06 diciembre 2022

Aquellas islas de “Bajamar”…

Debe haber sido en los años setenta; han pasado pues alrededor de cincuenta años. Entonces, tanto la radio como la televisión promocionaban a un consorcio llamado “Icelandic (Loftleiðir)– Air Bahamas” que ofrecía tarifas de bajo costo para viajar a Europa. Los vuelos se hacían a través de dos lugares de tránsito: Nassau en las Bahamas y Reikiavik en Islandia; tengo entendido que el tramo final estaba a cargo de la primera aerolínea. Pasados los años –quizá a mediados de los ochenta– Ecuatoriana de Aviación firmó un contrato con los operadores turísticos para facilitar la transportación de los pasajeros desde Nassau a Sudamérica y viceversa.

 

Para Ecuatoriana fue una pésima iniciativa: los vuelos hacia y desde Miami eran desviados dos veces por semana para hacer escala en ese aeropuerto de las Bahamas: nunca se llenaron más de doce asientos. Esto no solo incomodaba a los propios pasajeros de la aerolínea (el vuelo se demoraba más de dos horas y se tenía que hacer un aterrizaje adicional) sino que alteraba sus itinerarios. Poco a poco los directivos cayeron en cuenta que habían hecho un mal negocio; era insólito agravar el flujo de unas operaciones que ya se ejecutaban con precaria puntualidad. De todos modos, algo pasó y transcurridos pocos meses los vuelos se suspendieron.

 

En esos años actuaba ya como comandante de la línea de bandera. Un día que debía salir de Quito a Miami con mi familia en viaje de vacaciones; me llamaron en la mañana a consultar si tendría inconveniente en operar como piloto. Salimos de Quito a Guayaquil y continuamos hacia Nassau. Para ansiedad de pasajeros y tripulantes (y no se diga de mi propia familia) se desató una tormenta tropical de proporciones apocalípticas cuando trataba de aterrizar en ese aeropuerto; hice dos fallidos intentos pero no quise aterrorizar más a la parroquia; cambié el destino y proseguí a Miami. No era mi familia lo que más me preocupaba, aunque nunca los vi tan asustados. Luego vendría la calma…

 

Crucé muchas veces sobre las Bahamas (son islas que forman un estado independiente que, con Turk y Caicos –un territorio británico de ultramar–, son parte del archipiélago de las Lucayas); su sobrevuelo era parte de la ruta entre Guayaquil y New York (pocos saben que el vuelo se realiza a través del enigmático “triángulo de las Bermudas” que une justamente Miami, Bermuda y Puerto Rico). Lejos estuve entonces de sospechar que ese nombre, el de Bahama (se pronuncia ga-ja-ma) es una deformación del nombre que los españoles dieron alguna vez a esas islas de aguas poco profundas: “Islas de Bajamar” las llamaron. Una de ellas es Guanahaní, o San Salvador, la misma isla avistada por primera vez cuando alguien, desde el puente de mando, gritó una madrugada de octubre de 1492: ¡Tierra, tierra!…

 

Una noche, buscando una ruta alterna para evitar el mal tiempo sobre el “panhandle” (mango de cacerola) de la Florida, descubrí una ruta oceánica poco transitada; esta no solo permitía obtener mejores condiciones sino que eludía el “Jet Stream” (la corriente de chorro) que se desplaza en esa parte de Norteamérica con sentido nor-este. El desvío obligaba a cruzar sobre las Bahamas y luego la isla Española; desde ahí, volar directo a Cartagena sobre el Caribe y después directo a Esmeraldas. Un ahorro aproximado de veinte minutos de vuelo...

 

Muchos años después, mientras volaba con Great Wall Airlines –un “joint venture” entre Singapore Airlines (49%) y China Eastern Airlines (51%)– esta última ejercitó un aumento agresivo de capital y se produjo la posterior transformación de GWA en una nueva empresa: China Cargo Airlines. Justo cuando me encontraba a punto de extender mi contrato con mi nuevo patrono (hasta el nuevo límite de 65 años), sus directivos optaron por implementar una novedosa norma conocida como “regla del 60” (sobre los 60 años solo se podía volar hasta 60 horas mensuales y recibir el 60% de la remuneración), lo que exigía además desplazarse cada vez a Beijing para satisfacer una evaluación médica cada tres meses… Así que decliné la propuesta y entonces opté por mi retiro.

 

Pasados tres o cuatro meses, sin embargo, alguien volvió a calentarme las orejas… volvía a escuchar el nombre de la primera parte de ese viejo consorcio. Me llamaban de Icelandic, desde Reikiavik: “Captain ‘Vizcano’, we're calling you in behalf of Air Atlanta Icelandic. We would like to know if you could be kindly interested in coming to fly with us”… Una semana después me recibían en un hotel de Boston, charlábamos por veinte minutos y firmaba mi último contrato como aviador. Era un acuerdo “free lance”, es decir a tiempo parcial (me necesitaban solo seis meses por año); me entrenarían en Gatwick, cerca de Londres, y estaría basado en Jeddah, Arabia Saudita, a orillas del legendario Mar Rojo. Transportaría peregrinos a la Meca y continuaría volando, alrededor de todo el mundo, por los siguientes tres años el inolvidable Boeing 747–400. Quién se lo hubiera imaginado: ¡un “infiel” volando ahora para el Islam!


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