16 noviembre 2021

A ver, ¿qué parte no entendieron?

Ese mañana bajábamos con Álvaro S. por la carretera que va a Santo Domingo. Le iba acompañando en una de sus visitas a la hacienda que administraba en Quevedo. Entonces le pregunté si no tenía problema con el tipo de gente con la que trabajaba, me respondió que tenía efectuado el estudio psicológico del montubio de nuestra costa, fórmula “infalible” -me dijo- para jamás tener que enfrentar esos problemas. “Háblame de eso”, inquirí; a lo que él, con esa entonación que caracteriza a los chilenos, me contestó bajando la voz, como si me participara de un íntimo secreto: primero, nunca le ofrezcas lo que no le vas a cumplir; segundo, nunca se te ocurra meterte con su mujer o compañera; y, tercero, nunca le reclames o reprendas delante de sus subalternos, no subestimes su sentido de dignidad.

 

Si algo he aprendido a mis años, es eso precisamente: que los chorlitos, aunque no lo parezca, no tienen “cabeza de chorlito”. No sé de dónde viene la expresión pero me he dado cuenta que ese tipo de ave, de cuerpo mediano y patas largas, no tiene -para empezar- un tipo de cabeza que, por su tamaño, no vaya en concordancia con el tamaño de su cuerpo. No ha de ser tan tonto el chorlito (“Golden plover”, en inglés), digo yo, si -como he leído- es capaz de efectuar viajes de 3.000 kilómetros (desde Alaska hasta Hawái) por hasta 20 veces en su vida… Es decir, sabe por naturaleza, que tiene que hacer este tipo de viaje para no cagarse de frío y no morirse, literalmente, de hambre, si le pilla sedentario y desprevenido el cíclico cambio de clima.

 

No solo no tienen “cabeza de chorlito”. Disculpen el término malsonante pero no son ningunos pendejos. No son unos “tontos de capirote”, expresión que quiere decir que alguien ha alcanzado la expresión más elevada de la estupidez o tontería. Un “capirote” es aquel cucurucho o sambenito que visten en sus cabezas los penitentes en las procesiones y otros ritos religiosos, por haber cometido justamente todo tipo de pecados, desmanes o tonterías. Un tonto de capirote es alguien que se ha graduado en el oficio, ha sacado un master en tontería. Vamos a ver: hay tantos y tantos malos conductores en nuestras carreteras, que dudo mucho que hayan aprendido mal, simplemente no se han puesto a meditar que sus hábitos y costumbres los convierten, ipso facto, en ilustres representantes de la clase más indolente de la estulticia. Sí, estamos llenos de “cabezas de chorlito”…

 

Viajo, como consecuencia de la movilización  necesaria para cumplir con mi trabajo, algo más de ciento cincuenta kilómetros todos los días. Y, asimismo, todos los días tengo que lidiar con esa mal llamada “cultura” de otros conductores, particularmente de los de “transporte pesado”. Veo, día a día, tanta mala práctica, que no puedo sino concluir que no han pensado en que lo que hacen es incorrecto o que hay una mejor forma de conducir para facilitar el flujo normal del tránsito y permitir que los demás conductores puedan tener un viaje más tranquilo, cómodo y seguro. Por ello, cuando manejo, a cada rato me pregunto: “a ver, ¿qué parte es la que no entienden?". El punto es que siempre cometen similares y repetidos errores; aquí señalo algunos de los más frecuentes:

 

• El conductor promedio, léase casi todos, se ha acostumbrado a manejar lento y por el carril de la izquierda. Esto es intolerable, sobre todo en las cuestas, cuando ellos tratan de rebasar pero su vehículo no tienen suficiente potencia, creando una situación de “perro del hortelano” que no rebasa ni deja rebasar.

• Esto de no andar por la derecha, tratándose especialmente de vehículos sin mucha potencia, o que transitan a velocidad muy lenta, crea una situación inconveniente y peligrosa, pues obliga a otros conductores a rebasarlos por el lado equivocado.

• Existe, además, la mala costumbre de no utilizar luces direccionales para cambiar de carril; con ello se genera una situación de incertidumbre que va contra la seguridad vial.

• Subsiste una incomprensible e intolerable ausencia de empleo del espejo retrovisor para manejar, lo cual afecta la conciencia situacional en las vías y produce torpes e imprudentes situaciones que afectan la comodidad y seguridad de los ocupantes de los demás vehículos.

• Aunque redundemos, existe una contra-cultura de los conductores que manejan como si fueran dueños del carril izquierdo, cual si no quisieran dejarse rebasar (quizá estén convencidos de que el carril derecho es solo para los vehículos pesados). Se sienten dueños de la vía.

• Otro defecto incomprensible es el de quienes no utilizan luces direccionales para alertar, a quienes vienen en su retaguardia, de que pretenden salir de la vía, virar o detenerse.

• Para el caso de los conductores de buses y vehículos pesados, existe la tendencia a movilizarse a muy alta velocidad cuando están vacíos, pues creen que eso los convierte técnicamente en livianos.

 

Esa “cultura de manejo”, no antepone el respeto a los demás, crea un sistema de movilización incierto y peligroso, proclive siempre al accidente inesperado, el siniestro imprevisto y la desgracia inminente. Todo ello obliga a insistir: a ver, señores conductores, ¿qué parte es la que no entendieron?


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