23 diciembre 2022

¿Develar o desvelar?

Noto, de un tiempo a esta parte, que ahora se usan los términos develar y desvelar como si fueran sinónimos; es más, la academia los ha reconocido (no estoy seguro desde cuándo) como equivalentes. Yo, por mi parte, no estoy ni puedo estar de acuerdo, aunque participo de la idea que desvelar, aparte de permanecer despierto, quiere decir también dar claridad a un asunto, mas no porque se quite un velo (que eso es develar) sino porque se lo alumbre…

 

Para comenzar, y como yo lo entiendo, deberíamos referirnos primero al significado, o a las acepciones, del vocablo “vela” que, como lo define y explica el diccionario de la Academia, responde a tres distintas posibilidades. Yendo de atrás para adelante (o de última a primera) serían las que siguen: una tercera es volantín o voltereta, pero esta no es de importancia para este análisis porque tiene un uso bastante local; solo se la utiliza en Andalucía. La segunda es la relativa al velamen marinero, se refiere a ese trozo de lona que sirve para ser colocado en los mástiles del bote para dar impulso a la embarcación aprovechando la fuerza que promueve el viento.

 

Pero es la primera acepción la que nos interesa; aquella que, de acuerdo con dicho catálogo de significados, quiere decir “acción y efecto de velar”; de esta acepción vienen palabras como velador (centinela o cuidador nocturno, mesa de noche o, también, lámpara nocturna), desvelarse (mantenerse despierto a pesar propio o realizar algo mientras nos privamos del sueño), velatorio (guardia o acompañamiento a los deudos después de un deceso). Es en esta acepción donde también se incluye una octava explicación, aquella que dice literalmente: “Pieza generalmente cilíndrica o prismática y de cera o parafina, con un pabilo en su eje y que se utiliza para alumbrar”. Aquí estaría el quid (la esencia, el qué o el porqué) de la cuestión; es lo que llamamos con un término marinero ambiguo, pues así se conoce también algo que proviene de los cetáceos y que se asemeja a la cera: una substancia llamada esperma…

 

Veamos: hubo un tiempo en que no había electricidad; pudiera decirse que la primera aplicación práctica de la electricidad fue el alumbrado público. Hacia 1880 (hace solo ciento cuarenta años) un mecánico alemán de nombre Heinrich Göbel habría patentado el primer bombillo, foco eléctrico o lámpara incandescente (por esta situación, Göbel mantuvo una disputa con Tomás Alva Edison), este fue un invento fundamental para el desarrollo de la humanidad; de aquí en adelante ya se pudo hacer muchas cosas durante las horas de la noche, sin tener que recurrir a la vela, ese artilugio que emitía una luz mortecina y que representaba la incierta posibilidad de consumirse o apagarse, y el peligro adicional de que pudiera provocar incendios y otras desgracias.

 

Pero existía algo más… Resulta que cuando la gente “pasaba a mejor vida”, es decir “se moría” (alguien ya dijo que “morirse es una costumbre que suele tener la gente”; apostaría que fue Jorge Luis Borges), había la tradición de mantenerla en casa por dos o tres días, mientras se realizaban los trámites de defunción correspondientes y se daba oportunidad para que otros familiares y amigos de la familia del occiso tuvieran oportunidad de acercarse a ofrecer sus condolencias y respetos pertinentes. Conjeturo que como esto era un proceso continuo, y que duraba de 48 a 72 horas, otros familiares y amigos se turnaban para acompañar a los deudos en las horas nocturnas. A este proceso se llamaba “velación” y no precisamente porque había que mantener la claridad con velas, sino porque los voluntarios se pasaban literalmente la noche en vela”, es decir sin dormir.

 

Para entonces desvelarse ya significaba privarse de sueño en forma voluntaria mientras se efectuaba cualquier tarea, labor o actividad: eso y no otra cosa era el celador nocturno o “velador”. Imagino, asimismo, que de ahí proviene otra curiosa expresión, aquella de “no tener vela en ese entierro” que, obviamente no hacía referencia a las espermas que se encendían sino a la condición de tener tal grado de cercanía –como amigo o familiar– que otorgaba el derecho a participar de algo tan íntimo como asistir en una cláusula, como la de las jornadas nocturnas, que permitía la acción y efecto de “velar” que, como se explica, era la parte nocturna del proceso fúnebre. De ahí vendría lo que más tarde se llamó velatorio: el trámite que ocurría anterior al entierro.

 

Hay, sin embargo, otra interesante connotación que contiene el vocablo vela. Y es que este trozo de género era lo más conspicuo que tenía la embarcación, lo más prominente: nada había tampoco que llegue tan alto. De todo ello debe haber surgido una simpática expresión, aquella de ser “un tonto (o un pendejo) a la vela”, que no quería decir ser un zoquete rapidísimo sino un estúpido “a más no poder”. Es decir era el mote que se ganaba el que en el concurso de los tontos “llegaba más alto”, es decir segundo (no ganaba por tonto). Bueno… “a la vela” también quiere decir “hecho a propósito”. Similar a “como anillo al dedo”: o sea, un tonto que “ni qué otra” para la situación…


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