01 febrero 2022

Inteligencia y sabiduría

 God grant me the serenity to accept the things I cannot change, the courage to change the things I can, and the wisdom to know the difference”.

No sé quién lo dijo, pero me parece una frase formidable: “Señor, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el coraje para cambiar las que puedo hacerlo y la sabiduría para saber la diferencia”. Pero… ¿qué se requiere para acertar con esa diferencia?, ¿acaso, solo poseer un mínimo nivel de inteligencia? O, aún mejor: ¿solo tener una determinada dosis de inteligencia?, ¿o, hace falta también contar con alguna otra cualidad o virtud? ¿Puede ser sabio un hombre perverso, si partimos de que cuenta con un elevado coeficiente intelectual? En suma, ¿qué más hace falta para llegar a la sabiduría? ¿Tal vez: el deseo de hacer el bien, tener experiencia o inteligencia emocional? ¿Qué diferencia al sabio del que “solo” es inteligente?

 

A ver… el diccionario define sabiduría como un grado elevado o profundo de conocimiento; y dice también que es una conducta “prudente” en la vida y en los negocios. Nada dice, sin embargo, de esa rara condición que caracteriza a ciertos seres excepcionales que nos iluminan con la fuerza de sus reflexiones, con su ejemplo moralizador, con una inteligencia puesta al servicio de la armonía social. Ellos son los que nos motivan o inspiran, los que nos hacen ver la importancia de un propósito vital, los que nos invitan a tener fe en el destino del hombre. El sabio nos empuja hacia la reflexión, nos hace ver que una buena acción hace nuestra vida más provechosa, nos hace sentir que, a pesar de todo, la vida bien vale la pena de ser vivida.

 

Tener el conocimiento no significa tener sabiduría. A veces quizá confundamos sabiduría con sapiencia, que solo equivale a conocer a fondo o dominar un tema; pero ello, por sí solo, no significa poseer también sabiduría. Lo que sí podemos decir es que el saber se va adquiriendo con empeño y esfuerzo, con experiencia; y que, además, requiere de tener una inteligencia especial -para no llamarla superior- que nos permita comprender claramente un determinado tema, en forma tal que podamos dominar esa materia y hacer reflexiones con cierta autoridad. Pero esa sapiencia no alcanza todavía el sentido moral que queremos integrar en el de sabiduría.

 

De dos aspectos si estoy seguro. Primero: para apuntar hacia los elusivos terrenos de la sabiduría no solo hace falta tener inteligencia mental, hace falta poseer también inteligencia emocional; es decir, una cierta madurez y serenidad que sirvan de sostén para valerse de esa autoridad moral que respalda al consejo que se da, al criterio ponderado que se emite. El sabio sabe mantenerse a distancia frente al prejuicio o al resentimiento. Nadie llega a sabio si no sabe atemperar su carácter, si no transmite la impresión de que su opinión o consejo no tiene otro propósito que buscar la armonía ajena y atender al bienestar de los demás.

 

Segundo, no es sabio quien utiliza su inteligencia si, además, no lo hace para procurar el bien; si solo aprovecha sus recursos para hacer daño o usa aquellas herramientas para propender al mal. Sabio, entonces, es aquél que puede participarnos una sentencia o aforismo, aquél que nos aconseja con el ejemplo y sin hacernos sentir que nos enseña, porque su intención no es nunca demostrarnos su superioridad. El sabio nos invita a meditar en nuestros valores, nos ayuda a fortalecer nuestras ideas y a orientar nuestras creencias; es quien sabe advertir nuestras incertidumbres y temores y quien, casi sin que nos demos cuenta, nos impulsa a preocuparnos por hacer más fácil la vida de los demás. Hay algo de escondida plenitud en quien posee sabiduría…

 

Un querido amigo, quien todo lo relaciona con el Creador, postula que la sabiduría nos viene de la infinita bondad de Dios. Pero, ¿qué pasa entonces con quienes no están motivados por una inclinación religiosa?, ¿están ellos acaso impedidos de actuar con sabiduría? Pienso que actuar con sabiduría no exige necesariamente relacionar nuestros actos con una motivación religiosa; lo que sí distingue a la sabiduría es una bondadosa magnanimidad, la intención de preocuparnos por el bienestar de los demás, el generoso afán por ayudar a los otros.

 

Sí, quizá  la sabiduría consista en saber detectar la diferencia entre las cosas que se pueden de las que no se pueden cambiar. Pero ello no conlleva a un proceso de resignación ni es una muestra de conformismo; la sabiduría implicaría la aceptación de las propias limitaciones. Hay en el sabio una implícita humildad. Por ello, no podrían llegar a sabios ni el fatuo ni el testarudo. El necio procura disimular su inseguridad embozado detrás de su intransigencia; lo hace no solo porque necesita porfiar, lo hace también para disimular su profana ignorancia.


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