29 noviembre 2022

España, España *

Existe una postura trasnochada de cierta izquierda latinoamericana; esta cree reivindicar la circunstancia indígena sobre la base de rechazar los métodos del descubrimiento y la colonia. Sus cultores quieren analizar aquellos hechos (en los que indudablemente existieron abusos) desconociendo lo que nos legó la que antes, en muestra de gratitud, llamábamos “madre patria”. Utilizan para ello una forma mezquina de razonamiento sin considerar que no puede haber rigor si analizamos esos desmanes con la mentalidad del presente. Basten las expresiones de destacados patriotas americanos que hoy se han convertido en adalides de esa misma izquierda que desdeña todo lo español; para muestra de ejemplo, copio los epígrafes iniciales de la obra “Y Quito fue España”, de Francisco Núñez del Arco Proaño:

 

«Porque siendo de una Corona los Reinos de Castilla y de las Indias, las leyes y órdenes de gobierno de los unos y de los otros deben de ser lo más semejantes y conformes que puedan; los de nuestro Consejo, en las Leyes y Establecimientos que para aquellos Estados ordenaren, procuren recibir la forma y manera del Gobierno de ello al estilo y orden con que son regidos y gobernados los Reinos de Castilla y de León, en cuanto hubiere lugar y permitiera la diversidad y diferencia de las tierras y naciones.» — Ley XIII del Título II del Libro II de las Leyes de Indias.

 

«Te decía que la Historia la escriben los vencedores a su antojo y conveniencia y por ello es que nos ha llegado una mentira burda de un Tahuantinsuyo gigantesco deshecho por un puñado de rapaces al otro día de su llegada en un solo golpe de audacia y de crueldad. Y luego como España también fue vencida a su turno, los nuevos vencedores nos quieren endilgar una leyenda negra sobre nuestros tatarabuelos. Pero te digo que no. Ni los unos corderitos mansos marchando hacia el degüello ni los otros perros rabiosos sedientos de sangre. No. Las gentes que participaron en él no fueron peores que las que tomaron parte en cualquier otro de los enfrentamientos entre culturas dispares y de diferente acervo tecnológico. ¡Basta ya de mentiras! Basta ya de leyendas negras.» — Carlos de la Torre Flor, Chaupi punllapi tutaj yarcu.

 

«Hay un momento extraño y superior a la especie humana: la España de 1500 a 1700.» — Hippolyte Taine.

 

«El pueblo del Ecuador... un tiempo formó parte de la Monarquía Española... a la cual le ligan los vínculos de la amistad, de la sangre, del idioma y de las tradiciones.» «España nos dio cuanto podía darnos, su civilización; y, apagada ya la tea de la discordia, hoy día, sus glorias son nuestras glorias, y las más brillantes páginas de nuestra historia, pertenecen a la historia española.» — Eloy Alfaro Delgado, presidente de la República del Ecuador

 

«No, ellos no son cobardes; no, ellos no son malos soldados; no, ellos no son gavillas desordenadas de gente vagabunda: son el pueblo de Carlos Quinto, rey de España, emperador de Alemania, dueño de Italia y señor del Nuevo Mundo... No, ellos no son cobardes; son los guerreros de Cangas de Onís, Alarcos y las Navas; son el pueblo aventurero y denodado que invade un mundo desconocido y lo conquista; son la familia de Cortés, Pizarro, Valdivia, Benalcázar, Jiménez de Quesada y más titanes que ganaron el Olimpo escalando el Popocatepelt, el Toromboro y el Cayambe.

 

Pueblo ilustre, pueblo grande, que en la decadencia misma se siente superior con la memoria de sus hechos pasados, y hace por levantarse de su sepulcro sin dejar en él su manto real. Sepulcro no, porque no yace difunto; lecho digamos, lecho de dolor al cual está clavado en su enfermedad irremediable. Irremediable no, tampoco digamos esto: si España se levanta, se levantará erguida y majestuosa, como se levantara Sesóstris, como se levantara Luis XIV, ó más bien como se levantara Roma, si se levantara.

 

Cuerpo enfermo, pero sagrado; espíritu oscurecido, pero santo, ¡España! ¡España! Lo que hay de puro en nuestra sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti lo debemos. El pensar a lo grande, el sentir a lo animoso, el obrar a lo justo, en nosotros, son de España; y si hay en la sangre de nuestras venas algunas gotas purpurinas, son de España. Yo que adoro a Jesucristo, yo que hablo la lengua de Castilla; yo que abrigo las afecciones de mis padres y sigo sus costumbres, ¿Cómo habría de aborrecerla?» — Juan Montalvo, Siete Tratados.


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