30 julio 2024

Amigos y compañeros

Nuestros primeros amigos fueron los que nos regaló la escuela, fueron aquellos compañeros con los que fuimos logrando coincidencia, mutua simpatía e identidad. Pasado el tiempo, fuimos conociendo otros amigos; estos y los anteriores se convirtieron así en los hermanos que nos regaló la vida. Como es lógico y comprensible, no todos llegaron a tener con nosotros un mismo grado de afecto e intimidad.

A muchos compañeros dejamos de ver luego de terminado el colegio. Entonces, a esos amigos de la escuela y a los otros, a los que más tarde fuimos adquiriendo, fuimos tratando de frecuentar con mayor asiduidad (a eso es lo que  llamamos “cultivar una amistad”). Tengo la suerte de frecuentar un grupo de amigos (aunque no necesariamente son los más cercanos) con los que me reúno casi todos los martes; con ellos, además, comparto una simpática costumbre: organizamos un almuerzo de aniversario hacia mediados del año y participamos en otra reunión parecida hacia finales de año, esto es poco antes de la Navidad.

 

Con los compañeros sucede algo distinto (nos graduamos hace más de 50 años): nos vemos poco, la vida nos ha tratado con diversa fortuna y no siempre tenemos la suerte de compartir nuestra lejana identidad. Cuando nos reunimos reafirmamos nuestros valores y rememoramos el pasado no sin cierta nostalgia. Como nos vemos de vez en cuando, es como si “comprobáramos el paso del tiempo”, o cómo han variado nuestras fisonomías. Y, como ya sucede, confirmamos cuan vertiginoso se ha tornado nuestro envejecimiento…

 

Hace no mucho nos reunimos con los amigos de los martes; lo celebramos con un almuerzo de aniversario. La reunión se efectuó en la propiedad de uno de los amigos; esta lleva el nombre de La Compañía. Esa hacienda tiene su historia, pues perteneció a la Compañía de Jesús, fundada por un sacerdote y soldado español –Íñigo López de Loyola– hacia mediados del siglo XVI. Resulta curioso que compañía signifique, empresa o sociedad, pero también: ir juntos… Tuvo cierto simbolismo que reuniera allí a un grupo de amigos.

 

En la vida es importante hacerse acompañar. No es posible disfrutar de la vida y encontrarle sentido si nos aislamos, si no sabemos tener espíritu solidario y sentido de comunidad. Daniel Defoe, inspirado en la aventura solitaria de Alexander Selcraig, narró la historia de un náufrago que sobrevivió en una isla ubicada en la desembocadura del Orinoco (la verdadera saga de Selcraig, o Selkirk, ocurrió frente a Chile, en el archipiélago de Juan Fernández). Defoe asignó a su protagonista, Robinson Crusoe, un compañero al que llamó Viernes. Este era un nativo amerindio a quién Crusoe ayudó a escapar de unos caníbales que lo perseguían. Los dos fueron crando un entrañable lazo de amistad, lealtad y mutuo respeto.

 

Hace 20 años vi una película en la que actuaba Tom Hanks, en ella un empleado de FedEx sufre un accidente de aviación, naufraga cerca de una isla remota y se convierte en único sobreviviente. Luego encuentra, entre los escombros, una pelota  a la que bautiza con la marca del implemento deportivo (Wilson), le pinta unas facciones con su propia sangre y la convierte en su amigo y confidente. Pero una noche, estando en altamar, Wilson cae de la balsa y el náufrago pierde a su entrañable compañero… La metáfora enseña que pueden haber recursos para sobrevivir pero que solo la compañía ayuda para enfrentar la soledad. Que a veces sería preferible tener un camarada postizo, aunque inerte, para poder enfrentar el aislamiento. 

 

Hay algo curioso con el título de esa película; se la llamó Cast Away, que fue traducida al español como Náufrago. Pero náufrago es realmente castaway (sustantivo y una sola palabra); y no cast away que es un verbo que significa desechar, descartar, dejar de lado. Y es que, antes de su viaje, el funcionario había terminado una relación afectiva; y, cuando regresó, luego de su rescate, descubrió que su anterior pareja lo había dado por muerto y había optado por casarse. Es decir: había prescindido de él, lo había descartado... 

 

Hay gente que sufre el drama de la soledad: pero estar solo no solo significa no tener compañía; es  también no sentirse escuchado, comprendido o apreciado. Pero no estamos solos, nunca podríamos estarlo. Quizá pudiéramos estar solos por un breve lapso y dependiendo de las circunstancias; pero es muy difícil estar aislados. Sin compañía no disfrutamos a plenitud ni le damos sentido a nuestra vida. Venimos al mundo para estar juntos, cual si fuéramos parte de un mismo proyecto; estamos destinados a ser solidarios, a disfrutar en compañía. Ese es nuestro sino irrevocable y esa es la única manera de vivir en sociedad. No hay otra…


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28 julio 2024

Un verano “futbolizado”

Ya es inevitable o, para expresarlo mejor, se fue haciendo inevitable. Cada 24 meses, en años pares múltiplos de cuatro, el mundo entero se “futboliza”. Ocurre durante un lapso de unos 20 días, con dos eventos que suceden casi simultáneamente en una período de tiempo equidistante entre los campeonatos mundiales. Así, aprovechando de las “paras” de verano y la finalización de los respectivos campeonatos (tanto en Europa como en América), se efectúan sendos torneos conocidos como Eurocopa y Copa América, en un solo país anfitrión, cuya realización mantiene a los países de Occidente virtualmente paralizados.

La organización de estos eventos ha ido cambiando hasta llegar a la modalidad actual. Tanto el formato como la forma de escoger las sedes o el número de participantes, así como la periodicidad de las competencias, han ido variando con el tiempo. En nuestros días, dados los efectos de la globalización y la cobertura televisiva de los partidos, se pueden presenciar las competencias europeas en la primera parte del día (desde la mañana hasta las primeras horas de la tarde) y los partidos de la CONMEBOL durante el resto del día. Esta organización permite integrar los equipos nacionales con todos los futbolistas que participan en otros países y aprovechar su contingente sin afectar a sus respectivos clubes.

