04 junio 2021

Algo gracioso sucedió camino del foro

Se llamaba Buster Keaton (ese era, por lo menos, su nombre artístico). Murió en un hospital – a mi misma edad– de una enfermedad que nunca le contaron. Fue actor y director de cine, de los mejores que haya habido. Dicen que cuando actuaba, solo necesitaba alterar su mirada para expresar cualquier estado de ánimo. Era bien parecido y será recordado como uno de los actores más formidables del cine mudo. Pude verlo actuar, como personaje secundario, en una película que se proyectó hace medio siglo (yo tal vez tenía veinte años), se llamó “Algo gracioso sucedió camino del foro”; sería su despedida como actor, fue su última película.  

El film, según recuerdo, pintaba la historia de un esclavo, Pseudolus, quien, a despecho de su nombre (que podría insinuar la condición de impostor o de falso), era más bien un individuo astuto y sagaz, pero un tanto tramposo, aunque por buenos motivos. Este se había propuesto ayudar a su amo, que estaba empeñado en enamorar a su agraciada vecina, todo a cambio de obtener su libertad. Pero, no es de esa trama de lo que quiero hablarles hoy… Me ha gustado el título porque en días pasados, mientras regresaba a casa, me sucedió algo extraño que nada tuvo de gracioso. ¿Cómo llamar cómica, o “graciosa”, a una circunstancia en la que solo volver a casa me tomó casi cinco horas (algo que no debería tomar más de treinta minutos).

Empiezo por aclarar que no vivo en Quito; vivo en San Rafael, ubicado en uno de los valles aledaños. Soy consciente de los ocasionales trancones que se producen en vías como la Avenida Simón Bolívar, especialmente cuando llueve y durante las reconocidas “horas pico”. Procuro, por lo mismo, evitar esos horarios, pero hay ocasiones en que no existe alternativa y manejar durante esas horas, en ese tipo de caminos, se vuelve inevitable.

El caso es que salí desde “El labrador” con rumbo a mi humilde morada a eso de las cinco de la tarde. Cuando llegué a esa avenida de alta velocidad (¿cómo llamarla “autopista”?), pude apreciar que el flujo del tránsito era muy lento, casi se podía decir que el desplazamiento vehicular hacia el sur había colapsado. Solo dos horas más tarde, cuando ya había llegado hasta la intersección de la Vía Interoceánica, pude advertir el motivo: un enorme tráiler había derrapado en plena vía y yacía de costado interrumpiendo el paso en todos los carriles.

Opté entonces por tomar la Vía Interoceánica como alternativa. Bajé hacia Cumbayá con la inicial intención de tomar la Ruta Viva y conectar con la vía Intervalles. Pronto pude percatarme que casi todos los demás afectados habían optado por similar iniciativa. Fue cuando decidí efectuar un repentino cambio de planes: tomé la Ruta Viva en sentido oriente–occidente y me propuse regresar a la Simón Bolívar. Por un instante creí que había efectuado una brillante elección, solo para comprobar que, oh sorpresa, el tránsito estaba también paralizado en ese nuevo sector de la demandada vía. Habría de tomarme otras dos horas y media llegar hasta la próxima salida, en donde la S. Bolivar conecta con la autopista General Rumiñahui. Hasta este punto, me había tomado cuatro horas y media recorrer una distancia aproximada de veinticinco kilómetros. Es decir, ¡cuarenta kilómetros en casi cinco horas!

He recordado de pronto, una experiencia semejante: una mañana, mientras trabajaba en Seúl para Korean Air, tuve que reportarme en Kimpo a las seis de la mañana; me habían programado para un vuelo a Bangkok, en Tailandia. Debía salir a las ocho de la mañana y el viaje tomaría seis horas de vuelo. Por algún olvidado motivo, salimos con un breve retraso y estuvimos aterrizando a eso de las cuatro de la tarde. Había llovido “perros y gatos” en esa ciudad paradojal carente de desagües y, para colmo, era un día viernes. Se soportan ahí, por seis meses al año, aguaceros apocalípticos cuando los díscolos monzones hacen sentir su necio efecto. La nueva autopista estaba todavía en construcción y nos tomó cuatro largas horas llegar hasta el hotel, mientras apreciábamos todos los detalles de esa urbe contradictoria donde se juntan los más hermosos templos con los arrabales más inmundos y pestilentes.

Pero ¿Qué hacer con esta ruta? Creo, para empezar, que se debería restringir el tránsito de vehículos pesados en las horas pico, al menos el de las unidades que no atienden al transporte público. Esto es parte del problema. Otra alternativa sería la de rediseñar el uso de la vía, para que se la pueda utilizar también en sentido inverso (al menos determinados carriles); hay –por otra parte– que mejorar la información que se ofrece al usuario (que se la puede proporcionar en letreros electrónicos), para poder recomendar así otras alternativas en casos de congestión o accidente. Se puede implementar una estación dedicada a informar la condición de la vía. Se podría, además, crear paradores e instalar estaciones de servicio a lo largo de la ruta; e incluso, tratar de reducir el número de vehículos en base a la promoción de un sistema de transporte compartido… ¡Hasta Pseudolus estaría de acuerdo!


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