18 noviembre 2022

Unos frasquitos con alas…

Se vive estos días en España una suerte de mezcla entre “thriller” y culebrón; mitad cine de misterio, mitad novela detectivesca. Hay en ello mucho de astucia y algo de complicidad, una cuota de esnobismo y un cierto aire de conspiración. Se trata, si no hay una impostura, de la sustracción ocurrida en un hotel–restaurante de Extremadura (dos estrellas Michelín), de 45 botellas de vino valoradas en la cifra de 1.6 millones de euros. Los perjudicados aducen que entre los frascos sustraídos se encontraría un Chateau d’Yquem, cosecha 1806, cuyo valor superaría los 300.000 euros. No está claro si hubo robo o si el suceso configuraría hurto.

 

Luego de la denuncia, la policía habría identificado a los probables culpables; esto, gracias al registro de las imágenes obtenidas por las cámaras de seguridad del establecimiento. Se trataría de un rumano–holandés de 47 años y su compañera (y cómplice para el efecto): una supuesta reina de belleza 20 años más joven. El lote incluiría hasta seis “caldos” del siglo XIX. La policía conjetura que “pudiera tratarse de un especialista en enología”; un aficionado a los vinos caros, alguien que “quizá habría robado por encargo, con un comprador pactado de antemano”. Si excluimos al d’Yquem, hablaríamos de 40 botellas con un precio que supera los € 30.000 por cada una. ¡Todo un santuario! No existe mercado para un lote tan selecto.

 

Los vinos habrían sido sustraídos de la bodega durante la noche; el ladrón los habría trasladado temporalmente a la habitación de la joven. Una vez ahí, utilizando ropa de cama, habrían acondicionado las botellas en tres mochilas con la intención de movilizar el botín fuera del hotel en horas de la madrugada. No se menciona, pero se sugiere que la policía no habría descartado que, tal como pasa en las películas de misterio, quizá no se trate de un robo sino de una auto-sustracción; es decir, sería una operación programada desde adentro con el propósito de denunciar el aparente perjuicio y luego cobrar un cuantioso seguro. Se trataría de un robo disimulado en su apariencia.

 

Pero, ¿cómo se pueden transportar 45 botellas (casi cuatro cajas de doce unidades) en tres mochilas? Sería físicamente imposible; aun asignándole una fuerza superior a la cómplice; cada persona debería transportar cuatro mochilas con casi seis botellas cada una, a menos que se hubiesen efectuado dos viajes, lo cual no se ha registrado en la evidencia. Todo lleva a pensar que los actores pudieron gozar de asistencia desde adentro. Además, no intimidaron a nadie ni tuvieron que usar la violencia. Tampoco se ha descartado que no tuvieran que forzar el sistema de seguridad de la cava; en otras palabras: es probable que utilizaron las tarjetas del propio local o que las puertas ya estuvieron abiertas. Así, no habría robo, tan solo hurto…

 

Pienso por un momento en el cuidado que requirió el d’Yquem a lo largo de, al menos, ocho generaciones (214 años divididos para 25 requieren, al menos, de ocho personas). Tampoco existe seguridad ni garantía de que el vino estaba en condiciones de ser disfrutado; por lo tanto, su precio sería estrictamente un valor de carácter simbólico, el tipo de valor subjetivo que alcanzan los ítems de colección. De otro modo, por fino y bien conservado que fuera el vino, este tiene un límite de maduración. Pasado ese tiempo, y tras una determinada etapa de estabilización, llega un inexorable proceso de avinagramiento (el vino se va convirtiendo poco a poco en vinagre), luego adviene un cambio ineluctable de color y sabor;  es cuando el vino se “tuerce” y adquiere un desagradable e inconfundible olor a moho.

 

Cara al aspecto jurídico, existe algo más: a menudo los términos robo y hurto son utilizados como si fuesen sinónimos. Sin embargo, a diferencia del hurto, el robo requiere del uso de la fuerza, de cualquier forma de violencia o intimidación. El hurto supone astucia aunque no violencia. En inglés, el hurto recibe el nombre de larceny o theft; en tanto que el de robo es conocido como “robbery”. El primero, de acuerdo con sus características, casi siempre es una falta, el segundo es ya considerado un delito.

 

Hurtar es tomar o retener bienes ajenos contra la voluntad de su dueño, pero sin recurrir a intimidar a las personas o actuar con violencia. La pena sería mayor si se neutralizan o inutilizan los dispositivos de alarma (ya sería usar la fuerza). En España, si el hurto no llega a 400 euros, es considerado falta y no delito. Sobre este valor, la pena es de 6 a 18 meses de cárcel, pero la pena puede extenderse hasta tres años “si los objetos sustraídos tienen un valor artístico, histórico, cultural o científico”… Robar, es quitar o tomar para sí con violencia o fuerza lo que es ajeno. Forzar cerraduras –o utilizar llaves o tarjetas electrónicas falsas– haría que el acto sea considerado robo; su pena sería privación de libertad (desde tres hasta seis años de reclusión).


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