22 noviembre 2022

Pessoa, el poeta plural

“Un frío desasosegado pone unas manos gélidas alrededor de mi pobre corazón”. F. Pessoa – El libro del desasosiego. 

 

Fernando Pessoa fue un personaje singular; dadas las características de su tímida, recluida e introvertida personalidad, lo fue también por su particular dedicación a la literatura. Pero fue plural por sus innumerables heterónimos, todos esos dispares homónimos o nombres de pluma. Pero no procuró tan sólo fabricar otras firmas, otros responsables de sus poemas. Esa génesis requirió de una tarea inicial aun más compleja, todo un desafío: empezó por crear distintos alter egos, portadores de las diversas facetas de su propia personalidad, a quienes encargó las diferentes aristas de su corriente creativa: toda una gestión de Prometeo.

 

Fernando Antonio Nogueira Pessoa es considerado uno de los más importantes escritores del siglo pasado y uno de los más brillantes poetas lusitanos. Fue también filósofo y era un formidable traductor que, además, escribió en inglés y francés. Vivió en Sudáfrica parte de sus primeros años; había creado aquellos heterónimos para expresar con más libertad sus opiniones atípicas o de exigua aceptación, para ventilar ciertas posturas radicales a fuer de que pudieran parecer extravagantes. Fue ante todo un creador, uno que no solo dio la luz a sus poemas sino también a sus imaginarios autores. No siempre se sabía quién escribía y con qué intención; quizá por ello era tan enigmático.

 

Pessoa hizo mucho por su propósito vital pero vivió muy poco, murió demasiado joven: tenía solo 47 años. El destino quiso que su obra más conocida, El libro del desasosiego, firmada por su más parecido heterónimo, el contable Bernardo Soares, fuera publicada también 47 años después de su muerte. No hay pesimismo en la obra del portugués, ella trasunta nostalgia e inconformismo. Su ínclita e incesante tarea lo convirtió en el escritor del asombro, de la perplejidad frente a la circunstancia humana, en portavoz de la nostalgia por la tierra, con ese vocablo intraducible que solo tiene su idioma: saudade… Murió bastante olvidado, casi como un desconocido. Habría sido uno de los mayores cantores de una lengua a la que él llamaba “su patria”.

 

Pero los suyos no eran meros seudónimos, estaba consciente de que no eran simples  “nombres falsos”. Eran personajes poseedores de oficio y personalidad, de propias actitudes e implícita filosofía, seres con fecha de nacimiento y de caducidad; y que, por su naturaleza, se resistían a ser considerados ficticios. No habría en el autor, por lo tanto, “una pasión por el disfraz”, una pretensión por no ser o por parecer otro. Vistos así, sus personajes estaban lejos de constituir una caricatura, aspiraba a que fueran fieles representantes de las múltiples facetas de su camaleónica personalidad. No deja de ser una ironía que “pessoa” quiera decir persona en portugués: individuo, alguien. Ya que si al ser se le despoja de identidad o de individualidad se lo convierte en nadie.

 

Hay en su filosofía un signo de inconformidad frente a la insensibilidad y complacencia de la gente sin aspiraciones. "Me irrita la felicidad de todos esos hombres que no saben que son desgraciados –escribe en el Libro del desasosiego–. Su vida está llena de todo cuanto constituiría una serie de angustias para una sensibilidad verdadera. Pero, como su verdadera vida es vegetativa, lo que sufren pasa por ellos sin tocarles el alma (…) sin darse cuenta, del mayor don que los dioses conceden, que es el de ser semejante a ellos, superior como ellos (aunque de otro modo)”.

 

Un arcón repleto de miles de hojas fue encontrado después de su muerte; contenía sus escritos elaborados con una caligrafía indescifrable. Su contenido haría pensar en nuestros disimulados defectos, nuestros íntimos secretos; en esas calladas concupiscencias que todos tenemos, que –si una día las juntásemos– daría para congestionar múltiples formas de insania digna de muy especializados manicomios. Ante ello, no caben nuestros remilgos de lucidez, pues, como el mismo profería: Pasar de los fantasmas de la fe a los espectros de la razón no es más que ser trasladado de celda (pero continuando en el mismo sanatorio). De hecho, saber navegar es lo que cuenta en la vida, y no eso de tener ínfulas de ser siempre el comandante…

 

Pessoa fue el poeta de los cien rostros; se apoyaba en ellos para que expresaran su intrigante imaginación. No, no eran máscaras, aunque le sirvieron para embozar sus excesivos escrúpulos morales. Con ellos cumplió su propósito de vida: procuró “combatir, siempre y en todo lugar, a los tres grandes asesinos: la Ignorancia, el Fanatismo y la Tiranía”.


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