22 mayo 2017

Una metáfora política

Se vienen días políticos, y polémicos… Es ineludible, se viene la transmisión del mando. No siempre fue así, tradicionalmente el 24 de mayo fue más bien una fecha cívica, dedicada a recordar la gesta gloriosa de nuestros héroes, aquella espléndida batalla que proclamó nuestra soberanía y nos otorgó identidad y libertad. Pero, de un tiempo a esta parte, ya no es más una fecha cívica, reservada para la celebración de nuestra efemérides: a fuerza de confundir patriotismo con politiquería, se ha convertido en ocasión política.

Es en el Palacio Legislativo, la sede de la Asamblea Nacional, donde se lleva a cabo la transmisión del mando. Ahí los dirigentes políticos se llenan la boca hablando de democracia, han olvidado que ésta por esencia es -debería ser- representativa y pluralista; y no la consolidación de ese espíritu mezquino y maniqueo en que la han convertido los que hablan de los pobres para vivir como ricos o atacan a una élite para imponer el dominio de una nueva forma de aristocracia. Ahí, ya no sirve el diálogo; no se sabe qué es la concertación…

Si la sede legislativa ha de ser “la casa de todos”, como lo ha enunciado su flamante presidente, ella misma, la Asamblea Legislativa como tal, debería ser una metáfora de la vida política de la colectividad, ella debería ser reflejo y representación de los puntos de vista, las opiniones, los temores y anhelos de los diferentes grupos que integran la sociedad. Es que, es lógico y natural: es imposible que todos piensen igual, aunque todos busquen un mismo fin, que a la final (si no redundo) se manifiesta en orden, progreso y bienestar.

Aunque, “la casa” ha cambiado... Ya no es el sobrio y gallardo edificio que vi construir y conocí de niño. Hoy en día, un excesivo celo por la privacidad y la seguridad física de los representantes o legisladores (¿exclusión y paranoia?) lo ha convertido en un enorme mamotreto, carente de elegancia, buen gusto arquitectónico y armonía con el área que lo circunda. Todo parece, menos el solemne lugar donde se discuten y redactan las leyes. Aquellas horribles rejas que cubren sus ventanas le dan la imagen de una triste penitenciaría.

Y ha dicho el nuevo titular de la Asamblea -han sido sus primeras palabras- que combatirá el show mediático y que dará relevancia a la fiscalización. Quienes hemos visto con desilusión cómo la Asamblea ha perdido su independencia, para atender a los propósitos y caprichos del Ejecutivo; quienes nos hemos acostumbrado a que la Asamblea no audite ni fiscalice, como solía hacerlo en el pasado, no podemos sino esperar una gestión fiscalizadora caracterizada por la transparencia y una efectiva lucha contra la corrupción, y que esté enemistada con su hermana gemela: la impunidad.

El dignatario insiste en que la corrupción no es algo reciente; advierte que existe en todas partes y que ha existido en todos los gobiernos. Pero este no es motivo para desfallecer en las tareas de control e investigación; en asegurarse que los más importantes funcionarios públicos cumplan con su misión y los preceptos constitucionales. El deseo de no despertar innecesario escándalo (tal show mediático) no puede convertirse en excusa, y menos aún en patente de corso, para descuidar una exigencia que dice relación con la obligación administrativa y, especialmente, con la correcta eficiencia del Estado y con aquel espíritu moral que debe impregnarse en todas las manifestaciones de la comunidad. Por el contrario, y justamente por ello, obliga a los legisladores a actuar con mayor severidad, a ser más cuidadosos con su tarea y a ser más exigentes.

Las postreras actuaciones del cuerpo legislativo que ha cesado en funciones, han demostrado un lamentable desapego a las normas de derecho. Incluso quienes nunca asistimos a una facultad de jurisprudencia, sabemos que en derecho público solo puede hacerse lo que ha estado permitido en forma expresa; y que aquello no autorizado está automáticamente prohibido. No se debe legislar para privilegiar una pasajera circunstancia; tampoco con dedicatoria ni para crear un particular beneficio. Todo lo contrario incita de veras al show mediático, crea barullo, desorden y relajo. Propicia el desbarajuste, el quilombo como lo llaman los argentinos.

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