20 octubre 2010

Serendipity

Horacio Walpole había sido un aristócrata inglés del siglo décimo octavo, que no se lo recuerda por su única novela gótica ("El castillo de Otranto"), que él reclamara que solo se trataba de una traducción del italiano; ni siquiera por el sinnúmero de cartas que parece que escribió. A él se debe una de las más atractivas palabras en lengua inglesa; una que las mismas enciclopedias habrían escogido como uno de los términos de más difícil traducción. A este personaje se debe la invención, o acuñamiento, del vocablo “serendipity”, que casi viene a significar lo que en castellano llamamos casualidad. Serendipity, a su vez, estaría inspirada en una palabra de origen persa y ésta probablemente en un término ya existente en el antiguo sánscrito.

En una de sus innumerables epístolas, Walpole utilizó el término para referirse a las circunstancias afortunadas que nos suceden cuando encontramos algo que no tiene relación con lo que estábamos buscando. Cristóbal Colón hallando el Nuevo Mundo cuando buscaba un camino para llegar al Asia, podría ser un buen ejemplo. Serendipity ocurre cuando encontramos algo que no esperábamos, cuando lo hallamos en forma imprevista e inesperada, cuando hacemos un descubrimiento para cuya consecución intervienen el accidente o la sagacidad.

Walpole se habría inspirado en el personaje en un cuento persa, la historia de “Las tres princesas de Serendip”. Así, decidió usar el novedoso término para expresar el encuentro de un hallazgo feliz cuando solo buscábamos algo ajeno y diferente. Parece, por otra parte, que Serendip era el antiguo nombre de Sri Lanka, antes, mucho antes que lo atormentaran los aviesos demonios tamiles, y mucho antes también de que la isla, en forma de perla y cercana al subcontinente indio, se llamase con su anterior y más conocido nombre: Ceilán.

La vida personal y la historia de los pueblos está llena de variadas circunstancias, anécdotas en el primer caso y acontecimientos en el segundo, que suceden por la mera intervención de las sinuosidades que tiene la fortuna. El mensaje del decir castizo no puede ser más elocuente: “No hay mal que por bien no venga”. Vale expresar que no hay requiebro en la fortuna que no provenga, en principio, de una opuesta y antagónica circunstancia; accedemos a un giro de la suerte como consecuencia de un lamentable incidente u ocurrencia. Pero lo opuesto parece ser también frecuente: nos suceden las desgracias como consecuencia de la oscura participación de lo que parecía ser causa inicial para nuestra felicidad…

Esto de “tener que escoger” parece que está íntimamente ligado a la condición humana. La vida es, en cierto modo, una obligación por escoger, es una condición que impone la libertad. Ya el existencialismo se refirió a que estábamos "condenados a ser libres", a tener que vivir la condena de la libertad. El precio de ésta rara y obligatoria libertad está signado por la más imprevisible de las circunstancias: la traviesa casualidad. Esto suena como la metáfora bíblica de Sodoma y Gomorra, donde la única opción de Lot y su familia, fue la de mirar al frente y seguir hacia adelante. El detenerse y regresar a ver el castigo de fuego y azufre apocalípticos sólo podía tener una pena: su conversión en fría y pétrea estatua de sal. No podemos dejar de escoger; el sólo hecho de no hacerlo ya es una opción. Una esclavitud que impone la libertad!

La vida personal no deja de estar impregnada por estos caprichosos vericuetos, en los que ejercen su protagonismo lo inesperado, lo fortuito, la casualidad de las circunstancias. En éste sentido, bien podría inventarse algo contrario al tema de ésta entrada, una especie de anti-fortuna o anti-serendipity; es decir, el hallazgo o descubrimiento de algo trágico o lamentable, en un revés de la suerte, cuando justamente parecía que gozábamos de los beneficios accidentales de la fortuna y habíamos echado mano de un importante requisito: nuestra propia sagacidad… Así, este anti-serendipity sería no otra cosa que una mala casualidad.

A veces me pregunto por qué la gente juega; por qué cede al extraño impulso de la tentación de los juegos de azar. Lo hace por simple búsqueda de emoción y fortuna material? Por pura distracción lúdica frente a la magia de su seducción? O es que interviene, más bien, un afán deliberado por torcer la casualidad? Si ésa es la intención, no sería también una ingenua, si no absurda, manera de caer en otro capítulo del libreto de la propia casualidad?

He topado éste tema porque hay palabras que, como es el caso de serendipity, me encanta escucharlas en otros idiomas, más que por su semántica o por su sentido, por su clara insinuación onírica y por su deliciosa musicalidad. Me había parecido que la palabra no tenía una perfecta traducción en el castellano pero me he topado con la voz correspondiente en el diccionario: serendipia. Y esto solo lo he descubierto por pura “casualidad”…

La vida parece ser una representación dramática cuyo escenario está adornado por el opaco terciopelo de la casualidad. Ya lo había dicho el mismo Walpole, en una de sus innumerables cartas: “ El mundo es sólo una comedia para los que piensan; pero no deja de ser una tragedia para los que sienten”… Comedia o tragedia, pero en definitiva, dirigida por la incierta fortuna y representada también por pura casualidad...!

Shanghai, 20 de Octubre de 2010
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