28 mayo 2021

Un crisol para las palabras

Era un clérigo y estadista francés. Había nacido en 1585 y había requerido de dispensa papal para ordenarse obispo a los veintiún años; llegó a cardenal a los treinta y siete. Fue secretario de Estado a los treinta y uno y primer ministro a los treinta y nueve; así,  acumuló poder tanto con la Iglesia como con la Corona.  Sentó las bases para la centralización de Francia y articuló el marco absolutista que luego favorecería al futuro Luis XIV. Era su nombre Armand Jean du Plessis, cardenal de Richelieu, duque de Fronsac. Le decían “la Eminencia Roja”, por el color de su ropaje cardenalicio. Y así lo diferenciaban de su hombre de confianza, un tal “Padre José”, fraile capuchino llamado Francois Leclerc du Tremblay, apodado como “la Eminencia Gris”. Richelieu moriría, también prematuramente, a los 57 años.

Richelieu no era muy popular como hombre de estado; su influjo se hizo sentir en el plano internacional y tuvo mucho que ver en la Guerra de los Treinta años. En el campo de la cultura dejó importantes obras que merecieron reconocimiento: la ampliación y renovación de la Sorbona, y la oficialización de la Academia Francesa en 1635; esta institución habría de inspirar, casi ochenta años más tarde, idéntico propósito en España, donde se aplicarían similares políticas. Así se produjo la creación de la Academia de la Lengua Española en 1713, iniciativa que estuvo a cargo de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, VIII marqués de Villena. Hoy la Corporación cuenta con 23 Academias subordinadas, las mismas que conforman la ASALE, Asociación de Academias de la Lengua Española.

El propósito de la institución es el de depurar, conservar y velar por la propiedad y corrección de la lengua castellana. Eso es lo que proclama su lema, un octosílabo métrico: “Limpia, fija y da esplendor”. La Academia ha escogido como símbolo el crisol, pues si las palabras equivaldrían a los metales, lo que se intenta es eliminar la escoria (las impurezas), preservar lo que es bueno y embellecer lo que queda del proceso de depuración. Para ello edita tres publicaciones: el diccionario, la gramática y la ortografía. Existen 46 sillas en la Academia de la Lengua: estas representan las letras de nuestro abecedario latino: 23 están dedicadas a las letras mayúsculas y 23 a las minúsculas, y quienes las ocupan son miembros designados con carácter vitalicio.

Respecto al Diccionario, antes conocido como DRAE (hoy DLE), los académicos se preocupan de considerar, de tiempo en tiempo, la adición de nuevas voces o términos, de acuerdo con las nuevas palabras que son utilizadas por los hispanohablantes o debido a una serie de voces que son de uso regional y que van adquiriendo carta de ciudadanía gracias a la correspondiente aceptación por parte de la Academia. Se diría que la intención de la institución no es la de indicarnos qué palabras debemos usar, sino que ella recoge las voces que utilizan los hablantes y las incluye en el texto, definiendo sus significados. Esta pudiera ser la tarea más delicada, pues en el interés de reconocer voces que requieren validación, o que en el criterio de los "miembros de número" se hace necesario incluir, se corre el riesgo de democratizar en exceso el ingreso de términos cuya inclusión pudiese resultar innecesaria.

Un asunto importante es el relacionado con las palabras de otros idiomas que no tienen una exacta traducción en nuestra lengua. Otro, es la insurgencia de voces que aparecen como resultado del avance de la tecnología. Aquí puede existir la tentación de incluir ciertas palabras porque no se encuentra un término con la traducción precisa, o porque el uso de esa palabra ya se ha convertido en voz de uso corriente. ¿Qué hacer con palabras como “hobby” o “briefing”, por ejemplo?, ¿se las “acepta” como nuevos términos integrantes de nuestro idioma, o simplemente se las deshecha, a sabiendas de que no disponemos de las voces correspondientes? O, ¿qué sucede si empezamos a incluir voces de otros idiomas, en forma indiscriminada o demasiado frecuente?, ¿no correríamos el riesgo de abrir las puertas a términos que forman parte de una indeseada jerigonza? ¿Sería eso lo más conveniente?

Si el renovado interés de la Academia es aquél de "no quebrar la esencial unidad de todo el ámbito hispánico" y que se "difundan los criterios de propiedad y corrección", sería beneficioso que existan representantes de otras academias en la RAE; quizá pudiera reservarse un grupo de escaños para unos pocos académicos extranjeros, en vista de que existe un requisito para ser Miembro de Número, aquél de que se debe portar la nacionalidad española. Tal vez esta posibilidad no se ha considerado todavía, quizá porque se interpreta que la existencia de la ASALE es ya suficiente. Con frecuencia se olvida que la RAE no solo representa a los hablantes que existen en España, sino que la suya es de hecho una directiva autorizada, que sirve de guía para todo ese conglomerado de más de quinientos millones de personas que conforman el universo de hispanohablantes que actualmente existen en el mundo.


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario