09 noviembre 2021

Pichincha, el cerro irascible

Siempre me ha llamado la atención que los quiteños no nos hayamos preocupado por la raíz etimológica del nombre de nuestro cerro tutelar, el gran macizo del Pichincha. Deduzco que no existe un acuerdo en cuanto al origen del nombre, ni siquiera en la lengua en la que debería tener un sentido. Se mencionan varias posibilidades, algunas antojadizas, se dice que existiría un significado en diferentes lenguas, incluso en idioma tsáchila (?), pero no parece haber relación entre el nombre de la montaña con una lengua conocida, en especial el quichua. Sería más fácil inferir un sentido si el nombre sería Yanahurco, Huagrahuasi o Yanasacha, por ejemplo.

Pero no. Pichincha tiene tres sílabas en nuestro idioma, pero en quichua tendría dos sonidos fuertes: Pi y chincha, que semánticamente no tienen ninguna relación, con un significado coherente. Esto no es corriente con los nombres de ríos, valles, montañas y otros accidentes que los naturales suelen apellidar para poderlos identificar y reconocer. Pichincha, a más de no significar nada específico en quichua, es una voz criolla, sí es un término castellano, registrado en el diccionario, vendría del portugués “pechincha” y querría decir lo mismo que ganga, “chollo” como dicen los peninsulares; algo de buen valor conseguido a un precio irrisorio.

Si la palabra no significa nada, conjeturo que ese (Pichincha) no era el nombre que tuvo el cerro antes de la llegada de los españoles, que ese no era el nombre original; que quizá el cerro tuvo un nombre parecido al que después se usó y con el cual lo bautizaron. He buscado en los diccionarios del quichua y no existen palabras parecidas, ni siquiera separando los fonemas para intentar desentrañar los morfemas correspondientes. Esto no se entiende; se me ocurre probable que el nombre originario sonara parecido al que fue escogido y que el antiguo se habría desechado, sea por su difícil pronunciación, porque no tenía la fuerza semántica deseada o porque sonaba como algo desagradable. No sonaba emblemático o, para decirlo de algún modo, aristocrático…

Pero, hay algo más: hemos vivido tan cerca del cerro (realmente un macizo o un conjunto de cerros) que no nos hemos preocupado de identificarlo y reconocerlo. Para empezar, quienes crecimos en el centro solo veíamos Cruz Loma; solo cuando nos alejábamos de la ciudad advertíamos que tenía un perfil distinto, que variaba a medida que se cambiaba su ángulo de observación, particularmente desde los valles aledaños. Debido a que sus principales promontorios se alinean de suroccidente a nororiente, con una derrota de unos 45 grados, se hace necesario mirarlo desde la distancia y desde el suroriente para apreciar la  majestuosidad de su total estructura.

No es una coincidencia que los quiteños recién hayamos valorado la belleza del conjunto cuando rodeábamos la loma de Puengasí, en viaje al Valle de los Chillos. Solo ahí, podíamos diferenciar las distintas cumbres y apreciar al macizo en su máximo esplendor; así aprendimos a reconocer al Guagua Pichincha (4.800 metros), al Padre o Fraile Encantado, al Ruco (o Rucu) Pichincha (4.700 metros), a la humilde Cruz Loma, a los farallones portentosos del Cóndor (o Cundur) Guachana y a ese cerrito de origen volcánico que conocimos con el nombre de Ungüí. Fue en los Chillos que nuestros mayores retaban nuestra imaginación, cuando comentaban que el perfil horizontal del cerro, desde ese ángulo, se parecía a la efigie del Mariscal Antonio José de Sucre, la que veíamos en nuestras monedas antiguas, y nos trataban de convencer que ese contorno del cerro se parecía al perfil del héroe.

Volviendo a lo que dejé suelto más arriba, opino que el nombre de Pichincha se parecería al que identificaba al macizo antiguamente. El más parecido que he encontrado en el diccionario quichua es “piñachina”. Conjeturo que este pudo ser desechado por su carácter de nombre prosaico, que suena a fruta asiática, sin la impronta de alcurnia que se hubiera querido para un símbolo de la nacionalidad. De ahí que, como me interesaba conocer el sentido real del nombre, acudí a un par de hablantes de nuestra lengua indígena (dos humildes tenderas de mi barrio) y el resultado fue algo prodigioso. La primera contestó que quería decir  “bravo”, en el sentido de enojado o de mal carácter. La segunda fue más concisa: “verás -me dijo-, es lo mismo que 'guambra emperrado', o niño enrabietado, igual que marido enfurecido, que explota emberrenchinado”. Ya está, me dije; piñachina quiere decir: colérico, irascible o enojado. Justo lo que representa un volcán, que reacciona de golpe, encolerizado.

Cuando voy por el sur del continente, encuentro a cada paso la palabra Pichincha, usada como nombre propio; me inclino a pensar que se la emplea por su sentido histórico, no por el semántico. Se trata del cerro en cuyas faldas se dirimió nuestra independencia. Bien visto, no solo es un nombre bonito, tiene una gran fuerza semántica y fonética. Aun así, se justifica el apelativo que pudo haber tenido y que luego se transliteró; propongo que el nombre habría significado lo que lo definió: “mozuelo que actúa enrabietado, con berrinches de corta duración”…


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