12 mayo 2023

Esa inercia que tiene el mito

Es como si quisiéramos vivir de la mentira. Somos no solo propensos a mentir; a menudo preferimos que se nos engañe con mitos y fantasías. De niños nos hacemos adictos a los cuentos de hadas y más tarde creemos que lo que en ellos sucede puede ser un referente para nuestras vidas. Las distintas mitologías están repletas de lo propio: son una serie de episodios en los que participan diversos personajes cuya estirpe satisface nuestra mitomanía… Prestidigitadores y políticos hacen lo mismo: han descubierto que preferimos que nos digan lo que nuestros oídos quieren escuchar.

 

Es también la historia del Convair 990, “el avión más veloz que ha existido”. Pocos saben que eso es pura fantasía. Pero… hablemos de antecedentes como la expedición de Pánfilo de Narváez, quien vino a América en 1520; retó a Cortez, perdió un ojo y soportó el cautiverio. De vuelta a España, consiguió permiso real para explorar la Florida. Fue nombrado gobernador y adelantado, partió de Sanlúcar (1528) con 600 hombres y 5 navíos; enfrentó deserciones y tormentas; navegó por el lado del golfo con 300 hombres. Sufrió el acoso de los nativos; y, ya sin naves, sus hombres fabricaron canoas para seguir hacia occidente. Naufragó –cerca del delta del Mississippi– donde se salvaron solo tres españoles y un esclavo”. Pánfilo significa bobalicón o cándido, es un nombre que no se debe poner a los hijos.

 

Los náufragos siguieron hacia poniente y llegaron a Culiacán ocho años más tarde: habían caminado por más de 2.000 km. Lo contó un tal Álvar Núñez Cabeza se Vaca, uno de los sobrevivientes. Ellos transmitieron los rumores que habían escuchado a los aborígenes: la existencia de fabulosas ciudades repletas de joyas y metales preciosos. Esto hizo, en 1539, que el virrey encargara una expedición al fraile Marcos de Niza, en cuyo catecismo faltaba un precepto, aquel de “no mentir”. Niza se llevó al esclavo y volvió con el cuento de las siete ciudades de Cíbola y Quivira, conjunto que, según él, era más grande y rico que la gran Tenochtitlán. Dijo que, a esta, la había visto desde lejos”…

 

La historia fue escuchada por un muchacho ambicioso: Francisco Vásquez de Coronado: era el segundo hijo de un hidalgo que, para cuidar su fortuna, se había acogido al mayorazgo. Francisco había quedado descartado, pero “estaba bien casado”; era hombre de confianza del virrey de Nueva España y tenía 30 años. Hipotecó los bienes de su esposa y financió una costosa expedición en 1540; descubrió el cañón del Colorado y llegó hasta Kansas, pero el viaje fue un completo fracaso; nunca vio oro, plata ni indios enjoyados. Regresó dos años más tarde, había comprobado que eso de las ciudades era un mito. Pasado el tiempo, en esa parte de Estados Unidos, no hubo negocio que no quisiera llamarse Coronado. Así se llamó también a una isla ubicada frente a San Diego, desde cuya pista partiría un Convair 990 para ser entregado a Swissair que, con ese mismo nombre, Coronado, habría luego de operarlo.

 

Convair resultó de fusionar Consolidated y Vultee Aircraft; se especializó en fabricar aviones militares; su sueño fue competir con Douglas y Boeing. Apostó a un lujoso avión trans-sónico que fuera más rápido. El 990 se inspiró en el 880 cuyo nombre obedecio a su velocidad (880 pies/seg). Este era más angosto y con un 30% menos de capacidad (filas de 5 asientos); y, además, menos eficiente y más caro que los modelos cortos de la Boeing (720 y 727).

 

El 990 fue un avance del 880-M (un modelo mejorado); se lo llamó así, 990, porque la promesa de Convair fue de que volaría a 990 km/hora (635 mph), esto implicaba que volaría a un número Mach superior a .90; lo harían también más largo para subir su capacidad de 122 hasta 137 asientos, estaba equipado con motores fan de 16.000 libras de empuje. Incorporaría Krueger flaps, tanques más grandes de combustible y un timón reforzado. El avión, sin embargo, nunca alcanzó la velocidad publicitada; una vez llegó a Mach .97, pero sin potencia en los motores y ¡en descenso! Los soportes de los motores exteriores generaban tal turbulencia que solo logró ser eliminada con lo que parecían unas “canoas invertidas” instaladas sobre las alas, eran tanques aerodinámios que atenuaban el necio traqueteo.

 

Preocupada por su desprestigio, Convair fabricó el 990-A, con nuevas correcciones que tampoco produjeron lo esperado. Tenía una velocidad permitida de Mach .87 (o M .91 en descenso pero sin potencia), su crucero era de M .84 (casi 100 km/h menos de lo ofrecido). Quemaba 14.000 libras por hora lo cual limitaba aun más su precaria autonomía. Los Convair constituyeron un fracaso comercial absoluto; se construyeron 65 unidades (entre las series 800 y 900) con 17 accidentes (un 25%). La empresa declaró pérdidas por medio billón de dólares y desapareció en 1966. Es un mito aquello de que el 990 volaba a M .97; debía operar a Mach .84. Me lo dijo un piloto que gozaba de mi admiración y confianza. Fue uno de los dos pilotos certificados en el avión que tuvo AREA. Fue mi mentor; se llamaba Galo Arias.


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