04 noviembre 2022

La “tesitura” del aviador

Hace pocas semanas publiqué una entrada con el título “La circunstancia del aviador”. Hoy estuve tentado a repetir el título (como parte dos) pero advertí que quería hablar de una muy distinta circunstancia. Se me había ocurrido usar el término “tesitura” en lugar de circunstancia, esto a pesar de que un par de amigos insisten en que a veces utilizo palabras que no entienden o que son un tanto “rebuscadas”. Yo uso tesitura con parecido sentido, como eso mismo: circunstancia, situación, predicamento o condición; el DLE (antes DRAE) define tesitura como coyuntura, encrucijada o circunstancia. Algo me dice, no obstante, que, para lo que quiero exponer, quizá por su sentido etimológico, tesitura es en este caso la palabra más adecuada.

Veamos: el mismo diccionario menciona que tesitura viene del italiano tessitura y este del latín tessere que significa tejer, acción que no es otra que fabricar una textura, un tejido. Visto así, tesitura es algo más que una circunstancia, es más bien un entramado, una combinación de circunstancias; es abundancia de coyunturas o multiplicidad de encrucijadas. Un tejido es algo más que una condición, es a la vez labor y tarea (piénsese en una textura fabril, por ejemplo), es un entramado hecho de bisectrices diminutas que, para su elaboración, ha seguido un proceso y una secuencia. Es lo que hoy llaman algoritmo: un conjunto ordenado de operaciones que permiten llegar a un resultado.

 

Cuando en días pasados hablé de la “circunstancia del aviador” mencioné los aspectos físicos que afectan su actividad (ruido, exposición al riesgo, vibraciones), pero dejé pendientes, con intención, las consecuencias inmediatas de su ejercicio: básicamente la itinerancia de su oficio, el alejamiento de su hogar y de su ambiente natural (sus ausencias). Porque si hay algo que importa más que los ruidos y las vibraciones, que el impacto de los rayos cósmicos o el efecto de las continuas presurizaciones, es ese ir y venir (cada vez hacia un lugar distinto) que convierte su oficio en algo ambulante, errabundo y... “planetario”. No es coincidencia que en inglés se llame “wanderers” a los planetas, palabra que quiere decir vagabundos, porque literalmente deambulan por toda la esfera celeste…

 

Ese estar y no estar, esa presencia intermitente, la ausencia en las celebraciones familiares, aquel desplazamiento durante las efemérides importantes, ese “no estar” cuando ocurren los accidentes, desgracias y calamidades… todo constituye un entramado complejo que prefiero considerar como una “una gran y privativa circunstancia”: una tesitura. Para colmo, las tareas relacionadas con la aviación reciben todavía en nuestro medio un exiguo reconocimiento; prueba de ello es el inusitado éxodo de gran parte de los profesionales aeronáuticos hacia otras latitudes (y longitudes). Si desean un mejor estándar de vida, ofrecer una mejor educación a sus hijos y optar por mejores oportunidades, están obligados a considerar otras opciones. Se ven obligados a desarraigarse y emigrar.

 

La posibilidad de conocer otros países ofrece al piloto una visión más amplia; él intuye que el mundo no es tan ancho ni tan ajeno, como alguien postulaba. Ir a ofrecer sus servicios y capacidades, en tierras allende los mares –en Asia particularmente–, le parece tanto una aventura cuanto un desafío; hay una parte de la ecuación que se presenta como un esfuerzo, si no como un sacrificio, pero aprecia su contraparte: las novedosas e inéditas oportunidades. En la expectativa, se integra una auspiciosa coyuntura: vislumbra el aporte para el futuro de la familia, para la formación de los hijos o para anticipar los recursos que harán más fácil su propio futuro. Él ya estaba cansado de admirar otros estándares, cual  mendigo frente a una vitrina, apreciando cosas que sabía que no las podría conseguir…

 

El aviador sabe que, como toda tesitura (como todo tejido), la oportunidad ofrecida es efímera y contingente y que ahí, en las encrucijadas, condición donde los caminos se cruzan, confluyen o bifurcan, surgen siempre nuevas oportunidades y nuevas coincidencias. Interpreta entonces la coyuntura como un riesgo manejable, pero también como una posibilidad para otras generosas alternativas. En medio de la comprensible incertidumbre, confía también en las bondades que suele ofrecer el destino, que luego le deparará –¡inshallá!– mejores coyunturas y, por qué no, impensadas y felices circunstancias. Entonces, solo entonces, comprenderá el valor que tuvo su atrevimiento, comprobará cuál era el premio que le iba a entregar tan visionaria apuesta, tan esforzado compromiso.


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario