07 octubre 2020

De infidelidades y otros cuernos

Sí, hubo locuciones que escuchaba en familia y que me confundieron en la infancia. A ello debe haberse sumado mi incipiente espíritu pugnaz que me llevó a cuestionar expresiones que me endilgaron, como “muchacho malcriado” o “muchachito de un cuerno”. Si era malcriado -yo protestaba-, ha de ser porque me criaron mal, lo cual no era asunto de mi responsabilidad. En cuanto a lo otro, a aquel confuso “muchachito de un cuerno”, nunca supe si estaba emparentado con otras expresiones como las de “mandar al cuerno”, o “importar un cuerno”. Sospecho que lo único que nunca se me ocurrió fue asociarlo con otros más nefandos cuernos, los relativos a la infidelidad.

 

Similar reflexión me ocupa ahora que no sé qué mismo quiere decir y de dónde salió aquella otra especie de refrán o dicho popular, aquel de “tras cuernos, palos” (así con coma intermedia, para que pueda adquirir un sentido de continuidad). Creo que, en cuanto al incógnito sentido, no me ha quedado más que dar rienda suelta a mi propia imaginación, y he terminado conjeturando que equivaldría a decir que una determinada situación sería “el colmo de la mala suerte”. Algo así como poner sal a la herida, o añadir insulto a la lesión como dicen en inglés. En términos deportivos, vendría a ser como marcar un gol en propia puerta, luego de haber sido considerado culpable de ocasionar una falta merecedora de penalización en el área de candela.

 

Hay quién insinúa que aquellos mismos cuernos, los que anteceden a los palos de marras, no son otros que aquellos que no dejan dormir con tranquilidad a sus portadores (en el no siempre probable caso de estar apercibidos de su efectiva o incierta ocurrencia). Se sabe que estos adminículos (“Prolongación ósea cubierta por una capa epidérmica o por una vaina dura y consistente, que tienen algunos..., como, en forma harto gráfica, lo explica el DRAE) pudieran ser tan antiguos como la propia historia de la humanidad. En otras palabras, aquello de la tentadora serpiente bien pudiera tratarse de una habilidosa alegoría para disimular la culpa de nuestra primera y distante madre, Doña Eva de los Manzanares, Condesa del Edén y los Territorios de Oriente, Grande del Paraíso...

 

Pero, quizá de gana me pongo mal pensado. A fin de cuentas hay que velar por el honor de la familia, aunque se trate de parientes lejanos... Ya meditándolo bien, pudiera ser que lo relacionado con este tipo de traicioncillas o infidelidades, propiamente llamadas cuernos, ya se documentaron desde los tiempos de la antigüedad helénica. En efecto, mientras efectuaba averiguaciones a éste respecto, encontré una explicación con la que difícilmente concuerdo. Refiere la información que luego de su larga ausencia, y mientras regresaba Odiseo (por otro nombre Ulises) a su hogar en Ítaca, asunto que le tomó como veinte años, su hermosa mujer fue importunada por múltiples pretendientes tratando de medrar de la no confirmada posibilidad de que el héroe hubiera muerto. Incluso Mercurio, uno de los dioses, habría participado en similar intento, disfrazándose de macho cabrío.

 

No obstante, el frustrado propósito de Mercurio para seducir a la indómita Penélope, tampoco daría para asociar el uso del plural “cuernos” con los apéndices óseos del ejemplar mencionado al final del párrafo anterior. Penélope supo reputarse como paradigma de la fidelidad y no de lo contrario. Más bien, lo que sí podría aplicarse, como simbólica explicación para el uso del sustantivo, es la historia atribuida a Pasífae, consorte de Minos, rey de Creta, quien se había dejado poseer por un toro mitológico, del cual se habría enamorado; episodio que habría dado lugar al nacimiento de una criatura, con cuerpo de humano y cabeza de toro, que se conoce como Minotauro. Desde entonces se utiliza la cornamenta como epónimo para referirse al indiscreto comportamiento de los cónyuges.

 

Ahora sí, vamos de vuelta a lo que nos ocupa: la explicación del apotegma “tras cuernos palos”... Tal parece que en el medioevo no solo se castigaba al esposo adúltero, sino también a su consorte desapercibido e ingenuo. Se obligaba a ambos, tanto al travieso como al injuriado, a montar desnudos en un borrico, mientras los vecinos e infaltables curiosos se encargaban de utilizar unos garrotes para obsequiarles una indiscriminada y pertinaz reprimenda a punta de palazos. Para el esposo agraviado (nótese que casi nunca se habla de la agraviada), el poco equitativo trato se convertía “ipso facto” en un oprobioso y nada indulgente castigo. Sí, tras cuernos, palos…

 

En resumen: una justicia de un cuerno. Aun peor que ser mandado al mismo cuerno!


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario