24 agosto 2021

Semblanza de tres ciudades

Hoy quiero hablarles de tres lugares míticos; son ciudades en las que nunca estuve pero cuyos nombres me fascinaron desde siempre. Hay en ellos una cuota de magia e íntima evocación; con solo pronunciarlos, algo en ellos sugiere la mención de un lugar singular, ahíto en epifanías e intricados misterios. Son nombres que embrujan, que cuentan prodigiosas aventuras, nos hablan de ignotos y escondidos secretos. Mencionar esos nombres nos remite a viejas lecturas, a cuentos escuchados en nuestra infancia. Nunca estuve en esos sitios, pero alguna vez los sobrevolé… Representan cimas de la cultura o de la religiosidad del hombre.

 

Uno se llama Katmandú, es la capital de Nepal, se encuentra ubicado en un estrecho valle y se supone, o eso dice su tradición, que se asienta sobre una vieja laguna; la ciudad es como un puente entre la India y China, en ella rozan y se toleran el budismo y el hinduismo. Tiene solamente un millón de habitantes, pero tiene gran importancia como centro religioso y espiritual. Su aeropuerto, dada la topografía, es uno de los más críticos y complicados del mundo; en él se han producido incontables tragedias porque su aproximación es de una sola vía, ya que –una vez iniciada– exige una alta dosis de conciencia situacional para abortar la maniobra en caso de cualquier imprevisto mal funcionamiento de las radio-ayudas o de un súbito problema mecánico. Allí el piloto debe estar siempre preparado para el sobrepaso.

 

Debo, en este punto, hacer un comentario personal. Cuando en 1994 fui a entrevistarme con Singapore Airlines, fue mi intención inicial aplicar para el Airbus A-310, avión para el que ya me encontraba calificado. Una de mis primeras exploraciones, junto con la novedosa cultura asiática, estuvo relacionada con la red de rutas de esa flota. Me seducía la posibilidad de volar hacia lugares nunca antes escuchados como Kuching o Port Moresby; o simplemente exóticos, como Bali, Calcuta o Kota Kinabalu. Tuve que declinar la oferta, debido a la duración del contrato, aunque quedó abierta la posibilidad de mi ingreso para volar un equipo más pesado cuando se presentara la ocasión. Años después, sobrevolaría su emplazamiento en mis viajes sobre el Himalaya, en ruta entre Arabia Saudita y el sureste asiático, con rumbo hacia Hong Kong y Ho Chi Ming, mientras operé “free-lance” para la Air Atlanta Icelandic.

 

Hay otra ciudad cuya sola mención me remite a los viajes de Marco Polo y, quién sabe si incluso, a los cuentos árabes. Su nombre está relacionado con periplos y tesoros fabulosos, es un topónimo de sonido exuberante y seductor, constituye el lugar de reabastecimiento y tránsito por antonomasia. Fue visitada por Alejandro Magno y Gengis Khan, era la ciudad mimada por Tamerlán; se llama Samarcanda, es una de las ciudades más antiguas del mundo y ha servido como encrucijada de los caminos asiáticos de la antigüedad. Está ubicada en el actual Uzbequistán. La sobrevolé decenas de veces cumpliendo la ruta entre Shanghái, o Beijing, y los más importantes destinos europeos, mientras trabajé para una empresa carguera constituida por un “joint venture” entre China Eastern y la Singapore Airlines: se llamó Great Wall Airlines. La ruta exigía desplazarse hacia el norte para evitar el efecto del jet-stream.

 

Pero existe otra ciudad, cuyo nombre acicateó desde siempre mi traviesa curiosidad, su nombre insinúa una expedición al lugar más apartado de la tierra, es sinónimo de estar “en la mitad de ninguna parte”; está en el borde meridional del desierto del Sahara y quiere decir “la tierra de Baktú”. Es todavía lugar importante en las rutas trans-saharianas y se encuentra en la mitad norte de la República de Mali. Está situada cerca del cauce del Níger, justo antes de que este vira hacia el sudeste, para luego dirigirse a desembocar, formando un delta, en el océano Atlántico. Hoy no tiene más de cincuenta mil habitantes, fue centro de universidades y madrazas religiosas; su nombre resuena con el eco de una catarata. Se llama Timbaktú (aunque la conocen en español como Tombuctú).

 

Jamás soñé con sobrevolarla, hasta que tuve oportunidad de realizar varios vuelos desde Ámsterdam a Johannesburgo; volaba entonces al servicio temporal de la SIA Cargo, subsidiaria de Singapore Airlines. Esta circunstancia sucedió porque la ruta utilizaba una aerovía ubicada hacia el occidente de Libia, dadas las restricciones de sobrevuelo establecidas por ese país islámico; y porque, además, tuvimos que desviar por efecto de la meteorología. Aquel hito fue registrado como parte del caprichoso derrotero que en esa ocasión me llevó sobre algunos países africanos: Argelia, Mali, Níger, Nigeria, Camerún, Congo, República Democrática del Congo (que antes fuera conocida como Zaire) y finalmente Zambia, Zimbabue y Botsuana, antes de aterrizar en Sudáfrica.

 

Hoy recuerdo aquellos raros privilegios: haber podido mirar esos panoramas desde el cielo. Su sola memoria me llena de reverencia ante Dios y ante la vida, y me empuja a expresar mi gratitud, con nostalgia y humildad.


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