11 noviembre 2022

Memorias de los mundiales

Fui aficionado al fútbol desde siempre; todo empezó en los recreos de la escuela. Entonces ya fui hincha de mi primer equipo; este se llamaba “España”, pero el talismán habría de quebrarse cuando decidieron cambiarle de nombre y le bautizaron de “Politécnico”. Sucedió en forma casi simultánea a un partido que jugaba la Liga en Guayaquil y perdía con Barcelona 2 x 0; llovía y transcurrían los cinco minutos finales. Yo escuchaba el partido por la radio y, cuando menos lo esperaba, empató Liga. Ese sería el inicio de mi romance con el equipo blanco.

 

Como cuento, hasta tercero jugábamos en los recesos. Al grito de “Segundo A – Segundo B” (o Tercero), nos enfrentábamos por fragmentos aunque el partido continuaba hasta la salida de la tarde. Entonces no me destacaba como uno de los más hábiles (ni tampoco después) pero, como lo que a mi más me gustaba era meter goles (quizá por aquello de las ovaciones), había desarrollado un especial sentido de ubicación y oportunidad. Raro era el día que no contribuía a aumentar el marcador (aunque sea con la “última puntada”). El “patio-de-abajo” en La Salle era más adecuado para jugar al fútbol; el de arriba estaba destinado, en forma casi exclusiva, para jugar al básquet.

 

Resulta paradójico pero a partir de cuarto yo, ya no volví a jugar al fútbol: me convertí en un asiduo cultor del básquet. Tenía “buena mano” (puntería) pero nunca desarrollé un adecuado sentido del regateo (ya se decía “dribbling”). Más tarde, y ya como piloto y volando para la Texaco, en Lago Agrio, mejoré mucho mis recursos futbolísticos: aprendí a bajarla con el pecho, a cambiar de ritmo, a cabecear, a levantar la frente y escoger a quién pasar; amén de aprovechar de mi innato raudo desplazamiento por la banda para propiciar un centro al “área de candela”. Así me hice merecedor al cuasi aeronáutico remoquete de “Che Gaviota”… En ese tiempo practicábamos en el calor de la canícula, de lunes a jueves. Llueva, truene o relampaguee.

 

Mi programa laboral era de “una semana adentro por una semana afuera”. Un día, mientras cumplía mi semana de descanso en Quito, me hice invitar para que me dejaran entrenar con el equipo de la U. Católica en cuya categoría de reserva pude hacer mis primeras (aunque también fugaces) presentaciones. Por esos días fue cuando “cometí” matrimonio y también pasé a volar en Ecuatoriana. Fue en ese mismo tiempo que, debido a mis itinerarios, mis prácticas se hicieron ya más irregulares. No obstante, me iba dando cuenta de la simpatía con que me trataban los demás jugadores. No había sido porque reconocían mis progresos, sino porque querían que les “importara” el último modelo de zapatillas cuando viajaba a esa capital futbolística del mundo que es Buenos Aires…

 

Pero… creo que otra vez estoy transigiendo ante la vanidad. Lo que de verdad quería contarles es mi experiencia con los mundiales, a cuento de que estamos próximos a la cita de Qatar (o Catar, como prefiere la Academia): Yo era todavía muy niño, tenía seis años cuando se jugó el mundial del 58 (soy de fines del 51). Cursaba primer grado, no había todavía televisores; fue ese el primer mundial que ganaría Brasil. El “certamen” del 62 fue en Chile, donde Brasil repitió el campeonato; entonces se destacaba un jugador a quien vi jugar personalmente: el insuperable rey Pelé; esta transmisión recuerdo que la escuché mientras pasaba vacaciones con mi padre, en Tulcán: eran narraciones radiales, siempre afectadas por la interrupción de la señal y por el ruido de la interferencia.

 

El mundial del 66 se llevó a cabo en Inglaterra (tierra de los “inventores” del fútbol): fue campeón el anfitrión. Para el del 70, efectuado en México, ya hubo transmisión televisada; Brasil habría de resultar nuevamente campeón (México repetiría como anfitrión 16 años después, oportunidad cuando Argentina se coronó campeón, igual que lo había logrado ocho años antes, en el 78). En el 74 fue campeón otra vez el anfitrión, Alemania; sería su segunda corona. En el 82 la competición se llevó a cabo en España y el ganador fue Italia (sería esa su tercera vez). En el mundial de Italia 1990 la copa fue a manos del equipo Alemán; ahora eran tres los equipos que habían ganado tres veces el ansiado campeonato mundial (conjuntamente con Brasil e Italia). 

 

Lo demás es historia más reciente: en el 94 se jugó en Estados Unidos; estuve invitado por una entidad bostoniana y Brasil fue campeón por cuarta vez. El del 98 fue también a las manos del anfitrión, Francia. Para el primero de este siglo (2002) se probó la organización de dos países vecinos, Corea y Japón: Brasil conseguiría su quinto título y fue la primera vez que participaba Ecuador. El del 06 se realizó en Alemania, pero se desquitó Italia de lo que le había ocurrido 16 años atrás. El del 2010 se realizó en Sudáfrica y, asimismo, España logró su primer campeonato mundial. En el 14 también fui invitado; contra todo pronóstico no ganó el anfitrión que cayó goleado por Alemania, el nuevo campeón. Finalmente, en el 18 se jugó en Rusia y Francia se llevaría el último de los codiciados trofeos.


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