Voy, con su
perdón, a “hacer de espóiler” o arruinador
(tal vez “estropeador” resulte un término más adecuado y parecido a la voz inglesa). Voy a hacer de
espóiler –digo– de una eventual lectura que, aunque existe muy poca probabilidad,
ustedes pudieran haberla programado. Estoy persuadido, en todo caso, de que sería muy remota la aun más escasa posibilidad
de que ya la hubieran iniciado. Sé muy bien que ‘estropeador’ no es una palabra
reconocida... Curioso, como puede parecer, arruinador sí está en el diccionario y sí lo es.
Voy pues a hacer de ‘espóiler’, vocablo tomado del idioma inglés que, de acuerdo con el DLE, significaría: agente que “revela detalles importantes de la trama o desenlace de una obra de ficción, revelación que reduce o anula el interés de quien aún no los conoce.” Yo añadiría que, a más de aquello, también lo estropea. La RAE, ya ha reconocido la palabra y recomienda usar 'destripe' (de destripar: 'anticipar el desenlace de una historia a quienes no lo conocen'). No obstante, la sugerencia no encaja en el contexto americano (ni lo satisface).
¿Qué qué quiero contar aquí? Pues, intento hacer una síntesis de una novela de Joseph Conrad, de quien ya tenía leído Corazón de las tinieblas, obra que aunque la seguí con interés, me dejó la sensación de que pudo estar mal traducida o, como pasa en estos casos, que los responsables trataron a reducir el volumen del relato en su flagrante propósito de “salgarizarlo”… Esta vez he disfrutado de Lord Jim, quizá su mejor novela. Es bueno saber que la idea original habría sido crear un cuento de pocos capítulos, a los que se fueron añadiendo después otros episodios acaecidos en una geografía distinta. Para el lector sagaz, “Tuan” Jim puede tener algo de remiendo.
Así como Corazón de las tinieblas es una aventura africana que recoge la experiencia del explorador que hay en Conrad, Lord Jim reúne sus aventuras asiáticas y sus correrías por el Índico y el Mar de Java. Se trata de la historia de un viaje en barco desde Oriente hacia el Mar Rojo con el propósito de transportar a unos ochocientos peregrinos musulmanes a la Meca. Próximos a su destino, el barco sufre una ruptura que anega el compartimento inferior y se hunde; sus botes de emergencia son insuficientes para lograr una eficiente y segura evacuación. El hundimiento es más repentino de lo esperado y su piloto, Jim, el segundo de a bordo, se ve obligado a abandonar a sus pasajeros y evacúa el barco con el resto de la tripulación.
Jim es un joven brillante que ha ascendido en forma prematura, el abandono le procura un conflicto moral y le produce un tormentoso sentimiento de culpa que marcará su vida. Es esa frustración el eje conductor de la novela, ella corroe su sentido de valor y autoestima, le hace vivir un mundo de fantasmas y engañosos espectros; un pánico espantoso, superior al miedo de tener miedo, al miedo a uno mismo. Cuando Jim asiste a la corte, para enfrentar el juicio respectivo, tiene la impresión de que hay en el tribunal y en los asistentes un gesto de sorna, una mueca de desconfianza que lastima su propia dignidad…
La agilidad narrativa de Conrad, sumada a su conocimiento marinero, convierten al relato en un talismán de seducción; eso nos hace preguntar por qué ese embrujo no nos llegó más temprano... A pesar de ello, no puedo sino insistir en lo mismo: ¡el trabajo del escritor no ha sido debidamente traducido! Pero Conrad engancha con la riqueza de sus frases, con la filosofía de sus reflexiones, con el juego psicológico y el contraste moral entre sus antagónicos personajes. Nos dice que vivir sin un propósito, o sin ilusiones, es algo “respetable” y, quizá, exento de peligro… aunque, por desgracia, muy triste… Jim va a juicio y, a pesar de aquellas muecas de desprecio, no es condenado. Más tarde se ha de revelar una inusitada sorpresa (ojo, espóliler): el barco abandonado, oscurecido para los tripulantes por una borrascosa tormenta, habría sido localizado más tarde por una patrulla militar, y… ¡jamás se había hundido!
Conrad destaca por su dominio y narración de los elementos marinos, por la minuciosa descripción que hace de los distintos personajes. Su pasión marinera es proverbial y contagiosa: “no hay nada más incitante, que más desencanto produzca –y que más logre esclavizar al mismo tiempo– que la vida del mar”, dice. Sus comentarios invitan a la reflexión: “No es la Justicia, criada de los hombres, sino la casualidad (el azar y la Fortuna, aliada del paciente Tiempo), la que nos da cierto equilibrio, y cierto nivel de escrúpulo”… O, también: “cada cual está obligado a interpretar por si mismo el lenguaje de los hechos, que son, a veces, tan enigmáticos como los más artificiosos juegos de palabras”.
Nota: el espóiler en aviación está asociado con los alerones; ayuda a reducir el radio de viraje,
afectando la sustentación del ala interior. Activa, además, el uso de los
“frenos aerodinámicos” (extensión simultánea de ambos espóilers en los dos lados),
restringiendo la velocidad, por una parte, o incrementando, de ser el caso, el régimen de descenso, reduciendo la sustentación en las dos alas. En los autos, es solo un elemento aerodinámico.

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