 

Es gracias a la televisión que podemos apreciar que todavía existen marcadas diferencias entre los sistemas de juego europeos y americanos. El primero privilegia la posesión de la pelota y una estructura posicional bastante definida, con preponderancia de un juego más elaborado y de conjunto. El balompié sudamericano, mientras tanto, da todavía prioridad a la habilidad individual (aupando el individualismo), a la finta y el regate. Si algo caracteriza al fútbol europeo es que el contacto físico intencional entre jugadores es solo ocasional; llama la atención que, aunque sus jugadores son mejor dotados, los roces y faltas son menos frecuentes, y casi nunca suceden en forma premeditada o como consecuencia de la mala intención.

 

Los equipos europeos han aprendido a “ensanchar” la cancha; es decir, aplican un esquema amplio en lo lateral que los hace ver más ordenados y, lo que es más importante, más efectivos. Pero hay algo adicional que distingue al fútbol de nuestro subcontinente: existe un exceso de simulación –un auténtico histrionismo– que interrumpe con más asiduidad el juego y trata de obtener ventaja de impresionar a los árbitros, a quienes se los intimida y acosa con excesiva frecuencia. Estas situaciones casi se han eliminado en el juego europeo: nadie puede presionar, acosar o “pechar” a los colegiados y, si el equipo quiere hacer reclamos, esa tarea debe hacerse con mesura y ha quedado delegada a la gestión del capitán.

 

Dice Jorge Valdano, un recordado delantero argentino, ex seleccionado de su país que jugó por un tiempo para el Real Madrid, y que hoy vive en España y escribe artículos futbolísticos, que por lástima el fútbol todavía constituye “un vehículo de descarga eficaz de nuestros bajos instintos” y que (en referencia a lo que venimos comentando) en nuestros tiempos sobreviven aquellos signos autóctonos que caracterizan a estas dos diferentes escuelas: “más académico, pulcro y de alto ritmo el fútbol europeo; más astuto y violento el sudamericano”.

 

Respecto a las transmisiones televisadas, no se puede dejar de observar un excesivo sentido nacionalista en los comentarios y transmisiones; los encargados no han caído todavía en cuenta que el mundo es ahora una “aldea global”. Hay un estilo alborotado, heredado de las antiguas transmisiones radiales, impregnado de un innecesario como excesivo nacionalismo. Choca aquello de mencionar a los integrantes del equipo de otro país, refiriéndose a ellos como “los peruanos” o “los chilenos”… Los locutores deben morigerar su espíritu y tratar de disimular sus preferencias pues eso demanda el respeto hacia todos los televidentes.

 

En este punto, bien cabe recalcar en la equivocada actitud de comentaristas y locutores, que pertenecen a empresas que tienen un determinado capital: ellos evidencian y dejan prevalecer su simpatía a favor del equipo que representa a su propia nacionalidad; con frecuencia olvidan que su transmisión es urbi et orbis (para la ciudad y para el mundo) y que una visión sesgada desconoce –e irrespeta– la condición extranjera de la mayoría de sus oyentes, quienes tienen derecho a satisfacer su propia preferencia, y a disfrutar de los partidos sin estar sujetos a escuchar comentarios signados por la inquina o la falta de objetividad.


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26 julio 2024

La selección, una esperanza

Escribo esta nota, tres días después del extraño albur ocurrido en el partido jugado con Argentina. ¿Quién en su sano juicio podría llamar a ese injusto resultado como derrota, y menos aún como fracaso? Para cuando esta entrada se publique, ya se conocerá quien es el nuevo campeón de América. Pero anticipo que sería injusto que un equipo flojo como el que tuvo el favor de los dioses, y cuyos voceros y periodistas no tuvieron la humildad (¿no es ese el nombre con el que a veces se disfraza la decencia?) de reconocer que fueron arrollados por nuestro equipo, llegue a repetir su ansiado título en este torneo internacional.

Sé bien que el que gana es el que hace los goles. Sé también que no siempre el que mejor juega es el que sale vencedor. No voy a caer en el viejo paradigma. Pero creo que, lejos de estar tristes, debemos estar muy satisfechos y orgullosos de estar representados deportivamente por un elenco tan joven, y lleno de méritos y cualidades. Casi todo el combinado nacional juega en equipos del exterior; casi todos sus integrantes son titulares en famosos y reputados equipos extranjeros (algunos en equipos europeos); y muchos están caracterizados por algo todavía mejor: ya tienen experiencia sin embargo de solo tener entre 17 y 25 años.

 

Mirando por el retrovisor, estoy persuadido de que nadie le pasó por encima, de manera tan contundente, al confundido equipo argentino como, en ese inolvidable 4 de julio, lo hizo nuestra prometedora selección ecuatoriana. Ese día, conocido en otro país de América como “Día de la Independencia”, fue también día de la independencia para nuestro joven pero batallador conjunto. Ecuador rompió las cadenas de sus atávicos complejos, y le puso en apuros a un sumiso, acorralado y dizque “favorito” equipo del Río de la Plata. No, nadie dice que Ecuador ganó. Estuvo ahí solo para dar una lección, de fútbol y de humildad.

 

Es horrible la arrogancia. Nada hay tan feo como el engreimiento y la presunción; pero esa misma arrogancia es cien veces más fea cuando quien gana sufriendo y con las uñas, no reconoce los méritos de su adversario y quiere proclamarse de todas maneras como “el mejor” (¿por qué será que resulta todo un oxímoron que ese “mejor” sea “el peor, el más subjetivo y circunstancial de los adjetivos”?). Pero… ¿para qué llover sobre mojado?, dejemos para los entendidos los comentarios. Veamos lo que expresó la prensa internacional…

 

Andrés Burgo (El País de España): En una noche inesperadamente dramática en Houston, Ecuador tuvo en “match point” a la Argentina y, por qué no, a la Copa América”. O, también:Ecuador jugó mejor y, aunque el fútbol no se mide por merecimientos, ningún dios de la justicia se habría opuesto a su clasificación. Argentina ‘sobrevivió’ en los penales”. Y después: “Ecuador le hizo pasar mal, muy mal a la Argentina, su equipo ganó, salvo en el resultado; o, hacía rato que la campeona del mundo no sufría tanto: el joven mediocampo del equipo ecuatoriano le cortó la pelota a una irreconocible Argentina”. Y finalmente: en el minuto 90, llegó el cabezazo de Rodríguez para el 1-1 tan agónico como merecido. Y de inmediato, con Argentina groggy, Caicedo tuvo el 2-1, pero la gloria eterna juega a los dados”…

 

Luego viene una nota relativa a la suerte en los penales sin mayor importancia…  A ellos nos vimos abocados porque uno de nuestros jugadores, que estaba en deuda por un error garrafal en el primer partido, falló un penal que nunca debió fallar. Pero hay algo más importante, y está relacionado con esos injustos lanzamientos desde los once metros:  es la segunda ocasión en que veo a un buen guardameta (Martínez lo es) haciendo un “bailecito sensual” en evidente burla, preñada de sarcasmo, queriendo hacer mofa de la suerte adversa de los vencidos. Si este deportista no es un ordinario, es un inmaduro y un maleducado.

 

He leído en diversos medios el comentario de los jugadores argentinos que exhiben como pretexto de su floja presentación el estado del campo de juego. Es una excusa ridícula porque olvidan que la cancha era la misma en la que también jugaban los chicos ecuatorianos. Bien se explican las declaraciones del técnico gaucho, Leonel Escaloni, en su rueda de prensa luego del partido: “ganar así no se disfruta, no la pasé para nada bien”... Pero nunca se le ocurrió reconocer que otro equipo, por primera vez en mucho tiempo, lo tuvo contra las cuerdas y que fue mejor. Nunca lo felicitó. Así mismo son la arrogancia y la altanería; ellas no nos permiten reconocer nuestros errores ni los aciertos ajenos… ¡Yeah!, “the field got in the way”.


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23 julio 2024

Dos verbos… y algo más

Subí a efectuar una gestión en Quito el otro día; y, ya cuando tomaba el túnel y regresaba, se me ocurrió desviarme a Cumbayá para ir a visitar a un viejo amigo que cumplía años. Él no es lo que se llama “un amigo de toda la vida”, pero es uno de mis buenos amigos, uno de los más queridos, y es mi compadre. Puede decirse que le caí de sorpresa. Fue entonces, cuando llegaron sus hijos y nietos a celebrarle, que de golpe caí en cuenta que cumplía ochenta, un guarismo de veras memorable. Pronto advertí que se había preparado una fiesta familiar y no quise pecar de entrometido. Para cuando se fueron los mariachis y llegó un cantante contratado, me pareció que ya habían preparado la mesa y que lo discreto era optar por retirarse…

Pero… no me pude despedir. A pedido del homenajeado y de su familia tuve que acceder y quedarme. No tengo una envidiable “buena voz”; mas, cuando se requiere, puedo recordar un par de letras y ser parte del “elenco”. El amenizador había preparado un amplio menú de canciones (al gusto y preferencia del dueño de casa) y, aunque su tono era difícil de seguir, tocaba bien la guitarra, hacía gala de un buen conocimiento musical y le favorecía su buena memoria. Hubo un momento en que me animé a hacerle la segunda y, casi sin darme cuenta, poco a poco estaba entonando unas canciones en solitario... Cuando terminé de cantar una tonada lojana llamada ‘A tajitos de caña’, me permití explicar cómo interpretaba el sentido de su letra.

 

No estoy seguro del enfoque que quiso darle Hernán Sotomayor a su canción. Pero como hay quienes creen que el título es Atajitos (con o sin hache, como con exceso de democracia se abstiene de prescribir la Academia), yo insisto en que para que la tonada cobre sentido debe decir A-tajitos, pues nada aportan al significado ni los atajos (senderos o caminitos) ni los hatajos (pequeños hatos o montoncitos). Prefiero hablar de tajos o tajitos, que equivale a decir por gajos o pequeños trocitos. Pues así es como entiendo que se va alimentando y haciendo crecer el amor: poco a poquito…

 

El verbo tajar (del latín taleare, cortar ramas, talar), significa dividir, partir o rajar. De él deriva –siguiendo su etimología– un verbo parecido: atajar (con el sentido de cortar, abreviar, atrapar o interceptar); se compone del prefijo verbal a- unido al primer verbo señalado. Un atajo es una senda, una trocha que abrevia el camino. Un ‘hatajo’, mientras tanto, es más bien un grupo de personas o cosas; o, también, una porción de algo (adicionalmente, un hato o grupo pequeño de ganado). Sorprende que sea la Academia, que en teoría “limpia, fija y da esplendor”, la que consienta que pueda escribirse una palabra de dos formas distintas, como ya sucede con vocablos como armonía y harmonía; arpa y harpa; u otros ejemplos…

 

Por otra parte, existe un verbo de curiosa etimología; literalmente significa poner una red alrededor de algo: me refiero a involucrar. Recuerdo haberlo utilizado en un par de reuniones en una de las empresas para la que antes trabajé. Entonces lo utilicé con el sentido de incorporar o incluir varios elementos en un determinad asunto (diversos aspectos o esfuerzos, por ejemplo). No faltó quien, sin necesariamente cuestionarme, me insinuara que dicho verbo tenía un carácter más bien jurídico o penal… Apuntó que pudiera estarlo utilizando con un sentido inapropiado; y que, aunque involucrar significaba abarcar o incluir, tendría un sentido más emparentado con implicar, comprometer o enredar. El funcionario “involucrado”, quién sabe por qué razón o motivo, me sugería no utilizarlo con excesiva discrecionalidad (?).

 

Involucrar es un verbo que viene de involucrum (envoltorio) y se forma con la raíz latina volvere (volver o hacer rodar); comparte raíz con otros términos, como revolver, valva, vulva, voluta, revuelta, revolución; y, obviamente con envolver (o implicar)… También se lo asocia con una raíz indoeuropea, una que los filólogos conocen como *wel-2 (que tiene el significado de enrollar).

 

Otros verbos que han merecido el endeble y confuso desdén de la Academia son los siempre parecidos develar (quitar el velo o descubrir) y desvelar (verbo intransitivo que significa perder el sueño, quedarse despierto, no poder dormir). El primero está relacionado con vela, ese artilugio que aclara, descubre, revela, da luz; y, el segundo, que asimismo se relaciona con lo ya expresado y que no es precisamente lo contrario de velar, como ya he “aclarado”. La entidad académica, sin embargo, prefiere tenernos confundidos y “en ascuas” (es decir sobre brasas o rescoldos), eufemismo que quiere decir “en un estado de sorpresa, alarma, angustia, susto o conmoción”; o, lo que es lo mismo: en un estado de inconveniente “sobresalto”…


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19 julio 2024

30 años de un “real” accidente *

 * Escrito por Luke Peters para AeroTime Hub. Reeditado para IN con mi traducción.

Hace treinta años un cuatrimotor BAE 146-100, operado por la Fuerza Aérea Británica (RAF), sufrió un percance al aterrizar en la isla escocesa de Islay, en el archipiélago de las Hébridas Interiores. Lo que ocupó los titulares, no fue el modelo del avión, ni el lugar del siniestro, sino quién volaba ese día: nada menos que el rey Carlos III (entonces príncipe y duque de Gales), actual monarca del Reino Unido.

 

Antecedentes: el evento ocurrió el 29 de junio de 1994. Islay (ILY) está ubicada hacia el Oeste de Glasgow, tiene hoy una pista principal (13/31) con una longitud de 1.545 m; es relativamente corta, pero adecuada para operar ciertos aviones a reacción. El príncipe viajaba en uno de los dos BAE 146-100 que eran operados por el "Escuadrón Real" que tiene la misión de transportar a los miembros de la familia real para atender sus diferentes actividades y compromisos. El avión, con registro RAF ZE700, transportaba a quien, como titular de su licencia de piloto, era conocido por operar regularmente: él a menudo tomaba los controles cuando viajaba en sus vuelos. Ese día ocupó el asiento del capitán (izquierda) en la cabina de mando, como piloto a cargo de los controles ('PF'); lo acompañaba el muy experimentado líder de escuadrón, Graham Laurie, actuando como piloto de seguridad y copiloto (piloto de monitoreo o 'PM') en el asiento derecho.

 

La aproximación: el cielo estaba nublado y había viento con ráfagas, pero sin presencia de lluvia en el aeropuerto. El avión se acercó desde el norte con intención de efectuar una aproximación directa a la pista 13, que entonces solo tenía una longitud disponible de 1.245 m. El viento soplaba de los 250 grados con 20 nudos, con un componente de cola de 12 nudos. La Junta de Investigación mencionó más tarde, que la aproximación no estuvo estabilizada y que el avión estuvo muy por encima de la gradiente requerida. Además, la velocidad fue muy superior a la prescrita dadas las condiciones climáticas y la reducida longitud de pista. En el momento de cruzar el umbral, la velocidad era 32 nudos más alta de lo esperado en ese punto crítico. Tal velocidad, combinada con la aproximación no estabilizada y el alto componente de viento de cola, determinó que la aeronave aterrizara muy pasada la cabecera, con tan solo unos 800 metros remanentes disponibles para el aterrizaje y la respectiva desaceleración.

 

El avión topó primero el tren de nariz; esto produjo un rebote continuo (“porpoising” o saltos de marsopa, en inglés). Cuando el tren principal se atrasa en hacer contacto –debido a la alta velocidad del aire que pasa sobre el ala– continúa produciendo sustentación; la condición de que las ruedas no hicieran oportuno contacto, retrasó la activación de unos interruptores que comandan el despliegue automático de los frenos aerodinámicos (spoilers) y que permiten la posterior rápida activación de la reversa de los motores. La junta también encontró que los frenos se aplicaron antes de la activación del sistema antideslizante (anti-skid), lo cual provocó que las ruedas se bloquearan y que se desinflaran los neumáticos. Los interruptores mencionados solo se activaron con 500 m de pista remanente. La aeronave, incapaz ya de detenerse en la pista, debido a la velocidad excesiva, y vista la pérdida de capacidad de frenado en las ruedas principales, así como por la activación retardada de los spoilers, continuó deslizándose al cruzar el final de la pista y solo se detuvo al caer en una zanja. Como resultado, el avión sufrió daños sustanciales.

 

Investigación posterior: Como el accidente ocurrió con un avión militar, fue una Junta de la misma RAF la que investigó los eventos y la posterior excursión de pista. Tras la conclusión de la indagación, se halló que el piloto que volaba fue "negligente al no tomar una oportuna acción correctiva cuando se superaron tanto el performance como las limitaciones operacionales en las etapas finales del vuelo". El piloto de seguridad, en la práctica piloto al mando, fue también hallado negligente por "no advertir del componente de viento y no llamar la atención del piloto respecto a los parámetros incorrectos durante la aproximación".

 

"No fue un accidente", habría declarado el príncipe luego del percance. "Nos salimos al final de la pista. No es algo que recomiendo hacer, pero por desgracia así sucedió". En forma parecida se habría expresado Laurie, respondiendo a una entrevista: "En retrospectiva, lo cual es maravilloso, debí pedirle que interrumpiera la aproximación para que haga un nuevo intento, pero le dije que aterrice, así que solo hizo lo que se le recomendó"… El daño causado al ZE700 habría costado más de 1 millón de libras (sobre USD 1,27 millones), por la reparación de la aeronave. Los expertos consideran que el evento debe clasificarse técnicamente como un accidente, y no como un incidente, dado el alcance de los daños sufridos por la aeronave.

 

* Y ahora, mi humilde reflexión personal: aproximación desestabilizada, viento de cola, pista corta, piloto inexperto y perniciosa gradiente de autoridad... ¡Fórmula para un seguro y lamentable desastre!


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16 julio 2024

En la despedida a Oswaldo Peña

Hay una milonga de Aníbal Troilo que alguna vez escuché; cuenta el albur de un majadero, un bravucón de arrabal, un guapo de ocasión, un “compadrito”. Pocos saben que su letra pertenece a Jorge Luis Borges, el formidable escritor argentino. Tengo la impresión de que Troilo solo le puso música a un poema que antes ya había estado escrito… Dicen sus versos que “morir es moneda corriente”, y que “morir es una ‘costumbre’ que sabe tener la gente”; y unos renglones más abajo: “lo dijo el sabio Merlín (?), “morir es haber nacido”… Esas líneas siempre me parecieron expresar un sutil epigrama, uno nunca exento de ingeniosa ironía.

El nombre del ‘sabio’ que Borges usó, parece haber sido un recurso poético –Merlín fue un personaje legendario–; siempre sospeché que su verdadera identidad era la de algún otro filósofo o escritor conocido. Un buen día, sin que me lo hubiese propuesto, di yo mismo con la respuesta al extraño acertijo… Ahí en El libro de los sueños de Francisco de Quevedo, un escritor del Siglo de Oro español, hallé el misterioso aforismo: “Y lo que llamáis morir es acabar de morir, y lo que llamáis nacer es empezar a morir, y lo que llamáis vivir es morir viviendo”. ¡Qué genial!, me pareció prodigioso que aquel tiempo del verbo, el gerundio, uno que normalmente utilizamos para conjugar el verbo vivir, también pudiera aplicarse para conjugar otro verbo: el de morir, el más luctuoso e intransitivo entre todos los verbos…

 

Hace un momento, alguien me preguntó si creía que estábamos preparados para la muerte. Le contesté que nadie lo está, quizá porque estamos persuadidos de que eso solo les sucede a los otros, y que nosotros estamos exentos… Nadie expresó mejor esa existencial inquietud que un hombre de armas español, un joven poeta de 38 años que vivió en el siglo XV. Lo hizo en sus nunca superadas Coplas dedicadas a la muerte de su padre; en ellas Jorge Manrique nos previene: “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando”…  Y lo explica más abajo: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar, que es el morir”.

 

La vida es en ocasiones muy triste, pero la muerte siempre lo es; y nos produce más dolor cuando llega sin anunciar, en forma subrepticia, fortuita e inesperada... Y nos hiere más todavía, y nos rebela y llena de desasosiego, cuando se viste de tragedia y nos agrede en un momento de celebración. Ahí nos agravia con la bofetada de su torpe ironía, cuando nos obliga a preguntarnos: “y tanto esfuerzo, ¿para qué?”. Quizá por ello el adagio popular haya recogido esa frustrante dicotomía: “tanto nadar para morir en la orilla”… Pero, también hay algo más, algo que nos confunde y sorprende: y es que, si como dice Manrique, el río es una metáfora de la vida, no hay nada más desconcertante como cuando ese torrente se transforma en inaudita desembocadura, en delta proceloso que travieso nos acerca a ese mar que es el morir…

 

Pero no culpemos a Borges ni a Quevedo ni a Manrique, ellos no quisieron hacernos meditar en la muerte sino en la inevitable caducidad de la vida, en la eventual futilidad de nuestros empeños. Porque la vida no es absurda; y bien vale la pena de ser vivida. Y lo haremos si la sabemos vivir con ilusión, y la convertimos en esperanza y en promesa. En esperanza, con nuestros sueños y renovadas expectativas; y, en promesa, con el valor de nuestro esfuerzo, con nuestros propósitos y, desde luego, con nuestro compromiso.

 

Conocí a Oswaldo hace algo más de treinta años, fue en una víspera de año nuevo. Siempre me pareció que era cinco o diez años menor que yo; mas, recién he descubierto que en realidad me llevaba con unos pocos meses… Hay ahí atrás, junto a la puerta de entrada a esta sala, una foto suya; en ella se ve a un hombre joven que mira con ilusión al futuro y a la vida; lleva una de esas camisetas sin mangas que a él tanto le gustaba vestir… Algo había en él que lo hacía verse tan joven, quizá era esa inquietud que rezumaba y que hacía sentir que estaba tan disponible y dispuesto: era eso justamente lo que le hacía parecer tan juvenil... 

 

Y es que la edad no es, no puede ser, solo una cifra ni un frío guarismo; quizá pudiera estar integrada como una ecuación, una que combina dos simples elementos: curiosidad y experiencia. Mucha curiosidad y pareceremos demasiado jóvenes; mucha experiencia y ya nos mostraremos como demasiado viejos. A él le sobraba curiosidad, pero había aprendido a disfrutar de la vida aconsejado por la experiencia…

 

Hoy hemos venido a despedirle; Oswaldo se ha ido muy temprano… Queremos desearle que tenga un viaje tranquilo, y que descanse en paz. Lo recordaremos como él era: activo, vital y como un luchador ante las circunstancias de la vida… En cuanto a quienes quedan atrás, procuraremos que ellos se apoyen también en su esperanza y en su promesa: trataremos de que cumplan sus ilusiones y sus sueños; habremos de asistirles con nuestros propósitos y, desde luego, con la renovada ofrenda de nuestro indeclinable compromiso.


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14 julio 2024

La llave *

 * Escrito por Manuel Vicent el 15 de febrero de 2014 para El País. Reeditado para IN.

En algunos hogares de Israel, de Estambul y Tesalónica muchas familias de judíos sefarditas aún conservan la llave de la casa que sus antepasados habitaron en España, su añorada Sefarad, antes de ser expulsados de este país por los Reyes Católicos en 1492. A lo largo de cinco siglos esa llave ha pasado de padres a hijos como una herencia simbólica que contiene, a la vez, la fatalidad del destino y la esperanza de un retorno.

 

Hasta ahora solo servía para abrir la propia memoria y también el arca donde se ha guardado el tesoro de una lengua que se negaba a desaparecer. En los bazares del Mediterráneo oriental se pueden oír todavía en el habla vulgar palabras arrancadas del poema del Mio Cid, de los romances de Gerineldo o de la Linda Melisenda y del Arcipreste de Hita; son las que utilizaban en el siglo XV los españoles cuyo sonido esmerilado por el tiempo han seguido usando los sefarditas para amar, comerciar, cantar, rezar, compartir la alegría con los amigos y gemir ante las desgracias.

 

Al ser aventados a un exilio apátrida los judíos se llevaron la ciencia y el comercio. Aquí quedaron los cristianos viejos con el tocino, la hidalguía, el jubón raído y la hoguera. Ahora se va a conceder la nacionalidad española a los sefarditas que lo deseen. A la hora de ejercer esa carta de naturaleza ignoro si bastará con mostrar la llave de una casa en Sefarad, ya desaparecida.

 

En el bazar de Estambul un sefardita comerciante de ámbar me contó que sus antepasados vivían en Toledo y él había realizado varios viajes a España con la llave de una puerta que solo estaba en sus sueños. La puerta ya no existía, pero pensó que, tal vez, la cerradura pudiera andar perdida en manos de algún chamarilero. Después de recorrer cientos de anticuarios por toda España un día se produjo el milagro. 

 

Entre los cachivaches de una almoneda, que regentaba un gitano de Plasencia, el sefardita encontró una cerradura herrumbrosa del siglo XV en la que su llave encajaba y funcionaba perfectamente. La adquirió a buen precio con certificado. En el bazar de Estambul el sefardita me hizo una demostración. Metió la llave en la cerradura, la accionó varias veces y con palabras pronunciadas en ladino meloso me dijo: así es cómo se abre y se cierra el destino.

 

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Nota: este pequeño y sugestivo artículo fue mencionado en mi anterior entrada: “Las maletas de un exilado”, que, de idéntica manera, fuera escrito por Sergio Ramírez, él mismo un antiguo miembro del gobierno de Daniel Ortega, ese insignificante sátrapa que manda hoy en Nicaragua y que mantiene a Ramírez lejos de su patria, y en la sombra macilenta del ostracismo. Lo reproduzco por su relación con el tema que lo motiva.


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12 julio 2024

Las maletas de un exilado *

* Escrito por el político y exilado nicaragüense Sergio Ramírez para El País. Reeditado para IN.

Uno de estos días, encontré en el forro de una maleta las llaves de mi casa de Managua. Me las había metido en el bolsillo, como siempre, aquella mañana de mayo de 2021 en que mi mujer y yo salimos hacia el aeropuerto sin saber que, al cerrarse la puerta tras nuestros pasos, ya no volveríamos a traspasar el umbral.

 

Recordé entonces, al tenerlas de nuevo en la mano, a los judíos de Sefarad desterrados en 1492 por decreto de los Reyes Católicos, y cuyos descendientes, siglos después, conservan en Tesalónica, en Estambul, en Jerusalén, las llaves de las casas de sus antepasados, y la historia que cuenta en uno de sus artículos Manuel Vicent (La llave, 16 de febrero de 2014) del comerciante de ámbar al que se encontró en un mercado de Estambul: “Había realizado varios viajes a España con la llave de una puerta que solo estaba en sus sueños. La puerta ya no existía, pero pensó que, tal vez, la cerradura pudiera andar perdida en manos de algún chamarilero”. Hasta que, “entre los cachivaches de una almoneda, que regentaba un gitano de Plasencia, el sefardita encontró una cerradura herrumbrosa del siglo XV en la que su llave encajaba y funcionaba perfectamente”. Y dijo: “Así es cómo se abre y se cierra el destino”.

 

Una llave guardada abre y cierra el destino, y una maleta abierta significa también las incertidumbres y las esperanzas del destino que pesa sobre todo exiliado en cualquier parte. Incertidumbre, pesar, nostalgia, esperanza, que son las marcas de la imposibilidad del regreso a la tierra natal. Cuando salimos de Managua hace ahora tres años, llevábamos cada uno de los dos, como siempre, por razones prácticas, una sola maleta, y esas maletas siguen aún sin cerrarse. El síndrome de la maleta abierta denuncia al exiliado que no se resigna a quedarse, y espera regresar. Estar de paso es hallarse siempre esperanzado volver.

 

Dice Bertolt Brecht en Meditaciones sobre la duración del exilio: “No pongas ningún clavo en la pared,/ tira sobre una silla tu chaqueta./¿Vale la pena preocuparse para cuatro días?/ Mañana volverás. (…)/¿Para qué hojear una gramática extranjera?/ La noticia que te llame a tu casa/ vendrá escrita en idioma conocido”... la vida del exilio se vuelve una mezcla de ansiedad, infortunios, gratificaciones. La bondad se cruza con las incomprensiones. La cercanía con el alejamiento. La solidaridad con los desentendimientos.

 

En San Martín el bueno, San Martín el malo, el opúsculo que escribió sobre el exilio del general José de San Martín, don Gregorio Marañón habla de “el patetismo de lo insignificante en la vida del exiliado”. Lo que por general no importa en el país propio llega a ganar relevancia inusitada, empezando por las escaleras burocráticas por las que hay que ascender cada día quienes buscan arreglar sus papeles migratorios, tener un permiso de trabajo. Un techo.

 

Cuando la maleta se cierra del todo es que se han soltado las amarras, y el país lejano se va a la deriva entre la bruma, perdido para siempre, y no se recupera más que en los sueños, y en la memoria, donde realidad, deseo e imaginación se funden y confunden. En mi sueño recurrente en mi piso de Madrid me veo entrando al pueblo donde nací subido a un vehículo abierto, a la vista de todos, recorro las calles con la gente asomada a las puertas, paso por la casa de mi infancia donde mis padres están también asomados a las puertas y yo no puedo bajar a abrazarlos porque el vehículo en que voy no se detiene. Se hace tarde, va a oscurecer, pero pienso que cuando termine el recorrido ya tendré tiempo de regresar a encontrarme con ellos a la hora de la cena. Estarán también mis hermanos alrededor de la mesa.

 

El destierro, “ese sueño hacia atrás en que se empeña la memoria, flota como la nube, pero es más tenaz”, dice en Durante el exilio Víctor Hugo, obligado a huir de Francia por la tiranía de “Napoleón el pequeño”, y que por obra del exilio escribió Los miserables en la isla de Guernsey, en el canal de la Mancha. No tan lejos llegó Unamuno: se quedó “a las puertas de España, y como su ujier”, según sus palabras y desde Hendaya, podía al menos escuchar las campanas de Irún. La circular de la policía secreta que forzó a Hugo al exilio, fechada el 3 de diciembre de 1851, decía: “Hoy, a las seis en punto, se ofrecerán 25.000 francos a cualquiera que arreste o asesine a Hugo. Saben dónde está. No le dejen escapar bajo ningún pretexto”.

 

Cuando una tiranía pone precio a la cabeza de un escritor, significa que las palabras han cumplido su cometido. Ha conseguido que sea lo que debe ser, letra viva, no letra muerta.


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09 julio 2024

Fútbol y política

Kylian Mbappé ha dicho un par de cosas que han producido rabiosa urticaria en ciertos sectores de la política. Él es un corpulento y muy habilidoso jugador de fútbol, famoso no solo por sus destrezas, sino porque ha firmado un sustancioso contrato con el Real Madrid y porque funge como flamante capitán de los bleus, el seleccionado francés. Quienes lo  descalifican creen que el futbolista, por el mero hecho de serlo, debería guardarse sus comentarios ya que lo suyo es el deporte y no la política; y argumentan que si ahora es un vulgar millonetis (un opulento acaudalado), haría mejor en esconder sus opiniones y callarse.

Antes de discutir al respecto, quisiera preguntar: ¿es necesario disponer de una suerte de certificado, de un permiso especial para estar en condición de opinar sobre lo que nos preocupa o acerca de los asuntos de la comunidad?, ¿es justo pensar que solo los políticos pueden hacerlo, y que cualquier otra persona, en virtud de su profesión u oficio, queda automáticamente excluida de poder expresar sus opiniones o preferencias? Me animo a juzgar que no, a menos, que se trate de una asignatura especializada, respecto a la cual sería más provechoso dejar que nos orienten, con su saber y experiencia, los entendidos.

 

Pero lo que ha dicho Mbappé, simpatizante del actual presidente francés, es que no está de acuerdo con ninguna forma de extremismo, que está a favor de la diversidad, la tolerancia y el respeto; y que invita a los jóvenes a participar con su voto en las decisiones relacionadas con los destinos de su país. Es decir, justo lo que hubiera expresado cualquier ciudadano moderado. ¿O es que ahora se lo descalifica porque ha pasado a ser parte de una élite, porque integra ese grupo sobrevalorado, el de los jugadores excepcionales? Entonces ¿qué puede hacer?, pregunto: ¿será que debe renunciar a sus privilegios para poder opinar?...

 

Hay quienes piensan que ciertos personajes no deben hablar de política; muestras al canto: las reinas de belleza o quienes se destacan en alguna disciplina, principalmente si es deportiva. Pero… ¿es eso válido? Pienso que si se ofrece una opinión a título personal, y no abrogándose la representatividad de un determinado colectivo, ese parecer o convencimiento debe ser escuchado y respetado. En el caso particular del jugador, es hijo de inmigrantes (padre camerunés y madre argelina), ha crecido en una barriada bastante pobre (Bondy es un postergado suburbio parisino) y no ha hecho más que manifestar sus preferencias por una opción, la que actualmente representa Emmanuel Macron.

 

Cierto es que el delantero ha pasado a engrosar un andarivel que lo ha alejado de la pobreza (sus ingresos son ciertamente considerables), pero creo que él ya sabe lo que es la necesidad, y conoce el estigma y el efecto brutal que ejerce la segregación racial. Tampoco podemos dejar de reconocer que, aunque ciertas habilidades no pueden ser sino innatas, él ha hecho el esfuerzo y, quizá, ha tenido la resiliencia para poderse superar. Y, aun si así no hubiese sido, ha sabido estar en el lugar adecuado y en el momento oportuno, y ha sabido aprovechar de su condición para sacar partido de las mejores circunstancias.

 

Vivimos en un mundo en el que no podemos ponernos a esperar que otros piensen o elijan por nosotros; ya no es tiempo para que “nos den diciendo”. Es necesario y saludable que sepamos discriminar y escoger –desde temprano– lo que es mejor para nosotros y para la comunidad; y que aprendamos a tomar partido por lo que se oriente hacia el bienestar y progreso de quienes conforman la mayoría, de quienes son, por lo general, los menos favorecidos. Está en nuestra elección saber manifestar nuestro parecer; es nuestra obligación ser corresponsables. Lo que pase –o deje de pasar– en nuestros países es también de nuestra incumbencia. No podemos, no debemos, cruzarnos de brazos y no expresar nuestra opinión. 

 

Lo que dejemos de hacer también será parte de la ecuación. Nuestra apatía y silencio solo coadyuvarán al desgobierno. En ese cómplice silencio consiste la banalidad del mal, de la que hoy tanto se habla… Hay quienes piensan que la política interviene en todo aspecto de la vida de las instituciones, e incluso en los deportes y tal vez no estén equivocados; si no, pensemos en la extraña elección de la sede del último mundial de fútbol… Claro que, de ahí a sostener –como alguien lo ha dicho– que la Eurocopa “no es un torneo de fútbol sino ‘una nueva idea’ de Europa”… creo que es no saber poner las cosas en su sitio. El deporte es solo un entretenimiento, donde se puede ganar y, a veces, también se puede perder…


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05 julio 2024

La arrogancia del simplismo

Hay situaciones que provocan repulsión (tirria habría dicho, con castiza propiedad, mi recordada abuela). Sucede en ocasiones, cuando un impertinente –carente de razón–, se empeña en alegar que estamos equivocados; y, lo que es peor (y provoca mayor inquina), es que lo hace en forma descomedida, olvidando que es huésped en nuestra propia casa… Algo así me he sentido al revisar una entrevista que recoge la reflexión de una catedrática universitaria, quien compara la importancia que pudiéramos reconocer a Lucila Godoy (Gabriela Mistral) con la trascendencia que tiene el mismísimo libertador Simón Bolívar.

“Mistral es para América Latina tan importante como Bolívar, Martí o Mariátegui”, ha dicho Elizabeth Horan al referirse a la escritora galardonada en 1945 con el premio Nobel de literatura. La declaración es de tal irreverencia, y tan profana, que ni siquiera merece que indaguemos sus eventuales argumentos. Tamaño despropósito solo puede emitirlo quien no conoce la Historia; dichas comparaciones, ya que en ello estamos, ni siquiera otorgan sustento para considerar a los otros dos insignes personajes. La señora Horan puede decir esa y muchas otras cosas, pero o no sabe quién fue Bolívar o no sabe de qué está hablando.

 

Escuché por primera vez de José Martí a mi profesor de colegio, Luis Campos Martínez. Y, más tarde, mientras asistía a un breve curso en Caracas, en el verano del 68, volví a escuchar su nombre. Entonces hablaban del “mártir de la independencia y la revolución cubana”; pero, claro, se referían a las luchas de los patriotas cubanos con el Imperio español (1895-1898) y no habría que confundir esas escaramuzas con la revolución castrista… Martí fue un joven ideólogo; había estado exilado desde 1879 y murió a poco de volver a la isla en una torpe emboscada. Eran los meses iniciales de la contienda (solo tenía 42 años).

 

De Carlos Mariátegui (1894-1930) sé incluso algo menos: fue un prolífico escritor, y también murió joven (35 años): lo conocían como “el amauta” (maestro o sabio, en quechua). Había nacido en el sur del Perú y lo habrían dizque “becado” a Europa para quizá no tenerlo cerca... Estudió el marxismo y sus errores que, según él, conducen al fascismo. Se lo considera “el pensador marxista más original de América Latina”. Su ideario subraya el influjo del gamonal y el abuso de los recursos naturales (guano y salitre). Escribió “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana”, obra de referencia para la izquierda latinoamericana.

