13 febrero 2017

Encuentros cercanos del tercer tipo

Son las tres de la mañana, ha empezado a llover y tengo que reconocer que no he podido dormir toda la noche. Me he desvelado otra vez. Ha sido la combinación de siempre: un par de tragos y un inocuo pero bien cargado café expreso. Es esa una nada secreta pero fatídica receta; me doy y me doy la vuelta y reconozco que ya no podré dormir. Inevitable tratar de entretenerse, sin hacer ruido, haciendo algo como leer algo interesante. Ineluctable también ponerse a pensar en las opciones que los demás escogen a su modo para vivir mejor, que ellos escogen para buscar su propia felicidad.

Pienso, a manera de ejemplo, en una mujer que conocí un día en Ciudad de México. Había nacido en Costa Rica pero se sentía mejicana, su nombre era María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lozano, Chavela para los amigos, muchos la conocían por su mote artístico: La dama del poncho rojo. Hizo famosas a muchas melodías de José Alfredo Jiménez que las cantaba con un estilo solemne y esa su voz única (¿qué voz no lo es?). La suya era una voz áspera, demasiado ronca. Imposible no definirla como varonil...

De niña había sufrido de poliomielitis. Había sido amiga de Frida Kahlo y de gente famosa como Pablo Neruda, Agustín Lara, Cantinflas o Picasso. Un poco tarde, y ya octogenaria, confesó públicamente lo que siempre había sido: era lesbiana. Lo había reconocido, así como si nada, como quien solo habla del clima, algo que la gente quizá siempre había intuido o sospechado, que su voz astringente le venía espontánea, que le salía natural. Ello nunca fue óbice para que hiciera famosas a canciones como La llorona, Piensa en mí, Tú me acostumbraste, Las pequeñas cosas o Un mundo raro.

Pienso también en quien un día fue un hombre bien parecido y un famoso futbolista galés, se llamaba Gary Speed, quien, a pesar de su nombre, no era ni muy técnico ni tampoco muy rápido, pero que cumplía su función de mediocampista con eficiencia y pundonor a entera cabalidad. Lo conocí en mis tiempos de Singapur como integrante del Newcastle United y un buen día (perdón por la frase hecha, porque ese día nada pudo tener de bueno), cuando ya había dejado de jugar y era entrenador del seleccionado de Gales, supe que había tomado una decisión triste e inesperada: se había suicidado. Parece que atravesaba una fuerte depresión.

Son más de cinco años de su muerte. Su esposa comentó días después que la noche anterior habían discutido… habían estado "hablando de cosas" (?). Ella entonces había preferido salir a tomar un paseo en su coche, había "salido a tomar un poco de aire". Al regresar a casa, ya pasada la medianoche, había encontrado la puerta cerrada. Como había olvidado la llave, había preferido dormir en el automóvil para no despertar a nadie. A la mañana siguiente optó por usar la puerta del garaje para entrar en la casa y pudo ver desde una claraboya lateral que su esposo pendía colgado de una cuerda de esparto. "Parecía", sí parecía, que se había suicidado.

No fue exactamente eso lo que dijo más tarde el inspector de policía. En el ánimo de no hacer olas o de honrar la memoria de un hombre querido y respetado por todos, prefirió decir que era probable que se hubiera ahorcado accidentalmente, o sea "sin querer". Más tarde los tabloides insinuaron algo de su posible y lamentable depresión, e incluso de su probable sexualidad.

Un día en París, alguien me encomendó una delicada asignatura. Ese alguien tenía la incómoda sospecha de que un querido familiar no era heterosexual. Me encargó que conversará con él para preguntarle si es que “era o no era". Si no, para que advirtiera cómo los demás lo percibían; o si sí, para que buscara, a su manera, su felicidad; pero que supiera hacerlo con cierta discreción.

Nada hay peor en la vida que tratar de ser feliz con los valores ajenos; con la sola excepción de tratar de que los otros sean felices con nuestros valores o creencias, sin advertir que su felicidad y su vida son cosas suyas, que no pueden ser objeto del escrutinio de los demás. Ortega y Gasset decía aquello de que "el hombre es él y sus circunstancias"; nunca sabemos cuáles son las circunstancias de los otros, cuál es su situación particular. Hay circunstancias que nunca pudimos escoger, como la raza, la lengua o la nacionalidad...

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