28 julio 2024

Un verano “futbolizado”

Ya es inevitable o, para expresarlo mejor, se fue haciendo inevitable. Cada 24 meses, en años pares múltiplos de cuatro, el mundo entero se “futboliza”. Ocurre durante un lapso de unos 20 días, con dos eventos que suceden casi simultáneamente en una período de tiempo equidistante entre los campeonatos mundiales. Así, aprovechando de las “paras” de verano y la finalización de los respectivos campeonatos (tanto en Europa como en América), se efectúan sendos torneos conocidos como Eurocopa y Copa América, en un solo país anfitrión, cuya realización mantiene a los países de Occidente virtualmente paralizados.

La organización de estos eventos ha ido cambiando hasta llegar a la modalidad actual. Tanto el formato como la forma de escoger las sedes o el número de participantes, así como la periodicidad de las competencias, han ido variando con el tiempo. En nuestros días, dados los efectos de la globalización y la cobertura televisiva de los partidos, se pueden presenciar las competencias europeas en la primera parte del día (desde la mañana hasta las primeras horas de la tarde) y los partidos de la CONMEBOL durante el resto del día. Esta organización permite integrar los equipos nacionales con todos los futbolistas que participan en otros países y aprovechar su contingente sin afectar a sus respectivos clubes.

 

Es gracias a la televisión que podemos apreciar que todavía existen marcadas diferencias entre los sistemas de juego europeos y americanos. El primero privilegia la posesión de la pelota y una estructura posicional bastante definida, con preponderancia de un juego más elaborado y de conjunto. El balompié sudamericano, mientras tanto, da todavía prioridad a la habilidad individual (aupando el individualismo), a la finta y el regate. Si algo caracteriza al fútbol europeo es que el contacto físico intencional entre jugadores es solo ocasional; llama la atención que, aunque sus jugadores son mejor dotados, los roces y faltas son menos frecuentes, y casi nunca suceden en forma premeditada o como consecuencia de la mala intención.

 

Los equipos europeos han aprendido a “ensanchar” la cancha; es decir, aplican un esquema amplio en lo lateral que los hace ver más ordenados y, lo que es más importante, más efectivos. Pero hay algo adicional que distingue al fútbol de nuestro subcontinente: existe un exceso de simulación –un auténtico histrionismo– que interrumpe con más asiduidad el juego y trata de obtener ventaja de impresionar a los árbitros, a quienes se los intimida y acosa con excesiva frecuencia. Estas situaciones casi se han eliminado en el juego europeo: nadie puede presionar, acosar o “pechar” a los colegiados y, si el equipo quiere hacer reclamos, esa tarea debe hacerse con mesura y ha quedado delegada a la gestión del capitán.

 

Dice Jorge Valdano, un recordado delantero argentino, ex seleccionado de su país que jugó por un tiempo para el Real Madrid, y que hoy vive en España y escribe artículos futbolísticos, que por lástima el fútbol todavía constituye “un vehículo de descarga eficaz de nuestros bajos instintos” y que (en referencia a lo que venimos comentando) en nuestros tiempos sobreviven aquellos signos autóctonos que caracterizan a estas dos diferentes escuelas: “más académico, pulcro y de alto ritmo el fútbol europeo; más astuto y violento el sudamericano”.

 

Respecto a las transmisiones televisadas, no se puede dejar de observar un excesivo sentido nacionalista en los comentarios y transmisiones; los encargados no han caído todavía en cuenta que el mundo es ahora una “aldea global”. Hay un estilo alborotado, heredado de las antiguas transmisiones radiales, impregnado de un innecesario como excesivo nacionalismo. Choca aquello de mencionar a los integrantes del equipo de otro país, refiriéndose a ellos como “los peruanos” o “los chilenos”… Los locutores deben morigerar su espíritu y tratar de disimular sus preferencias pues eso demanda el respeto hacia todos los televidentes.

 

En este punto, bien cabe recalcar en la equivocada actitud de comentaristas y locutores, que pertenecen a empresas que tienen un determinado capital: ellos evidencian y dejan prevalecer su simpatía a favor del equipo que representa a su propia nacionalidad; con frecuencia olvidan que su transmisión es urbi et orbis (para la ciudad y para el mundo) y que una visión sesgada desconoce –e irrespeta– la condición extranjera de la mayoría de sus oyentes, quienes tienen derecho a satisfacer su propia preferencia, y a disfrutar de los partidos sin estar sujetos a escuchar comentarios signados por la inquina o la falta de objetividad.


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