11 junio 2021

Hace falta un Diccionario Urbano

He empezado a persuadirme de que algo anda mal, de que algo no encaja y de que los miembros de la Academia quizá han perdido sus libretos. Advierto que, poco a poco y en forma nada disimulada y sutil, los ilustres académicos se han dado por aceptar, como nuevas voces del revisado Diccionario de la RAE, una serie de innecesarios barbarismos… Sí, porque el propio documento define barbarismo, en su última acepción, como un “extranjerismo no incorporado totalmente al idioma”. Quizá la única diferencia sea que, tratándose de voces ajenas y pertenecientes a otras lenguas, con su gestión los han incorporado plenamente…

 

En esta inquietud me encontraba, hasta hace pocos días, a cuento de que me hallaba indagando la historia y el porqué del lema de la Academia, cuando de pronto me encontré, en la sección de Cartas al Director del periódico El País, con una muy interesante misiva de quien parecía ser un entendido en temas lingüísticos. Firmaba como Miguel Cámara, comentaba acerca del lema referido y mencionaba que (la entidad) “en un principio incorporaba nuevos términos al Diccionario, recogidos por la costumbre y el saber popular; así tenemos souvenir, sandwich, clichet, bufet, ticket”. Pero que hoy, con el crecimiento de la red de medios y la influencia negativa que estos ejercen, se ha ido produciendo un uso abusivo de extranjerismos.

 

Y continuaba el mencionado caballero: “El pueblo ahora ha influido para que entren en el Diccionario términos como hobby, look, input, mouse, ranking, break, mailing, hit, bluf, chance, remake, revival, flash back, casting, low cost, bluetooth, item, tablet, affaire, on site, estar ‘in’, o estar ‘out’, y cientos más”. Y concluía el querellante: “La Academia, en lugar de bendecirlos, debía ser más cauta y responsable al considerar las nuevas costumbres del vulgo porque, en definitiva, quien enseña y educa es el profesor, nunca los alumnos”. Con ello lo que el señor Cámara ponía de manifiesto era justamente lo que yo venía reclamando; esto es que: la academia no solo esté aceptando neologismos, sino que ha empezado a incluir voces de otros idiomas sin que esto sea absolutamente necesario. ¡El diccionario no está para eso!

 

Participo de la opinión que la práctica totalidad de los términos mencionados en el párrafo anterior (en su mayoría anglicismos y galicismos), son perfectamente traducibles a nuestro idioma: esto, si además no tienen también la contrapartida de que existen otras palabras equivalentes. Tomemos cualquiera de ellos al azar, casting por ejemplo: el diccionario dice que es una “selección de actores o de modelos publicitarios para una determinada actuación”; bien pudiera traducirse como “prueba de actuación”, por ejemplo. De hecho, no es una traducción con una ideal economía de palabras, pero más o menos representa la idea y la intención. Soy consciente de que cuando se tradujo por primera vez “hamaca”, por ejemplo, pudo haber sido muy extensa la literatura escogida (“especie de cama, hecha de esterilla, utilizada para descansar, que normalmente va colgada de un árbol”. O algo así…).

 

Pero miremos qué sucede en la lengua inglesa, también como ejemplo. Existen, en primer lugar, varios diccionarios que han merecido ser reconocidos o aprobados: el Oxford es uno; el Collins o el Cambridge, pudieran ser otros. En ellos, una de las distinciones más importantes es la de que hay una diferenciación en cuanto a los significados (y aun en la pronunciación de los términos) de acuerdo a si se trata del inglés americano o británico. Luego, existe un diccionario más exhaustivo (“more comprehensive”), que sirve casi como un diccionario de sinónimos y antónimos; es lo que se denomina un “tesaurus”, o tesoro. Y, finalmente, existe una suerte de diccionario de cualquier término relacionado con el argot o jerga de todo tipo de actividad, ambiente u oficio: es lo que se conoce como un “Urban Dictionary” (un Diccionario Urbano). Aquí entrarían no solo las jerigonzas, sino también toda suerte de palabras técnicas, o voces adaptadas; e incluso voces de dialectos o idiomas informales, como pudieran ser el lunfardo o el papiamento. Aquí la única consideración sería la de si a esos vocablos se los ingresa como parte de la totalidad o como compendios, formando parte de un determinado anexo.

 

El punto central es que todas esas voces, que son recogidas en el Diccionario Urbano, ya no se requiere registrarlas en los diccionarios regulares. Estas voces no tienen porqué estar incluidas y definidas en los diccionarios principales, que son aquellos que recogen las voces de uso coloquial y del habla elegante del idioma. Todo aquello que es utilizado por un grupo que emplea un lenguaje particular va al Diccionario Urbano. En el caso que nos ocupa, la Academia debe entender que no está para eso. Y es que se equivoca o no tiene la idea clara. Y no solo que ha distorsionado sino que está restando mérito a su propio esfuerzo. Estaría devaluando su labor.


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