11 mayo 2017

Sorbetes, popotes y pajitas

“... cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí." Bohumil Hrabal, “Una soledad demasiado ruidosa.”

Resulta fascinante como los viajes y las lecturas nos van entregando, día a día, un universo renovado y distinto, uno que nos permite disfrutar de un mundo irreal pero interesante, el inasible -pero posible- mundo de la fantasía, un mundo con inesperados episodios y ambientes que es fruto de la imaginación de otros y de su habilidad para describirnos aquello que habían imaginado. Son las lecturas y nuestras conversaciones las que nos llevan a descubrir esos mundos y, muchas veces incluso, a nuevos y desconocidos autores.

Más sorprendente aún es que esto funciona como un travieso laberinto, en donde uno se pone a buscar una salida para esos vericuetos; y se topa, de pronto, con temas o conocimientos que surgen de la nada, como por capricho, sin siquiera sospecharlo. Hoy me hallaba buscando, por ejemplo, sinónimos para la palabra sorbete, aquel delgado adminículo que se utiliza para beber desde un recipiente, y me encontré con una entrevista a un escritor que mencionaba una obra y el nombre de otro autor (para mí, hasta entonces, desconocido), el checo Bohumil Hrabal, una de cuyas frases he utilizado al inicio de esta entrada, a manera de epígrafe.

Exploro la novela de Hrabal y me es suficiente leer unas páginas para comprobar la novedad de su estilo. Descubro que tiene idéntica nacionalidad -y probablemente similares influencias que Kundera-, pero enseguida lo percibo distinto. Leer a Hrabal es asistir a un soliloquio permanente, la suya es una forma de meditar en voz alta: “cuando me sumerjo en la lectura, estoy en otra parte, dentro del texto, me despierto sorprendido y reconozco con culpa que efectivamente vuelvo de un sueño, del más bello de los mundos”... Medito también en si esa diferencia se da más bien por un factor de traducción, y resuelvo que más que un dominio del idioma original, el traductor requiere de una comprensión del estilo del autor y, además, de un versátil dominio del idioma al que se traduce, para así ser fiel a la narración y leal con el carácter de ese estilo.

Pero hablaba de cómo al meditar en las diferentes maneras de llamar a un artilugio, me había llevado a encontrar algo desconocido. Es probable que desde hace mucho ya haya descubierto que se lo conocía con otros nombres en otras partes. Casi al mismo tiempo que descubría que en inglés se decía "straw" (paja), ya advertía que le decían "popote" (paja en náhuatl) en México y "pajita" en Venezuela. No sé si tardé en reconocer que este elemento plástico que hoy nos ocupa, pudo haber sido
en su origen una paja vegetal. Lo que alguna vez imaginé es que no decíamos paja o pajita por el sentido malsonante de la palabra; por el mismo motivo que un auto Mitsubishi recibió en el país el nombre de Montero y no el de Pajero…

Hago estas meditaciones motivado por una campaña internacional contra los sorbetes plásticos, quizá un tanto exagerada, que reclama que sus residuos constituyen el 4% de la basura existente en los océanos. Conviene meditar en que estos tubitos se proveen en los locales públicos sólo por la costumbre o, como dicen ahora, sólo "por defecto"; y reflexionar en que la probable razón para esa provisión sea un prurito de supuesta higiene: la idea de que evitemos ponernos en contacto con el vaso, aunque el contenido sí lo esté haciendo...

Me pregunto, por qué no se ofrecen sorbetes para acompañar la cerveza (o cualquier bebida alcohólica) y reconozco que en los bares, especialmente en USA y Europa, se utilizan métodos asépticos de lavado que hacen redundante la precaución. Así y todo, existen casos en que estos “popotes” siguen siendo necesarios; pruebas al canto: ellos siguen siendo útiles para uso de ciertas personas mayores o enfermos en los hospitales.

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