08 julio 2020

Una factura escondida

No es un país enorme, pero está densamente poblado. Pakistán es un país musulmán que tiene más de 200 millones de habitantes; de hecho, es uno de los cinco más poblados del mundo. Recuerdo haber leído que su nombre es realmente un acrónimo que representa las regiones que lo constituyen (Punjab, Afghan, Kashmir, Indus, Sind y Baluchistán). Ello, sin embargo, pudiera ser una explicación antojadiza y carente de autenticidad; “pak” quiere decir “puro” en urdu, el idioma que se habla ahí. En cuanto al resto del nombre (istan), es un sufijo heredado del sánscrito, un antiguo idioma, en el que significa “patria, tierra o lugar”.

Sus principales ciudades son Karachi y Lahore, que tienen dieciséis y doce millones de personas. Hace pocas semanas, PIA, Pakistán International Airlines, sufrió un catastrófico accidente en un vuelo entre las dos ciudades. La tragedia está ahora inscrita en el catálogo de los accidentes escogidos por los organismos de seguridad aérea, como episodios que enseñan como no se debe volar un avión y que alertan como, por efecto de una cadena de inconcebibles errores, se perfilan las causas últimas para que se produzcan estos estúpidos accidentes. Ellos son solo la secuela del atolondramiento, la falta de entrenamiento y la carencia de adecuada planificación.

El vuelo PK8303, un Airbus A320, debía cubrir la ruta entre los dos aeropuertos (una hora y media de vuelo). Debido al diseño de la aerovía (una “pata de perro” o una L), es frecuente que antes de la mitad del trayecto, el centro de control autorice a volar directo al punto de inicio en la aproximación final. Esto pudiera significar un recorte considerable e inesperado para la distancia que se tiene todavía que recorrer. A pesar de ello, si hubiese existido la debida conciencia situacional, esto no tenía porqué influenciar en el oportuno inicio de descenso (incluso en caso de un eventual viento de cola). Lo cierto es que, por una u otra razón, el vuelo no inició su descenso en el momento adecuado; no se puede descartar tampoco una autorización que vino retrasada.

Cualquiera que sea el caso, el descenso se inició tarde o los pilotos no cayeron en cuenta que se habían quedado demasiado altos, al punto que fueron advertidos en forma reiterada por parte del control de su inconveniente situación (su altura relacionada con la distancia al aeropuerto). Frente a ello, se habrían visto abocados, en forma imprevista, a utilizar todos sus recursos para corregir la desviación y para evitar más tarde una maniobra circular que les haría perder unos cuantos minutos de tiempo. Amén del estigma que para algunos pilotos representa aquello de “tener que dar una vuelta para descender”; asunto que pudiera ser visto como una falta de adecuada planificación. Esto pudo requerir lo que se aprecia en el reporte: la extensión prematura del tren de aterrizaje.

Así, por largo trecho, su concentración habría estado enfocada en recuperar la gradiente lo más pronto posible. Encerrados los pilotos en aquel túnel de atención, tampoco habrían logrado ejecutar lo planificado. Más tarde, cuando el piloto que volaba comprobó que sus esfuerzos eran infructuosos, parece que volvió a solicitar la extensión del tren de aterrizaje, sin caer en cuenta que este ya había sido extendido… Este bien pudiese ser el punto central del episodio. Si hay algo confuso e inexplicable, en todo el desarrollo de esta parte del vuelo, es por qué, si todavía estaban muy altos, lo tuvieron que volver a retractar. ¿Es acaso probable que se haya confundido el segundo piloto, y creyendo que había mal entendido, haya optado por retractar el tren?… Aquí puede estar el meollo de la cuestión; algo sucedió, algo que no solo fue contraproducente, sino que tuvo el indeseado efecto de alterar la conciencia situacional de quien venía volando la aeronave…

En este punto, el prejuicio de “no quedar mal” no permitió a quien volaba, optar por un recurso alternativo: circular antes de, o sobre, el punto inicial de aproximación, con el objeto de obtener una altura adecuada, reducir la velocidad y estabilizar la aproximación, y no olvidar que aún no habían extendido el tren de aterrizaje. Era tal la concentración en reducir la altura, y luego la velocidad, que no advirtieron a tiempo que todavía no lo habían extendido. Así, empecinados, como estaban, por continuar con un trayecto directo hacia la pista, los pilotos no reaccionaron frente a las continuas advertencias que recibieron de la altitud y de la configuración del avión.

Fue solo luego de "topar ruedas" (perdón por la involuntaria ironía), que se percataron que lo habían hecho sin haberlas extendido. Entonces decidieron algo comprensible pero fatal: volverse al aire, incluso luego de ya haber aplicado las reversas… Ahí, el roce de los motores con la pista, quizá produjo daños inimaginables en las turbinas; dos minutos más tarde los motores dejaron de funcionar: ya no pudieron proporcionar el empuje necesario para asegurar la sustentación del aparato y su retorno al aeropuerto. Y ya, sin potencia, el bimotor no consiguió continuar y se precipitó sobre un zaguán, a solo kilómetro y medio de la pista en la que debía concluir el desafortunado viaje. Qué lastima, un avión en perfectas condiciones, quizá sin tener que enfrentar factores adversos de clima, sin necesidad ni motivo, terminó en un inaudito y catastrófico accidente. Qué desastre!

Alrededor de cien personas perdieron sus vidas. Triste epílogo para un atolondrado episodio caracterizado por la testarudez y el apresuramiento. Pocas semanas después del accidente, las autoridades han descubierto una generalizada red de falsificación de registros de entrenamiento, y de alteración de certificados aeronáuticos y de bitácoras de vuelo. Está claro que estas cosas pasan no solo porque existan “sapos vivos”, sino porque la astucia florece cuando estos personajes descubren que el sistema carece de un control adecuado... En esta criminal e increíble situación parecería estar involucrado un elevado porcentaje de aviadores de la propia Pakistán Airlines.

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