16 abril 2024

Un asilo inconsulto

Anda rodando por ahí un video algo “chusco”, no tendría mayor importancia si no fuera porque es una imagen lamentable nada menos que del actual presidente mexicano. En ella, el señor López Obrador, que, según parece, prefiere ser conocido por sus “nada ancestrales” apellidos completos, intenta contar una entretenida anécdota, algo que a él mismo alguien le habría contado. El punto es que, en el intento de narrar un cómico episodio, el mandatario olvida el cuento, o cómo mismo tenía que contarlo, y empieza a dar rodeos y a repetir dos o tres palabras, tratando de recordar lo que a él le habría parecido tan interesante que justificaba un merodeo memorioso que impacienta a su audiencia por un par de minutos… 

Sí, cualquiera puede olvidar algo que quiso compartir, dirán ustedes (realmente, ¿a quién no le ha pasado?, sobre todo si se trata de contar algo que produce hilaridad). Mas, el meollo del asunto no es el olvido en sí, es la insólita obcecación de todo un personaje público que no cae en cuenta de la dignidad de la posición que representa y que, lejos de pedir disculpas por el olvido y continuar con el hilo de su discurso, se pone a divagar cual si estuviera embriagado o afectado por alguna sustancia que lo mantiene alelado. El inaudito episodio es en realidad paradigmático, en el sentido de que puede servir de ejemplo de la forma en que no puede, ni tampoco debe, comportarse un importante hombre público. De hecho, lo sucedido ilustra, además, la risible –e irrisoria– carencia de sentido de majestad  que exhibe el frustrado mandatario.

 

Lo relatado viene a cuento de la provocada crisis diplomática, que se ha desencadenado en estos días por voluntad del jefe de gobierno mexicano, que no ha dudado en interrumpir las relaciones diplomáticas que los pueblos de México y Ecuador han mantenido por tan largo tiempo. Y digo “provocada” porque conceder asilo a un ex–funcionario que ha sido acusado, juzgado y sentenciado como culpable de haber recibido sobornos y de haber hecho mal uso de fondos públicos, es simplemente no entender la razón de ser y la finalidad de un recinto diplomático, que no puede ser transformado en hotel para brindar hospedaje a alguien que, abusando de su posición administrativa, ha cometido un acto indigno y reprochable. Nadie, mucho menos, el primer representante de un país amigo, puede encubrir a un delincuente.

 

No quiero, con esto, justificar la acción posterior del gobierno ecuatoriano, aquella de ordenar una violenta irrupción en un inviolable recinto diplomático, aquél de la embajada mexicana. No obstante, dados los antecedentes que la misma situación había tenido (como los de declarar “huésped” a un acusado por corrupción o efectuar declaraciones poco afortunadas relativas al magnicidio de un candidato presidencial), no podemos sino preguntarnos: ¿qué otra acción o respuesta digna le quedaba al sorprendido gobierno ecuatoriano, sabedor –como estaba– de los preparativos que, obviamente, se estaban fraguando para asegurar la inminente fuga del ex vicepresidente Glas? Esto, para no mencionar las repercusiones internas, en especial la burla y el rechazo público, que el escape del desaprensivo ex dignatario hubiesen producido…

 

Hay en las acciones del gobierno mexicano –no en las de su pueblo– un velado desafío, una solapada bravuconada; tan torpe actitud coquetea con el hostigamiento. No solo que conceder “hospedaje” a un sentenciado contradecía expresas normas internacionales de asilo, sino que haber actuado en la forma en que se lo hizo, solo reflejaba una lamentable distorsión: se estaba utilizando un recurso legítimo, reservado para fines humanitarios, con propósitos ideológicos. Esto es sumamente grave, constituye la manipulación de un valioso arbitrio; y expresa la muy triste confusión de un claro concepto, pues equivale a declarar que la afinidad ideológica está por encima de la ética. Que ya no cuentan ni los valores ni los principios.

 

Tampoco la OEA, Organización de Estados Americanos, ha actuado y resuelto en la forma más atinada posible. Concedido: no podía hacer otra cosa que condenar la violenta incursión en la embajada mexicana… pero tampoco ha rechazado, como correspondía, las reiteradas y tendenciosas interferencias del gobierno mexicano en asuntos internos de otro Estado. Quizá la única alternativa que pudo haber considerado el gobierno ecuatoriano era la de repudiar la intromisión del presidente López, que exacerbó los ánimos, no permitir la salida del fugitivo del recinto diplomático y advertir que se vería obligado a disponer la estricta revisión de todo vehículo, sea de la condición que fuere, que se dispusiera a salir de esa sede diplomática.


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