15 junio 2021

Malayo, malayano y malasio.

He dejado mi última entrada incompleta, con intención. Aquella nota hacía referencia a la incomprensible política, por la que parece haber optado la RAE, de incluir en su diccionario palabras de otros idiomas que no tienen difícil traducción en el nuestro. Hacía referencia yo, a una bastante bien estructurada “Carta a la Dirección”, escrita al periódico digital El País por un señor Miguel Cámara, y añadía en forma aleatoria, el término “casting”, al que traducía de manera arbitraria como “prueba de audiencia”, haciendo ver –en suma– que nada se obtendría incluyendo voces ajenas en nuestro diccionario si, luego de leerlas, vamos a vernos obligados a consultar el texto de la Docta Casa “para nomás” de averiguar su sentido.

 

Pero el texto de la ponencia del señor Cámara traía también otro comentario adicional, asunto que contenía un cierta imprecisión, por lo que fui de la opinión que era mejor dejar su exigida aclaración para un mejor y oportuno momento. Pero, como dice el adagio: “El llanto sobre el difunto”; queriendo significar que las deudas se las debe saldar, y que los asuntos se los debe aclarar, tan temprano como se presenta el mejor y más oportuno momento. Dice Don Miguel: “Esos términos extraños tienen fácil traducción a nuestra lengua, la de mayor riqueza en palabras y sinónimos que vamos dejando que se pierdan: el último ha desaparecido al mismo tiempo que desapareció el avión ‘malasio’, que siempre fue ‘malayo’; ya nadie, en ningún medio, dice, o escribe, ‘malayo’…”. Así que me veo obligado a aclarar o explicar:

Tuve la fortuna de hacer “mi conscripción mundial” en un país pequeño; ¡qué digo!, ¡diminuto!, porque Singapur es una isla de tan solo setecientos cincuenta kilómetros cuadrados. No solo es un país pequeño, esta metrópoli cosmopolita es, además un país joven, es independiente desde hace solo cincuenta y cinco años. Ahí viví, con mi familia, por doce años, fue esa una de las más valiosas experiencias y uno de los aprendizajes más reveladores de mi vida; fue un país que, aparte de darnos múltiples oportunidades, nos fortaleció en el convencimiento de que siempre hay una mejor manera para hacer las cosas. Para que ellas sean mejores, en nuestros países y ciudades, en nuestras familias, en nuestras personas; en nuestras comunidades y en nuestras vidas. Nos enseño, además, algo fundamental: la importancia que tiene, para el progreso de nuestros pueblos, el sentido de comunidad.

Pero ahí, en "Singapura", y muchas veces conversando con mis copilotos locales, es que aprendí de algunos asuntos de la historia de esta ciudad-estado, así como otros asuntos sencillos pero interesantes que para ellos eran importantes y tenían valor. Aprendí, por ejemplo, que “malay”, “malayan” y “malasian” (malayo, malayano y malasio) no eran voces que significaban lo mismo, que esos eran términos que, sobre todo en ciertos contextos, podían ser muy diferentes. Bien vale que, a riesgo de ser cansino, les proporcione una breve explicación. Algo tiene que ver todo ello con la historia, la lingüística y la antropología; y de ello, esto es lo que aprendí:

Malayo (“malay” en inglés, que se pronuncia “maley”) es el nombre de la etnia, una raza amigable y de tez cetrina que se parece a la polinesia (el malayo, en su aspecto, apostura y forma de ser, es muy parecido a nuestro campesino de la costa).

Malayano (“malayan” en inglés, que se pronuncia “maleyan”) es un patronímico para todo aquel que vivía en lo que se dio en llamar península Malaya, ubicada en el sureste asiático. Fueron los británicos los que, a mediados del siglo dieciocho, tomaron a cargo la península y empezaron a administrarla; la llamaron Malaya Británica y la conformaron con los estados federados (los centrales), los estados no federados y los Asentamientos del Estrecho (estos comprenden tres o cuatro pequeños territorios que estuvieron bajo total control de los británicos, como Penang o Malaca). Esta Malaya –al igual que Singapur– cayó en manos de los japoneses durante la guerra, y pasó a llamarse Unión Malayana a partir de 1946. Un par de años después, se reestructuró y se habría de convertir en la Federación Malayana.

Pero en 1963 se juntaron otras dos provincias (Sabah y Sarawak), pertenecientes al norte de la isla de Borneo (o Kalimantán) y Singapur; todos juntos conformaron la Federación Malasia, o simplemente Malasia. “Singapura” no quedó muy conforme y en 1965 se separó. En el fondo, quizá fue porque la mayoría de su población no era de raza malaya, ni hablaba malayo (son chinos de raza y hablan un dialecto llamado "hokien"); tampoco fueron malayanos, y han preferido independizarse y vivir en paz y colaboración con sus vecinos del otro lado del estrecho de Johor. Sus vecinos, por tanto, son malasios pero representan un tercio de su propia fuerza de trabajo y de su población permanente. De modo que hay ciudadanos singapurenses, singapureños o “singapurios” que son de raza malaya y hablan malayo, pero que, aunque pasan a jugar golf en Malasia, nunca fueron malayanos ni tampoco malasios…


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