14 diciembre 2021

La onomástica y sus caprichos

Me cuenta mi amigo Darío (yo le digo Diario) que el nombre del primero de sus hijos es muy común en su patria y que en Italia existe una especie de consagración del país a San Martino, quien no es otro que un santo polaco que en la madurez de su vida fue nombrado obispo de la ciudad francesa de Tours, por lo que es más conocido como San Martín de Tours. Este santo es el mismo militar romano que en su juventud se apiadó de un mendigo a quien obsequió la mitad de su capa para protegerlo del frío. En efecto, existen, en las provincias italianas, no menos de veinte poblaciones que llevan el nombre del santo. Darío vive en ese pueblito avecinado al aeropuerto que conocemos por el nombre de Tababela, es un insigne cocinero a cuyo bondadoso talento debo que mis frugales almuerzos sean sanos y variados.

 

La pandemia, igual que a muchos, obligó a Darío a readaptar sus planes, le hizo cerrar su acogedora “trattoria” a donde yo iba de tarde en tarde. Hoy está dedicado a  la siembra de duraznos y alfalfa, aunque mantiene y atiende un local improvisado si se le anticipa con una llamada, si es que se quiere ir a visitarle. Él no ha descuidado el horno y sus peroles, pero puede decirse que ahora antepone el cuidado de su propiedad, las palas y los azadones. Hay en su feraz terreno árboles frutales, aves de corral, unas pocas ovejas y hasta una vaquilla díscola y mal acostumbrada que entiende las rogativas y admoniciones del buen Darío. Pero todo eso él lo deja a un lado cuando tiene que amasar sus pizzas y calzones, o preparar sus “tortellinis” y “gnochis”. Los ingredientes son siempre frescos y de preferencia importados.

 

“Diario” quiere pasar por campesino local. Mas, su dicción del castellano y algo peculiar en su apostura lo denuncian como europeo. Su abuelo materno habría sido ecuatoriano, pero él no podría disimular la impronta que ha dejado en sus rasgos aquello de su ancestro europeo. Inútil, por lo mismo, mencionar el remoquete que le he dado y no recordar que día se dice “giorno” en su lengua y que “agiornamento” significa actualización, literalmente “ponerse al día”, en idioma tan musical, seductor y fascinante como es el suyo. Darío ha hecho pareja con una atractiva muchacha del lugar, cuyo nombre pronuncia como Hélena –cual si fuese palabra esdrújula– y ha engendrado con ella dos hijos que llegan de la escuela a la misma meridiana hora que lo visito para saborear los frutos de sus trasiegos culinarios.

 

Por ahora, mi amigo privilegia su tiempo a la atención de sus faenas agrícolas; no lo culpo, la incertidumbre que ha generado la pandemia ha hecho que las personas demos prioridad a asuntos que se proyecten en el tiempo como estables y más rentables. La propiedad está bien ubicada y el terreno es plano y aventajado; como Darío no dispone de asistencia laboral de carácter permanente, ha asignado buena parte de su tiempo a su mejoramiento y cuidado. La ausencia de linderos hace que el tamaño real de su finca luzca indeterminado. No representa un tamaño despreciable, ni mucho menos: columbro que su extensión se aproxima a una hectárea, lo cual en los tiempos que corren y la cercanía que la propiedad tiene con el aeropuerto, le dan un valor intrínseco que respaldaría la aspiración de cualquier vecino.

 

El hijo menor, a pesar de su incipiente edad, luce más altivo e inquieto. Lo han llamado Héctor, igual que el héroe troyano que muriera en manos del Aquiles, pero no en honor a Héctor Berlioz, el compositor romántico francés, y ni siquiera usando la versión italiana (Ettore). No escapa tampoco a mi conocimiento que el nombre quiere decir “el que posee”, y no dudo, que el travieso Héctor, un día cercano, definitivamente poseerá… Pero no lo han llamado así por razones relacionadas con la preferencia o el parentesco, los motivos que tuvo Darío estuvieron alimentados por su debilidad por la música caribeña y por su gusto por las canciones del folclore argentino; son respuesta a su admiración por dos cantautores del continente que lo acogió. Ellos también fueron registrados un día con ese nombre de Héctor.

 

Se trata de Héctor Juan Pérez Martínez (nacido en 1946 en Ponce, Puerto Rico) y de Héctor Roberto Chavero Aramburu (nacido en Pergamino, provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1908), ambos fueron famosos, admirados y queridos, aunque apuesto –cien a uno– a que muy pocos, quizá ninguno, de mis asiduos lectores tendrá idea de quiénes estamos hablando y tampoco de que estos fueron los nombres con los que ellos fueron inicialmente conocidos. Se trata, en el primer caso, de un formidable cantante de salsa que por mucho tiempo hizo dupla con Willie Colón, fue el compositor de “Pedro Navaja” y era mejor conocido como Héctor Lavoe (sin acento en la e), llamado así por que era conocido con el apodo de “La voz”. En cuanto al otro, se trata del autor de famosísimas canciones, como “Los ejes de mi carreta” y de “El arriero va”. Su nombre artístico: Atahualpa Yupanqui.


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