22 junio 2021

El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes

La vida de Miguel de Cervantes parece haber sido tanto o más ajetreada que su sin par Don Quijote, tanto que la sola y eventual narración de las peripecias que tuvo que enfrentar a lo largo de los años, hubiese sido suficiente para asegurarle un nuevo y postrero éxito editorial, si la Providencia le hubiese otorgado el tiempo y la oportunidad para poder contar todas aquellas dispares como sorprendentes historias. Esto, no obstante de que sus asuntos, como hasta hoy se los conoce, siempre estuvieron llenos de interrogantes y de sus lados oscuros.

 

Existen lagunas en lo que respecta a su biografía. Es notorio como Cervantes casi siempre da la impresión de que existe algo que le incita a eludir eso de hablar de sí mismo. ¿Por qué lo hace?, ¿existe algún motivo? ¿Se trata tal vez de su condición social y económica? ¿Se debe quizá a su situación religiosa? Américo Castro estaba persuadido de su condición de  converso. Quizá por ello siempre dio la impresión de que callaba (¿escondía?) sus orígenes. ¿Era tal vez debido a su probable preferencia sexual? Lo cierto es que todo esto resulta ahora accesorio; es un epifenómeno, algo secundario que no altera lo verdaderamente importante: el impacto que Miguel de Cervantes produjo en la literatura, así como la formidable influencia que tendría la obra capital del genial escritor.

 

De su formación académica tampoco se conoce nada seguro; tal vez estudió con los jesuitas. Lo único seguro es que no fue a la universidad. Se sabe que cuando tuvo alrededor de veinte años, viajó a Roma en forma un tanto repentina, “tal vez” por haber herido a alguien en un duelo. A los veinticuatro años, abrazó en forma un tanto incierta la carrera de las armas; así combatió a los turcos en la batalla de Lepanto -nombre que antes tuvo el golfo de Corinto-, ocasión donde le habrían lastimado el brazo izquierdo que le quedaría inhabilitado, circunstancia que dio lugar al inexacto sobrenombre con que lo conocería la posteridad. A ese respecto, él mismo descartó que su supuesta e inexacta manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino más bien en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”.

 

A los veintiocho años sería apresado por piratas y llevado a Argel como esclavo, donde habría de permanecer preso por cinco años y participaría en cuatro intentos de evasión. En 1584 (cuando ya tenía treinta y siete) habría tenido una relación de la que nacería su única descendiente (una hija natural) y ese mismo año se casaría con quien sería su esposa legítima: Catalina de Salazar. Poco antes de la publicación de El Quijote, no habría cumplido su aspiración de pasar a buscar fortuna en América y habría ejercido como comisario naval de abastecimientos (encargado de compras) y ocasional recaudador de impuestos. Oficios que, aunque dignos, reflejan –por su humildad– la escasa prevalencia social que Cervantes tenía.

 

Por todo ello, existe un punto primordial en esta reflexión, y es que no se puede evaluar ni entender con claridad su vida si no se toma en cuenta la contradictoria época histórica que le correspondió vivir. Y esto significa hurgar en el atrofiante influjo que tuvo el Concilio de  Trento, por ejemplo; recordar la mutiladora influencia del Índice de los Libros Prohibidos de la Iglesia; o incluso el efecto de los Estatutos de Sangre, que marcaron la presencia y actividad social de judíos y moriscos por esos años. Sea lo que fuere, nadie duda de la originalidad y estilo revolucionario de su novela. Para unos se trata de una alegoría, para otros de una parábola, pero para la gran mayoría es una sátira genial contada con un delicado humor discreto.

 

Publicada la primera parte del Quijote, y sorprendido Cervantes por la inusitada respuesta que produjo su novela, sobreviene una súbita y prolífica etapa de creación cervantina; aquí, yo me animo a proponer una humilde conjetura: todas esas obras, o su mayoría, ya habían estado escritas antes de la publicación de la primera parte, pero el alcalaíno las revisó y aprovechó para publicarlas, quién sabe si para rebatir el prejuicio de que su obra no solo consistía en el Quijote, sino que comprendía una variedad de trabajos adicionales. Pudiera decirse que este esfuerzo administrativo no interrumpió la narrativa y el empeño de estructuración que demandaba la segunda parte. Más bien le ayudó a apuntalar su íntimo convencimiento: aquél de que estaba en capacidad de producir obras de un nuevo estilo, distinto en su temática al gusto dramático que había popularizado Lope de Vega.

 

Miguel de Cervantes habría muerto de diabetes (entonces incurable) poco después de haber publicado la segunda parte del Quijote, a los 69 años. Ello sucedía un 23 de abril de 1616, el mismo día que Shakespeare moría en Stratford. Habría sido inhumado en el convento de las Trinitarias Descalzas en Madrid, siguiendo los preceptos de la Orden Tercera; esto es: con el rostro descubierto y vestido con el sayal de los franciscanos. Pocas décadas después sus restos habrían sido reubicados durante la reconstrucción del convento. Es probable que estos hubieran sido localizados hace poco pero no existe confirmación definitiva.


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