26 abril 2024

Entre el estuario y el lago

Solo descubro su presencia cuando me lo advierten. Hay en su actitud una evidente ausencia de agresividad, una forma de serenidad que no insinúa aquel gesto elusivo que pudiera sugerir una disimulada hostilidad. Me mira el bicho con manifiesta indiferencia, como si intuyese una improbable invasión a su acostumbrado territorio. Es la primera ocasión que puedo observar de cerca a este tranquilo mamífero cuyo nombre proviene del náhuatl y que llaman coyote. Esto sucede en una apacible pradera de Seattle, puerto privilegiado del noroccidente de los Estados Unidos, ubicado no muy lejos de la costa del Pacífico.

La ciudad se ubica entre el lago Washington, cuerpo de agua apacible dotado de indolente balanceo, y el Puget Sound, un estuario que proclama la proximidad de la urbe con el más extenso de los océanos. Seattle se recuesta sobre una bahía que parece burilar la impronta de su carácter; y que –caprichosa– se asienta sobre el perturbado perfil de una comarca lacustre. La factura es irregular, definida por promontorios y notables depresiones. Así, la urbe se asienta sobre el mismo lugar donde “no satisfechos con su primera fundación”, los primeros pobladores europeos optaron por reconstruirla sobre su original emplazamiento.

Allí, el trazo de las calzadas ha impuesto indóciles declives donde se han arrimado soberbias estructuras; su travieso perfil se refleja en las aguas del estero cual si fuera un tornadizo caleidoscopio. Hacia poniente se descubre Elliott Bay, que define la silueta de esa parte de la ciudad, la integra y la circunda. El paisaje sugiere al visitante que se encuentra frente a la inmensidad del Pacífico; mas, de improviso advierte la presencia de un formidable macizo que surge en medio de las aguas: se trata del monte Olímpico. Descubre entonces que existe todavía una extensa península que separa al estero de la infinidad del océano.

Seattle da albergue a un inusitado contingente de exóticos grupos étnicos que han llegado con ilusión a probar fortuna. Es gente que ha encontrado una tierra donde prevalecen el sosiego, el respeto y la armonía; y donde puede soñar con un mejor futuro para sus descendientes. Allí han germinado novedosos proyectos y aventuras empresariales como Microsoft, Starbucks o Amazon, que han surgido para consolidarse y se han difundido más tarde por el mundo. Allí se halla la fábrica más grande que existe sobre la faz de la tierra, un hangar descomunal donde se ensamblan los imponentes aviones Boeing.

 

En la primera década de este siglo, gracias al ímpetu renovador que caracterizó a la urbe, el municipio evaluó el servicio –y la brutal contaminación visual– que producía el viaducto Alaska (una sección de la Ruta Estatal 99), una autopista de dos plantas ubicada junto a la ribera del estero (bautizado Puget en honor a Peter Puget, un teniente que había acompañado a George Vancouver en su expedición de 1792). Surgió entonces la iniciativa de reemplazar la RS 99 con un túnel que, al pasar por debajo del antiguo recorrido, permitiera crear una amplia zona de esparcimiento que contribuyera a promover la belleza y atractivo de la ciudad. La visión era convertir al “waterfront” en un sector peatonal que, combinado con parques y centros de negocios, impulsara el turismo y la economía; creara empleo y promocionara a la ciudad.

 

Entonces, luego de aprobarse la alternativa vía referendo, y de acordarse un presupuesto de 3.3 billones de dólares, se decidió la contratación de una gigantesca máquina perforadora (una TBM o Tunnel Boring Machine), que se encargaría de taladrar un formidable túnel (más de tres kilómetros de largo y 16 metros de sección, en doble planta), que permitiría corregir las desventajas del viaducto mencionado, aunque sin paralizar todavía el tránsito vehicular que este facilitaba. La gigantesca máquina, llamada Bertha, se había inspirado en un artefacto similar que, pocos años antes, había sido utilizado para construir el túnel que une Inglaterra y Francia, que cruza entre Dover y Calais (por debajo del Canal de la Mancha) y consiste en tres corredores de 40 km. de largo (dos túneles con opuesto sentido y un corredor de servicio). 

 

Es tan admirable el desempeño de esta prodigiosa perforadora–excavadora circular –que, además, se encarga de construir en forma simultánea la estructura exterior de concreto–, que permitió planificar la construcción total de este paso deprimido en el insospechado plazo de dos años (el tiempo finalmente se duplicó, debido a inesperados inconvenientes mecánicos).

 

Es Seattle una urbe sorprendente, donde gente de disímil procedencia ha optado por un civilizado acuerdo. Allí, sus residentes lucen siempre cordiales; incluso los animales lucen también dóciles y parecen estar siempre sosegados; hasta los coyotes dan la impresión de avenirse al lugar en amable convivencia…


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