30 noviembre 2021

La farsa de Nicaragua

“Construir una sociedad democrática ocupó un segundo plano, frente a la demanda de defender la revolución”. Gioconda Belli, escritora nicaragüense.

 

Escribo mientras se celebran elecciones en Nicaragua (edito con dos o tres semanas de anticipación, por circunstancias de trabajo). Tal vez utilizo el verbo equivocado porque no puede hablarse de “celebración” cuando existe un candidato único que, como hoy ocurre con las autocracias y con las mal llamadas revoluciones, ha convertido los comicios en una burda impostura; y en donde, más que elecciones libres, tales eventos se transforman en una solemne farsa. ¿De qué “democracia” se puede hablar si todos los potenciales candidatos han sido encarcelados y la intención del tirano es mantenerse en el poder en forma vitalicia; o en convertirse en un reciclado déspota, exactamente igual al que alguna vez se propuso derrocar?

 

De muchacho tuve dificultad para identificar en forma correcta los países centroamericanos, forman una especie de embudo que se prolonga hacia el norte, desde el istmo, hasta chocar con el más irregular: Guatemala. Vistos desde el sur, se inician con Panamá, luego viene Costa Rica y el siguiente es Nicaragua que, si bien se ve, parece un triángulo. Más que eso, siempre me dio la impresión que se parecía a la letra N de su nombre, en donde –entre el primer trazo ascendente y la línea oblicua– se ubicaban los lagos de Managua y Nicaragua (donde está Ometepe, la isla de los dos volcanes), lagos que le dan esa rara impronta a su geografía. El nombre vendría del náhuatl, idioma en el que significa “lugar en medio del agua” o “tierra de los que viven cerca del agua”, o algo parecido.

 

Nicaragua es el país más extenso de América Central; esto, aunque su superficie solo bordea los 130.000 kilómetros cuadrados (algo menos de la mitad del Ecuador). Yo habría tenido algo menos de treinta años cuando Anastasio Somoza fue derrocado por el FSLN y fue reemplazado por un gobierno revolucionario sandinista que instauró un gobierno de “Reconstrucción Nacional”. Pasados los años, uno de los miembros de esa Junta inicial, quizá el más anodino y mediocre, y también el más insignificante y acomplejado, un hombre opaco y desconocido, se convirtió en presidente democrático, asunto que parece que dejó para siempre una suerte de adicción en el falso líder, la de su apego narcisista a las mieles del poder. Hoy creo que va ya por su cuarto período consecutivo. El hombre parece sentirse irremplazable; ese parece ser el destino de los atrabiliarios y los autócratas.

 

Leí hace pocos días un artículo de Rosa Montero, en El País Semanal (Escoger la palabra), en el que hace relación a la dictadura que vive Nicaragua; se refiere a una escritora que se entusiasmó con la revolución y fue funcionaria importante de la Junta de Gobierno. Ella misma (Gioconda Belli, autora de la novela “La mujer habitada”) escribió, por esos mismos días, otro artículo (Ortega y Murillo escriben su epitafio) en el que menciona el epígrafe con el que he iniciado esta entrada; se me hace inevitable, por lo mismo, preguntar por qué, quienes comparten la misma ilusión y recorren el mismo camino, casi siempre se dan cuenta demasiado tarde de la distorsión de estos, en apariencia, bien intencionados procesos, que terminan reemplazando una dictadura con otra aun peor. En definitiva, ¿qué hace que en algún malhadado momento se confunda el derrotero y se olvide el objetivo?

 

Si bien, en el caso de los autócratas y opresores, se hace comprensible su metamorfosis (el embrujo del poder, la falta de verdadera formación como estadista, la carencia de autenticidad en los propósitos, la corrupción aupada por el cinismo, su mal manejo de la recién estrenada propensión a la vanidad y a la megalomanía), más difícil se hace entender qué es lo que pasó con quienes más pronto advirtieron esa propensión al desequilibrio, no solo por estar más cerca, sino porque compartieron al principio las mismas motivaciones, la misma aspiración y los mismos idealismos. No hay duda entonces que estos personajes oscuros se hacen del poder sin límites gracias a dos factores: la muerte o el desprestigio de los mejores, y el apoyo incondicional y sin cuestionamientos de los cándidos y bobalicones. Solo así se entiende aquello de que el revolucionario que se sacrificó y luchó contra el tirano, termina también convertido en déspota y en represor de sus antiguos camaradas…

 

Creo que los demócratas vamos a las urnas con la ilusión de que cambie algo; no sabemos, por tanto, a qué va Nicaragua a los comicios, si todos saben que no va a cambiar nada. Lo único que hasta aquí ha cambiado, es que un tirano fue hace tiempo reemplazado por otro, aunque quizá por uno más corrupto y sanguinario…


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