18 julio 2020

De Biblos y Biblias

Cuenta la leyenda -a veces cuenta lo mismo que la Historia- que mientras Atahualpa estuvo, por tantos meses cautivo en Cajamarca, se le acercó el fraile Valverde -un clérigo siniestro y obcecado, según lo pintan- con una Biblia en la mano y le advirtió que aquel particular artilugio era no otra cosa que la Palabra de Dios. Se comenta que al tomar el Inca el texto en sus manos, creyendo que era una especie de caja sonora, se lo llevó al oído y al advertir que no emitía ruido alguno, lo arrojó contra el piso de la habitación donde lo tenían secuestrado...

Es que, la Biblia ha sido conocida desde siempre como la “Palabra de Dios”; es, en efecto, una obra de carácter espiritual. Se dice que es el libro más editado y leído que hay en el mundo. De lo primero, a nadie le cabe la menor duda; no obstante, no se puede estar muy seguro de lo segundo, pues es muy probable que la mayoría no lo haya leído completamente. La verdad es que ¿quién no ha leído la Biblia?; sin embargo, muy pocos la han leído en forma metódica, de principio a fin. Tal vez lo únicos que le han dado una lectura completa sean los clérigos; y quizá unos pocos individuos más, entre los seglares más devotos; y quizá ni eso...

Biblia es una palabra en plural, aunque se la usa cual si fuese singular. Se dice que la Biblia hebrea o Tanaj habría sido escrita a lo largo de unos mil años y que fue un grupo de eruditos religiosos el que habría estructurado sus libros o capítulos unos pocos siglos antes de la Era Cristiana. Tanaj es como se conoce a lo que para los cristianos es el Antiguo Testamento; se llama así por que junta las tres iniciales (T, N y J) de sus tres principales textos: la Torá (Pentateuco), el Nevi'im (Profetas) y el Ketuvim (Escritos). Parece que dentro del judaísmo también hubo una antigua discrepancia, en cuanto a qué libros eran parte de la Ley: para los saduceos, lo era únicamente la Torá, los cinco libros de Moisés, nuestro Pentateuco; en tanto que, para los fariseos, también lo eran los otros textos, el de los Profetas y los Escritos.

En Alejandría se habría efectuado la primera traducción de la Biblia hebrea, esta se hizo teniendo en la mira a los judíos que vivían en la antigua Grecia y que, por lo mismo, hablaban en griego. Para ello, se reunieron unos setenta sabios y efectuaron una catalogación de los libros de la Biblia hebrea y añadieron unos pocos libros adicionales; fue éste el motivo por el que esta versión pasaría a ser conocida como “Septuaginta” o “de los setenta” para la posteridad. A esta versión, siguiendo cierto Canon, palabra que quiere decir regla o medida, el cristianismo añadiría, posteriormente, el Nuevo Testamento.

Pasados los siglos, habría de ser la Biblia de los Setenta (LXX) la que serviría de base para las primeras Biblias latinas y para la primera escrita en latín vulgar o corriente: se la conocería como Vulgata, porque la intención del papa que dispuso su elaboración, fue la de divulgar o dar a conocer las Sagradas Escrituras al mayor número de creyentes. Habría de ser Jerónimo de Estridón, uno de los Padres de la Iglesia, quien en el año 382 efectuaría este trabajo. La Vulgata, con el paso del tiempo, serviría de referencia para futuras traducciones.

Hay un total de 73 libros en la Biblia católica, aunque no todos corresponden al original hebreo; de igual modo, no todos los libros cumplen con el Canon, norma que establece cuáles son los libros que merecen ser considerados como canónicos o “inspirados” por Dios. Hay libros que se denominan “deuterocanónicos” que, aunque son parte de la Biblia, solo cumplen con una norma posterior. “Deutero” significa segundo en griego. Los protestantes no reconocen como inspirados a algunos textos, a los que conocen como “apócrifos”; y no es que los juzguen como falsos o inauténticos, sino que consideran que no cumplen con la proto-norma original.

La palabra biblia tiene una curiosa etimología. Biblia, es en griego el plural de biblion (rollo o papiro; y, por tanto, libro). Existe una antigua ciudad fenicia, en la costa del actual Líbano, con el nombre de Biblos. Estaría en debate qué vino primero, si el pueblo que fabricaba los papiros o los papiros que se elaboraban en el pueblo; pues este bien pudo haber pasado a adoptar el nombre, en razón de los papiros con que se elaboraban los libros. La palabra, en fenicio, significaría montaña o colina.

Hubo varios esfuerzos editoriales con el objeto de traducir la Biblia al castellano. Existieron algunas traducciones antes de la llamada Biblia Alfonsina (Siglo XIII) en el tiempo de Alfonso X, el Sabio. Más tarde, a principios del Siglo XVI, el cardenal Cisneros habría de promover una traducción mejor elaborada, que se la conoce como Biblia Políglota Complutense (de Complutum, el antiguo nombre en latín que tuvo Alcalá de Henares); su edición se apoyó en la reciente aplicación de un invento que vino a transformar el mundo de la comunicación, la ciencia y la literatura: la imprenta de Gutenberg. Su plausible intención con este trabajo no era otra que estimular el estudio, para entonces descuidado de las Sagradas Escrituras.

Hay una versión posterior, es conocida como Biblia del Oso; es fácilmente reconocible porque en su primera página aparece el grabado de un oso erguido deleitándose con la miel de un árbol. La he encontrado en mis viajes, está a disposición de los huéspedes, escondida en el cajón de la mesa de noche de los principales hoteles de nuestros países. Se trata de una Biblia protestante. Fue concebida por un reformista luterano, Casiodoro de Reina, y revisada más tarde por uno de sus discípulos, Cipriano de Valera. Se la conoce como la Reina-Valera.

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