25 febrero 2022

Como gaviota en Bolivia

Cuando escucho expresiones coloquiales como esa de “cual gaviota en Bolivia”, aquello me hace reflexionar en dos circunstancias que están relacionadas: la de alguien que se encuentra en donde no debe estar y, dos, que ese alguien ha extraviado su conciencia situacional (está perdido, como se dice comúnmente). No es el suyo el caso de los náufragos, pienso yo, que si se encuentran de pronto aislados y perdidos, a más de desesperados y desesperanzados, es por culpa de alguna fortuita, imprevista e inesperada condición, a menudo con carácter catastrófico y trágico. Se supone que quien se encuentra como “gaviota en Bolivia” llega a estar ahí porque así lo ha querido y, es más, porque lo ha hecho por sus propios medios. Son dos tesituras distintas.

 

Se me hace ineludible asociar la historia de cualquier naufragio con la película protagonizada hace un par de décadas por Tom Hanks , en ella un individuo se ve privado de todo contacto con la civilización, al sobrevivir en una solitaria isla luego de un accidente aéreo. En la trama, el protagonista subsiste gracias a la “compañía” que le proporciona un fingido personaje, se trata de una fortuita pelota de basquetbol, cuya marca comercial sirve para de algún modo bautizarlo. Postulo, por mi parte, que muy pocas circunstancias existen, entre las desgracias ocurridas, que despierten más interés y curiosidad que este tipo de marineros siniestros.

 

Hace más de trecientos años (1719) el inglés Daniel Foe (más conocido por Defoe) se habría basado en una tragedia de la vida real para escribir su novela de aventuras Robinson Crusoe. El escritor pudo haberse inspirado en la gesta de un marino español, Pedro Serrano, quien sobrevivió por casi ocho años (entre 1526 y 1534) en un alejado atolón, ubicado cerca de San Andrés en el mar Caribe. La suya, y la de otro desgraciado que insólitamente se le juntó años más tarde, es un sorprendente ejemplo, no solo de supervivencia sino de resiliencia y de brutal perseverancia. El conmovedor relato está contado también por Garcilaso de la Vega, en el muy recomendable Capítulo VIII de sus Comentarios Reales (1609).

 

Hoy llaman al atolón Banco Serrana, en honor al valeroso Pedro Serrano. Yo mismo, en mis vuelos a Miami, lo sobrevolé una infinidad de veces utilizando una aerovía que salía hacia San Andrés desde Panamá y continuaba a Varadero, en Cuba. La ruta regular de las aerolíneas para las que volé surcaba algo más hacia el este. Muchas veces insinué que lo compraría si es que alguna vez llegaba a millonetis. Obviamente, sigue deshabitado...

 

Pero lo más probable es que el escritor inglés haya basado su formidable saga en un accidente ocurrido una década antes de publicada su novela. Se habría tratado de una historia ocurrida a un tal Alexander Selcraig, marino escocés que habría sido castigado por su capitán y abandonado en una isla desierta. Selcraig habría sobrevivido por más de cuatro años, entre 1704 y 1709, en esa isla cercana a la que hoy se llama justamente Robinson Crusoe y que se encuentra en el archipiélago de Juan Fernández y que pertenece a Chile. Este mínimo archipiélago se halla en el Pacífico Sur, 360 millas –según mis cartas– al occidente de Valparaíso. Cuando en 1966 se rebautizó a la mayor de las islas con el nombre inventado por Defoe, también se bautizó a la menor como Alexander Selkirk.

 

Robinson Crusoe es uno de los relatos de aventuras más interesantes que haya leído (otro sería La isla del tesoro, escrito por el escocés Robert Louis Stevenson), su guion se relaciona con un naufragio ocurrido entre la desembocadura del Orinoco (actual Venezuela) y la isla de Trinidad (al sur de las Antillas Menores). Defoe hace sobrevivir al protagonista, en aquella isla solitaria, por la insólita e increíble cláusula de veintiocho años seguidos. Para algunos de sus detractores la novela es un símbolo de colonialismo, no así sin embargo para chicos y jóvenes, y amantes de la lectura de aventuras, que de alguna manera han contribuido a que siga siendo considerada como la novela inglesa más popular que jamás se haya escrito.

 

De acuerdo con lo comentado, no deja de ser curioso que la isla de la historia contada por Daniel Defoe, sea un accidente geográfico que en la realidad no existe (a fin de cuentas es tan solo una novela); en cuanto a la relación, se habría inspirado en lo sucedido en un apartado rincón, ubicado en la realidad exactamente en las antípodas de Suramérica. Hoy, como he indicado, ese lugar se conoce como isla Alexander Selkirk y ni siquiera como Robinson Crusoe. Para complicar las cosas, no es la misma que se conoce en inglés como Robinson Crusoe Island, esta es un diminuto islote fluvial ubicado en el río Shenandoah, unas sesenta millas al oeste de Washington D.C., casi en la intersección del río con la ruta 50 que conduce a Winchester, Virginia.

 

Pero… como diría un mordaz colega, siempre amigo de embromar a la gente: “ahí no es”.


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