (o los siglos, los milenios y los millones de años); y el hombre intuye la recurrencia de las estaciones, aprende a cultivar y a cosechar los frutos de la tierra. Así, al conocer y obtener el beneficio de este y otros fundamentos, prefigura un método que facilita la garantía para su supervivencia: ha inventado o descubierto la agricultura. Ahora, ya no tiene que efectuar grandes desplazamientos para recoger y alimentarse. Ahora, puede dejar de ser nómada, puede construir caseríos o pequeñas ciudades; descubre las ventajas de vivir en comunidad, y la ventaja de ayudarse mutuamente. La cultura conduce a la civilización.

 

Si aceptamos el simbolismo que tiene la Biblia, se haría preciso volver al relato de la Torre de Babel (Génesis 11: 01-09), donde se cuenta que el hombre, llevado por su vanidad, habría construido ciudades y, ya con la experiencia del diluvio, habría ideado la posibilidad de construir una torre para llegar al cielo. El hombre habría desoído el precepto de no afincarse en un solo lugar determinado (cuando debía ir y poblar la tierra)… Entonces, el enfado y la sanción divina no se harían esperar: Dios confunde las lenguas de los díscolos y presuntuosos que se ven obligados a suspender su absurdo propósito y deben volver a desperdigarse por el mundo. La ira del Padre les hace saber que se ha desplomado su necio e insolente zigurat.

 

Si hemos de basarnos en las teorías que hablan de la antigüedad del hombre y, en especial,  de sus probables ancestros, sabemos que sus predecesores pudieron aparecer hace cerca de cincuenta millones de años. Los antecesores del homo sapiens habrían desarrollado su bipedación (caminar en dos extremidades) en un período de tiempo acontecido entre hace cuatro y 1.5 millones de años; de modo similar, habrían aprendido a utilizar utensilios y herramientas hace “solo” dos millones y medio de años. A pesar de ello, el desarrollo real de la especie, ya en condición de homo sapiens, sería de alrededor de trecientos mil años. Sus migraciones, por otra parte, tendrían algo menos de ciento cincuenta mil años, que es cuando el hombre deja el África, empieza a recorrer el mundo y a poblar los distintos rincones de la tierra. América es visitada por primera vez recién hace algo más de unos diez mil años…

 

La gran incógnita es la del desarrollo de las lenguas, proceso que constituye un formidable avance que identifica y define al hombre como especie. ¿Cuándo empieza el hombre a hablar?, y ¿por qué habla tantos y tan distintos idiomas? No deja de intrigar aquello de que en el principio pudo existir una sola lengua que luego fue evolucionando, como parecen insinuar las Escrituras, o que quizá hubo múltiples y variadas lenguas que también se fueron poco a poco modificando. Si hemos de comparar aquellos cincuenta millones de años con la duración de nuestra existencia racional, estos últimos trecientos mil –durante los cuales se habría perfeccionado la especie– solo equivaldrían a un fugaz y miserable instante…


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