28 enero 2022

De mayordomos a emperadores

Sería difícil entender la futura organización política que tuvo Europa, y sobretodo la conformación de su posterior mapa político, sin apreciar la influencia de los llamados pueblos francos entre los siglos III y VIII (franco quiere decir libre, similar que en español, con sentido militar). Equivale a decir que: desde unos doscientos años antes que el depuesto Rómulo Augústulo, de solo diez años de edad, hubiese conseguido la dudosa fama de convertirse en último emperador romano. Muchas cosas pasaron desde entonces hasta el año 800 d.C., cuando un tal Carlomagno alcanzaría la más alta dignidad del Sacro Imperio Romano Germánico.

 

La frontera septentrional del Imperio estaba constituida por dos accidentes naturales: el Danubio y el Rin. Esas fronteras, fueron habitadas por tribus bárbaras; no eran colonias, tenían la condición de territorios "federados": los ocupaban en base a acuerdos con los romanos (la palabra latina foedus designaba un tratado solemne y a perpetuidad). Las tribus protegían las fronteras y hasta proporcionaban contingentes militares. Los francos, se asentaron en lo que correspondería hoy a la actual Bélgica, nororiente de Francia, los Países Bajos y Renania, es decir, el noroccidente de Alemania; todo ello se llamaba Austrasia. La región formaba una cruz recostada cuyo centro era Aquisgrán; Aachen, en alemán; o Aix-le-Chapelle, en francés.

 

Los francos fueron el primer pueblo germánico asentado en territorio romano; en el 420 aprovecharon el desorden interno del Imperio para avanzar hacia el sur de la Galia y al este de la Aquitania visigoda. En el 450, ante la invasión de los hunos, se desplazaron hacia occidente y, cuando Atila se retiró, se anexionaron el norte de la Galia que llamaron Neustria. Más tarde, hicieron incursiones en el sur y ocuparon Borgoña. En este proceso surgió una dinastía que se preocupó de consolidar las conquistas previas: los merovingeos, cuyo rey Clodoveo I, nieto de Meroveo -epónimo de la dinastía-, fue el creador del reino franco; él efectuó un importante proceso de expansión. Aunque, la dinastía adoptó la costumbre de repartir cada vez el reino a los respectivos herederos.

 

Clodoveo I era pagano; se había convertido al cristianismo luego de casarse con una princesa burgundia, con lo que no solo se habría acercado al papa y a los romanos, sino que habría propiciado una conversión masiva de sus protegidos. Los pueblos germánicos, a su tiempo, habían sido evangelizados en la fe arriana. El arrianismo, no acepta el dogma de la Trinidad, y cree que Jesucristo fue creado por Dios Padre; discrepa con la creencia de que Padre, Hijo y Espíritu Santo son uno y trino, tal como lo entienden los católicos y lo establece el Credo de Nicea. Ellos siguen las enseñanzas de un presbítero de Alejandría, conocido como Arrio (siglo III). Su postura ha dado lugar a grandes controversias en el seno de la Iglesia (pocos católicos caen en cuenta que repiten una frase todos los días, que es conocida como la “cláusula filioque”).

 

Un hijo de Clodoveo I, Clotario, se preocuparía de reunificar el reino. Para entonces, surgió la figura de unos funcionarios llamados “mayordomos de palacio”, estos eran los encargados de efectuar las tareas principales. Los mayordomos fueron adquiriendo poco a poco un inmenso poder, eran verdaderos primeros ministros y, en la practica, eran quienes gobernaban estos reinos. Esto dio lugar a que los reyes se convirtieran en personajes cómodos e inútiles, y se transformen en “reyes holgazanes”.

 

La situación propiciaba la llegada de un líder que pusiera las cosas en orden. A esa dinastía habría de seguir la Carolingia, la misma que tomó el nombre de un mayordomo que había heredado esa posición a la muerte de su padre. Carlos Martel tuvo que enfrentar a la madre del heredero al trono y a varias facciones para asegurar la transición, pues era hijo bastardo. Martel habría de consolidar su hegemonía con varias batallas de las que salió victorioso. En 732, se enfrentó a los ejércitos árabes en Poitiers, cerca de Tours, en una batalla que en la práctica definió el destino de Europa. No necesitó proclamarse rey; su hijo fue Pipino el Breve, otro incansable guerrero que no recibió el calificativo por rápido ni por sucinto. Pipino no llegaba a metro y medio, pero su estatura no fue óbice para que cumpliera a cabalidad con su cometido.

 

A Pipino habría de reemplazar Carolo o Karolus, mejor conocido como Carlomagno; este era alto y corpulento, y sumó a esa característica, su gran inteligencia, su olfato diplomático y un gran sentido de estrategia militar. Carlomagno fue el verdadero unificador, no solo de los antiguos reinos francos sino de gran parte de Europa; negoció con el papado, venció a los lombardos y fue ungido por el papa León III el día de Navidad del año 800, ahora era el flamante emperador del poderoso Sacro Imperio Romano Germánico; restauraba así el Imperio Romano de Occidente, desaparecido en el 476. Por ello se lo conoce como “padre de Europa”, murió y fue enterrado en la catedral de su preferida ciudad imperial: Aquisgrán.


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