23 noviembre 2021

Unos puntos en el mapa

Hoy quiero hablarles de unas islas diminutas; decir que son puntos en el mapa sería una exageración, lo mismo que un “understatement“ (como se diría en inglés) pero en el sentido de atenuación, es decir todo lo contrario a lo que llamamos “una exageración”. Esto porque, si ponemos un punto en el mapa, la impronta sería demasiado grande, realmente enorme, para representarlas. Un solo punto, por minúsculo que lo dibujemos, en la práctica las sepultaría. Hoy voy a comentarles algo de Sta. Elena, Zanzíbar, y las Islas Malvinas (no confundir con las Maldivas).

 

Ya con mi experiencia del otro día, no les voy a preguntar dónde queda ese lugar de nombre caprichoso, Zanzíbar (quizá quiera decir “Tierra de los Negros”), fijo que me han de contestar que es una ciudad milagrosa ubicada en el País de Nunca Jamás o, quién sabe, a lo mejor me dicen también que es el nombre de otra súper popular heladería, pero que no se acuerdan dónde queda. Una que efectivamente existió pero que asoma en la Wikipedia como “negocio suspendido” (que no es lo mismo que clausurado). Algo de mi intuición aborigen me dice que el negocio ya no existe, pero que se ha convertido en una industria que abastece a muchas heladerías de la ciudad de Quito.

 

Zanzíbar (su nombre local es Unguja) es una pequeña isla que forma parte de un diminuto  archipiélago, que cuenta con dos islas principales, una de las cuales se hizo famosa hace casi cinco siglos y a la que llegó un europeo por primera vez (por lo menos luego de dar la vuelta al África por el cabo de Buena Esperanza). Zanzíbar tiene, como ya lo han podido comprobar, un nombre cantarín y prodigioso, a ella llegó Vasco da Gama, seis años después del descubrimiento de América; el hombre y sus compañeros navegantes descubrieron que sus frutos, su paisaje y su clima eran tan portentosos como su sibilante nombre; se enamoraron de sus playas y la convirtieron en punto indispensable en la mitad de sus viajes entre Europa y los misteriosos destinos de Asia meridional, ricos entonces en fragantes especias.

 

La isla está ubicada frente a un país de África Oriental conocido como Tanzanía, ahí se encuentra nada menos que la cima más alta del continente africano, el soberbio Kilimanjaro; allí, en Tanzanía, se encuentra esa reserva natural famosa en el mundo que se conoce como Serengueti. Pocos saben, o recuerdan, que antiguamente tenía otro nombre, uno que sonaba a tambores tribales de guerra: le llamaban Tanganika. Lo que pocos recuerdan, y casi nadie sabe, es que cuando se independizó Zanzíbar se integró a Tanganika y cada uno aportó con la mitad del apellido: Tan-Zan-ía.

 

Santa Elena es otro lugar sorprendente, famoso por equivocados motivos: primero, por estar “en la mitad de ninguna parte”; y, segundo, porque el Napoleón derrotado en Waterloo, vivió en esa lejana y solitaria isla los últimos seis años de su vida. Sta. Elena es un lugar extremadamente aislado, ubicado en medio del Suratlántico, casi a medio camino entre Salvador, en el Brasil, y la frontera entre Angola y Mozambique; si usted amable lector, quiere encontrarla, trace una línea perpendicular desde Costa de Marfil (situada entre Ghana y Liberia) y señale la carta con un puntito no muy conspicuo. Yo me imagino que fue descubierta por algún náufrago o, quién sabe, por uno de esos apresurados navegantes del “siglo de los descubrimientos” que siempre estaban buscando un atajo para abreviar sus interminables periplos de regreso…

 

Finalmente, voy a conversarles de otro punto en el mapa (realmente dos). Se supone que se trata de islas que fueron descubiertas en viajes iniciados desde la actual Argentina. Pasado el tiempo, fueron ocupadas por los ingleses, que siempre desdeñaron las reclamaciones del país latinoamericano. No son famosas por sus playas, ni por sus paisajes, sino tan solo por una guerra absurda y fratricida (¿qué guerra no lo es?). Para los ingleses han pasado a apellidarse Falklands, los argentinos las siguen identificando como Malvinas. En días pasados me enteré del porqué del nombre (La palabra del día, de Ricardo Soca): fueron bautizadas de ese modo en honor a un santo.

 

Quienes habrían sido los primeros en llegar a ellas (1764), eran oriundos de la población francesa de Saint Malo, por lo que les habrían bautizado como Íles Malouines, en honor a San Maclovio (en español), un monje nacido en Gales que habría fundado varios monasterios en la Bretaña francesa. Pasados los años, los españoles habrían comprado las islas y expulsado a los ingleses en aplicación del Tratado de Tordesillas. Argentina se independizó de España en 1816 y proclamó la posesión de las Islas; diecisiete años más tarde los ingleses las reclamaron como suyas. Todo parece indicar que San Malo no es un santo tan bueno o, por lo menos, que con nombre tan singular no es de esos santos que ostentan tanto influjo o preferencia.


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