02 diciembre 2022

Morbo gálico

Hace unos treinta años, cuando mis hijos eran todavía adolescentes, efectué con mi familia un viaje a New York y Washington. Visitar Manhattan fue una formidable experiencia durante ese verano, disfrutamos de las comodidades de un hotel recién estrenado en Times Square y pudimos sentir aquella bullente actividad que tiene la ciudad. Cuando fuimos a Washington tuvimos oportunidad de visitar dos museos extraordinarios pertenecientes al Smithsonian Institution: el Museo del Aire y del Espacio y el Museo Nacional de Historia Natural.

 

Este último presentaba una importante exhibición en esos días: era una retrospectiva de lo que había sido aquel traumático encuentro entre dos culturas disímiles cuando los españoles se encontraron con el Nuevo Continente. Sobre todo, el inesperado efecto que tuvieron ciertas enfermedades, y particularmente la viruela, en la inusitada mortandad que se produjo a lo largo del siglo XVI. Esto no se había resaltado debidamente en nuestros estudios escolares; se entendía que el aniquilamiento de la población aborigen obedeció al abuso hacia los pueblos originarios, sus precarias condiciones como esclavos; nunca se nos resaltó que había muerto tanta gente –de acuerdo con algunos, hasta un 75% de la población– debido a enfermedades, para cuyo contagio los nativos no se encontraban protegidos y, mucho menos, preparados.

 

Según los principales cronistas de Indias, un cálculo más objetivo de esas defunciones habría sido un guarismo de alrededor de un 30%. Los nativos simplemente no habían tenido oportunidad de desarrollar los anticuerpos correspondientes. Los aborígenes morían por millares. Los conquistadores tampoco disponían de recursos sanitarios para mitigar tan explosiva como desacostumbrada pestilencia; no había remedios o vacunas todavía.

 

Pero hubo algo más de lo que se hablaba en la exposición en esos días, se lo hacía en forma de conjetura: se hablaba de la posibilidad de que –cual verdadera “revancha de Montezuma”– existiera otra enfermedad que no había venido a América desde Europa, sino que hubiera viajado probablemente con rumbo opuesto. Se trataba de una afección de nombre maldito que para entonces todavía se la confundía, por sus síntomas, con el mal de Hansen (la lepra): se creía que la sífilis había sido transmitida a los descubridores en sus primeros contactos con las mujeres indígenas y que el tan temido “mal de bubas” era todavía inédito en Europa.

 

Estos días he tenido oportunidad de leer un libro muy interesante del que no tenía noticia; se trata de “1491. Una nueva historia de las Américas antes de Colón”, escrita por Charles C. Mann: realmente un texto apasionante. En “1491” (la mención del año ya es sugestiva) Mann expone el alto grado de desarrollo que habrían adquirido varias de las culturas o, si se quiere, civilizaciones americanas, mucho más adelantadas en algunos aspectos que lo que existía al otro lado del océano. Las sociedades americanas habían domesticado el maíz, tenían un calendario más exacto que el juliano, usaban matemáticas con el concepto de notación posicional y conocían el cero. Tenían ciudades más pobladas y habían incluso desarrollado formas de escritura.

 

Al final del libro existe un pequeño apéndice, “La excepción de la sífilis”; en él se contrasta, con interesantes argumentos, las diferentes posturas que pudieran existir con respecto al origen de la terrible enfermedad. Se comenta que pudo haberse desarrollado en África y que pudo existir una alta dosis de contagios poco antes de los viajes de Colón, debido al comercio de esclavos con Europa. De otra parte, hacia 1490, el Papa habría prohibido la existencia de leprosarios en el Viejo Continente, lo cual pudo haber incentivado el viaje de los afectados hacia el Nuevo Mundo. Hay indicios de que la enfermedad ya era conocida en Europa en los siglos anteriores al descubrimiento: lo prueban esqueletos encontrados en la costa oriental de Inglaterra con síntomas del mal.

 

Cuando en 1494 Carlos VIII de Francia trató de invadir Nápoles, había contratado un ejercito de mercenarios: muchos habían estado en los primeros viajes de Colón. Ya se sabe: las guerras significan saqueos, pillaje y violaciones; el mal se habría diseminado por vía venérea. Los franceses culparon a los napolitanos y lo tildaron de “mal italiano”; estos a los franceses y lo llamaron “morbo gálico”. Los cronistas de Indias registraron los contagios y esto daría lugar a que se lo conozca como “mal español”, no por los portadores sino porque muchas infecciones se dieron en la isla “Española”. Se lo conoció en el Caribe como “pinta”, ya que el capitán de la Pinta fue uno de los afectados… Lo más probable es que la horrible enfermedad ya habría existido tanto en América como en Europa dos mil años antes de 1492.


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