 

En cuanto a la poetisa chilena, Mistral (1889-1957) fue maestra y diplomática. De raigambre humilde, su mérito, según Horan, fue identificarse como mestiza… Aunque, como ella misma reconoce: “apenas se refiere a su identidad racial”… “lo hace, pero en lengua cifrada y metafórica, del mismo modo en que se refiere a su masculinidad femenina” (¿vergüenza?). Si de veras lo hizo (o apenas), tampoco representa nada especial (todos mismo somos mestizos); mérito habría sido declarar su identidad con un pueblo originario, o escoger un nombre autóctono como seudónimo, pero prefirió decantarse por uno italiano (el del vate Gabriele D’Annunzio, un aristócrata) y, además, por un apellido francés (el de su admirado Federico Mistral)…

 

Fuera lo que fuere, Mistral fue un personaje fascinante. Y no es que –ya mirado con la mentalidad de nuestros días– eso de tener una preferencia distinta esté mal o sea criticable. Aquello nadie juzga, y en ello es mejor no meterse... cada cual es cada cual. Pero lo que si crea un poquito de confusión (o no se entiende) es cómo es que aquello de defender una opción atípica, pueda ser considerado como una bandera de lucha del feminismo. Suena, si no absurdo, al menos contradictorio y carente de sindéresis.

 

Hoy existe un simplismo dualista en el mundo moderno: es el prurito de ciertos sectores de convertir en icono todo aquello que les conviene. Eso de defender a las minorías es exclusividad de la izquierda; no importa si se trata de etnias ancestrales, del abuso de la mujer o del propio feminismo. Lucila Godoy no tenía una preferencia sexual binaria; aquello no solo es hoy conocido sino que ha sido debidamente documentado (y no es parte del debate). Sus propios poemas constituyen testimonio de sus relaciones con varias de sus secretarias, quienes no solo compartieron su vida, sino como su nombre lo indica, también sus “secretos”.

 

Es entendible que, para quienes han auspiciado la entrevista, la literatura pueda ser tanto o más importante que ese sentimiento único que es el que expresamos cuando hablamos de nuestra Independencia (así con mayúscula); y que es similar a otro muy español, uno que los peninsulares conocen como Reconquista…


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02 julio 2024

De Patmos al más allá

A veces siento que hay temas que deberían revisarse, de entre las creencias que mantiene la Iglesia; hay materias cuyo exiguo tratamiento nos produce no solo desilusión sino franca inconformidad. Asuntos como mantener la creencia de que existe un lugar abrigado al que llamamos infierno; o el forzado celibato de los clérigos, son aspectos que no coinciden con la elevada idea con la que quisiéramos identificar a nuestra religión de la bondad. El celibato es contrario a la naturaleza, expone a irregularidades, desestimula las vocaciones y restringe al clero, tanto para una probable paternidad como para el compromiso familiar.

Nada tan incoherente como auspiciar la confusa alegoría del Apocalipsis, extraña iconografía que luce más como un cúmulo de nociones paganas que como una manifestación de la revelación divina. Ese extravagante documento no solo que parece expresar las obsesiones de un iluminado, sino que no justifica su inclusión canónica ni representa el sentir auténtico del espíritu cristiano. Toda esa solemnidad portentosa de luchas, destrucciones y cataclismos, solo alimenta la superstición más descarnada y no aporta, por todo el pavor que provoca, una devoción sincera, basada en el temor de Dios, el sentido moral y el amor al prójimo.

 

Es probable que el texto responda a su comprensible contexto histórico. Así, solo reflejaría las desnortadas concepciones o los excesivos temores de su tiempo. Esa fue una etapa germinal para una nueva religión que surgió como una derivación del credo hebreo, circunstancia de la que habría de distanciarse para alcanzar una más efectiva difusión. Fueron días laboriosos para una religión acosada y perseguida; sus miembros ya profesaban una fe pero todavía no habían estructurado su precaria organización como naciente iglesia, y tampoco habían definido los fundamentos doctrinarios en que debían basar su filosofía.

 

También fueron años de sectas y herejías; surgió una gran variedad de creencias relacionadas con el fin del mundo, así como la posibilidad de un “juicio final” y la amenaza de inminentes cataclismos. Conceptos como la parusía (la creencia en una segunda venida del Mesías) o el milenarismo, que consistía en la convicción de una renovada y prolongada presencia de Cristo en la tierra (que vendría a reinar por un período de mil años), no solo que habrían alimentado la rica imaginación de un anciano exilado en Patmos, sino que habrían incentivado, con tan peculiar iconografía, la promoción de un ya secular y propagado mito.

 

El Apocalipsis contiene una temática demasiado alambicada como para que sirva de patrocinio a una exégesis o interpretación literal, no se diga para que sea convertido –a cuenta de su rica simbología– en válido respaldo para afianzar la doctrina católica. El texto incorpora un mito que pudo ayudar a promover la nueva religión: la existencia del paraíso o la de un recinto subterráneo que aviva el fuego del infierno. Pero, tan simplona como insulsa dicotomía, la del premio y el castigo, no satisface el mínimo sustento filosófico y espiritual que quisieran encontrar los estamentos más cultos o mejor preparados de la Iglesia católica.

 

No se tiene muy claro quién mismo fue Juan de Patmos (el Apokaleta), supuesto autor de un texto al que se le atribuye estar basado en la inspiración divina. Se sabe que estuvo desterrado por orden de Domiciano hacia finales del siglo I y que su exilio ocurrió en esa isla ubicada frente a las costas de Anatolia. No hay total seguridad de que se trate del “discípulo amado” (un hermano menor de Santiago de Zebedeo), quien fuera otro de los discípulos de Jesús (a quienes luego se los llamó “los doce apóstoles”); Juan es a quien el Señor habría encargado el cuidado de su madre, la Virgen María. Pero también hay quienes lo confunden con otro Juan, uno de los cuatro evangelistas; pero aquél debe tratarse de un personaje distinto, pues el evangelio de Juan es como un compendio de los anteriores, se publicó tan tarde como en el año 175…

 

Juan de Patmos jamás se identificó como un apóstol (un enviado) ni como un evangelista (el portador de la buena nueva). Su texto tiene un carácter escatológico (no con el sentido de pornográfico o sucio sino como relacionado con las creencias en el más allá, en el fin de los tiempos)… El libro escrito por este esforzado idealista o visionario, y como quiera que lo queramos llamar, anunciaba la inminencia de un juicio signado por inenarrables castigos: un convulso y espeluznante escenario atiborrado de prodigiosos cataclismos… Juan resultó todo un acertijo; y quién sabe si fue para cumplir con los requisitos del canon, y haya sido o no con intención, pero se lo terminó convirtiendo en “tres personas distintas en un solo santo verdadero”…


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