11 julio 2020

Cantos de sirena

Se ha ido Otto Sonnenholzner. Se ha ido insinuando que lo hacía para demostrar a sus detractores que el meritorio desempeño que venía cumpliendo nada tenía que ver con una eventual aspiración política. La acción, sin embargo, lejos de desvirtuar ha validado los resquemores de aquellos reparos y críticas. Si lo que realmente quería el vicepresidente era dejar de una vez en claro que su, hasta aquí, magnífico desempeño no estaba vinculado a su promoción proselitista, mal hizo en dejarse seducir, y luego de ello transigir, ante los cantos de sirena de la oportunidad política.

En efecto, si lo que Otto quería (así quiere que lo llamemos) era demostrar que su actividad cotidiana nada tenía que ver con una inmediata veleidad política (a la que nadie puede negarle derecho), lo único que tenía que hacer era continuar en su función como vicepresidente o pedirle al presidente Moreno que lo libere de las tareas que se le había delegado; pero en cualquier caso, tenía que mantener el compromiso al que en algún momento prometió adherirse. Eso, era todo lo que tenía que hacer. Y no sucumbir a los improvisados embates del engreimiento.

Si decidió renunciar, el mensaje que en la práctica entregó, fue que lo hacía porque efectivamente tenia una mayor y más alta ambición. Es probable que, en alguna parte del camino, se haya dejado subyugar por un espejismo, aquella melodía del servicio; melodía que casi siempre se escribe sobre el pentagrama de la popularidad y que, asimismo, nunca deja de burilarse con las siete notas de la adulación ajena (no deja de sorprender que vanidad también se escriba con siete letras). Lo que sí nos consta es que esa, hoy novedosa aspiración, no la tuvo hace un par de años, cuando nadie todavía lo conocía, cuando todavía se nos hacía difícil pronunciar su apellido, cuando su imagen, ajena a la política, ayudó a que vayamos reconociendo su valía.

Pero... no hay “cantos de sirena” sin que estas criaturas efectivamente existan. No hay seducción sin seductor, ni embrujo sin pitonisa. Parece que en la antigüedad las sirenas eran más bien una mezcla de fémina y pájaro; mas, con el paso del tiempo, con el advenimiento de la Edad Media, estas sirenas fueron convirtiéndose en criaturas marinas, con el cuerpo de una hermosa doncella y la bifurcada cola de un pez sensual y escamoso. Empero, el embeleso de la sirena no emanaba de su figura sino de la pérfida seducción de su melodía. No asombra que su misma etimología lo sugiera: “criatura que ata y desata, que subyuga y encadena “...

En cuanto a la expresión “canto de sirena”, viene de una frase contenida en la Biblia, en el libro de Isaías. Se la recoge en la Vulgata, la versión escrita en latín corriente que fuera encargada a san Jerónimo por el papa Dámaso I; esta habría sido traducida directamente del griego y del hebreo, adaptando segmentos de la versión griega conocida como Septuaginta. Desde temprano la sirena se inscribe en la imaginación del hombre como aquel híbrido de apariencia pisciforme que tiene el atributo de embelesar con sus aduladores cantos a los cándidos marineros. Por otro lado, sirena pudiera ser una voz que tiene un origen semítico: “sir” significa canto...

Sea lo que sea, el marinero de esta Odisea se llamaba Otto, había hecho su llegada como un desconocido, cual extraño y casi como advenedizo; pero había recibido los augurios de los oráculos y de las sibilas. Otto había aparecido de improviso, como empujado por una benigna y vigorosa brisa de barlovento y, hábil, se había presentado, él mismo, como un viento distinto y fresco. Entregó con discreción sus credenciales, logrando enseguida ganar una imagen de sencillez y de prestancia; supo, desde el principio, combinar sus ejecutorias y su capacidad con un sentido de raro compromiso. A diferencia de sus predecesores, supo promocionarse como alguien en quien se podía confiar, no irradiaba aquella mortecina sombra de indelicadeza.

Por lástima, ese es justamente el antecedente que no se puede desconocer. El ex comunicador no vino solo como un nuevo vicepresidente que, además, no había sido elegido en las urnas; sino como un personaje escogido ad-hoc (y que, además, había sido escogido a dedo), que había llegado para reemplazar, por el tiempo que todavía faltaba, a otros dos funcionarios que habían sido destituidos por su implicación en turbios tramas de incorrección o por desaprensivas acciones en la gestión pública. El vino “para quedarse hasta terminar”, y no para, tan pronto como veinte meses después, renunciar porque se dejó tentar por el dulce canto de las ninfas.

Sonnenholzner pudo haber esperado. Estuvo haciendo un valioso papel, se había ganado la simpatía de medio país; pero su tarea aún no había concluido. Me pareció que dijo algo un tanto confuso en su discurso de despedida; la mala construcción de una frase tal vez abrió la posibilidad para que hubiese existido un lapsus en su elocución: “Al presidente de la República siempre le agradeceré -dijo- su esfuerzo por dar los primeros y difíciles pasos para sacarnos de ese modelo fracasado que solo busca destruir y tiene sumido en la pobreza y la desolación al pueblo venezolano” (?). Quizá hubiese quedado más claro si, luego de aquel “destruir”, habría completado: “y que, en otro lugar de América, tiene sumido...” Creo que se oyó ambiguo. Sí, sonó equívoco.

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario