04 mayo 2021

Las vísperas del después

Estoy próximo a cumplir mis primeros “setenta tacos de almanaque”, como diría Reverte. Siempre estuve persuadido de que esto de estar consciente de lo pasajero de la vida y, sobre todo, de su temporalidad es uno de los atributos más altos con que nos puede distinguir la sabiduría. Lástima, para mi caso, que con frecuencia olvido esta bisectriz existencial; cedo a ratos a la ocasional estulticia y creo que vivimos para siempre, que este loco festival es una suerte de cuento que nunca termina, que nunca va a acabar. Pero… “no ha sido”, no es así. Por algo, un querido amigo a quien de rato en rato recuerdo, lo decía con frecuencia, en forma de popular aforismo: “lo que pasa, Alberto, es que ya están disparando cerca”…

Bien sé que ya estoy jugando los descuentos. Papá, cuyo retrato veo casi en forma cotidiana y que me sigue pareciendo mayor a lo que ahora soy, falleció cuando solo tenía cincuenta y cinco años. Ello me hace pensar, con ese paradigma vital, que llevo ya tres lustros jugando esos cándidos y nada deportivos “descuentos”… Aunque, a decir verdad, de descuentos, y bastante generosos, ya han aparecido algunos: hoy disfruto de estas inopinadas ventajas en algunos servicios públicos, en los pasajes aéreos y hasta en el pago de los impuestos. Logro esquivar, asimismo, las secuelas de la impronta de la edad con aquella fila reservada para mis colegas de la “tercera edad”, eufemismo inventado para disimular y atenuar la ignominiosa carga de que podamos sentirnos ancianos. ¿Qué, si no, es aquello de ser casi un septuagenario?

Quizá nadie expresó mejor, en nuestra lengua, esa sensación de brevedad y desasosiego fugaz, que un hombre de armas conocido como Jorge Manrique. Lo portentoso no es que sus “Coplas a la muerte de su padre” hayan sido escritas en pleno siglo XV y que hayan llegado tan frescas hasta nuestros días. El prodigio de ellas estriba en que, cuando las escribió no lo hacía en la “edad de los arrepentimientos”. Manrique se sentó a escribir esa insuperable elegía cuando ni siquiera había alcanzado los cuarenta. Y fueron cuarenta las coplas que escribió (versos de pié quebrado o sextillas manriqueñas); que son no solo referencia para las letras castellanas, sino verdadera lección de vida, formidable tratado filosófico acerca del carácter efímero que puede tener la vida y de la incierta vecindad con que nos puede rondar la muerte.

Quién sabe, quizá también fueron premonitorias: Manrique habría de morir joven, en el campo de batalla, antes de que pudiera, siquiera, cumplir cuarenta años de edad…

Dice la primera copla:

Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando

cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando;

cuán presto se va el placer; / cómo después de acordado / da dolor;

cómo a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado / fue mejor.

Y la tercera:

Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir:

allí van los señoríos, / derechos a se acabar / y consumir;

allí los ríos caudales, / allí los otros medianos / y más chicos;

y llegados, son iguales / los que viven por sus manos / y los ricos

Empero, Manrique fue, ante todo, un hombre de la milicia; miembro, como era, de la nobleza por ambos lados, había participado en los enfrentamientos entre Isabel I de Castilla y su sobrina, Juana la Beltraneja, tomando partido a favor de la primera. Juana de Trastámara, era la pretendida hija de Enrique IV; quienes se le oponían, sospechaban de la impotencia de su aparente o supuesto padre, el anterior monarca castellano. Los versos de Manrique son dedicados a su padre don Rodrigo, símbolo de virtudes y variados méritos. Las Coplas han sido glosadas por los más distinguidos escritores españoles, entre los que destacan Unamuno, Machado y Azorín. Sus versos se han convertido en un clásico de la las letras españolas.

Las Coplas no constituyen una invitación a pensar en la muerte, son tan solo una reflexión acerca de la inesperada caducidad de la vida. En forma indirecta, nos advierten que a todos nos llega la hora postrera, como única certeza, y que sería preferible no confiar en el mañana y, más bien, aprovechar y disfrutar cada momento de cada nuevo día. En días pasados recibí un mensaje de texto; se refería justamente a la frase de Horacio, “Carpe diem” (toma o aprovecha el día, en el sentido de no lo desperdicies). Comentaba que las tropas romanas saludaban el crepúsculo matutino, todos los días, y coreaban al unísono: ¡Carpe diem!, y que Walt Whitman habría escrito un poema con este mismo título, exhortando a no desalentarse; a reanimarse, a seguir adelante y a volverse a ilusionar. ¡Vamos a "echarle pichón"!, como de muchacho una vez aprendí a decir en Venezuela. ¡Carpe diem!


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario