Eufemismo y circunloquio son palabras parecidas aunque no equivalentes. Pudiera decirse que eufemismo, es aquella voz que suena mejor o que no es tan malsonante: el eufemismo es en sí una forma de circunloquio. Lo contrario sería inexacto: el circunloquio es dar rodeos, utilizar demasiadas palabras para expresar un concepto. Por ello, el circunloquio no es una forma de eufemismo. Este esconde, el otro merodea, evita ser directo, divaga alrededor. Uno y otro, sin embargo, son parte de un aspecto cultural, ambos constituyen una manera de decir lo que no se quiere decir o, todavía mejor: ambos son maneras de “no” decir lo que se quiere o debe decir.
El eufemismo es una forma de reemplazo lingüístico que procura no utilizar términos que se prefiere evitar (“hacer el amor” por follar o poseer sexualmente); el circunloquio en cambio equivale a hablar con ambages, comunicar con paños calientes, maquillar con un exceso de palabras, utilizando a menudo un lenguaje edulcorado (“dejarse caer en los brazos de Morfeo” por dormir). Con el eufemismo no decimos que alguien “reveló, –o declaró– su real tendencia u orientación sexual”, sino que “salió del closet”; no reconocemos que el vehículo experimentó un mal funcionamiento”, sino que “se dañó”, como sí aquello hubiera sido la consecuencia de un capricho atribuible al propio automotor. Con uno y otro eludimos ser directos; ambos ejercen una forma de dictadura, juntos contribuyen a una curiosa cultura, la cultura del disimulo.
La gente no dice que alguien se atrasó al avión, sino que “perdió el vuelo”, como que ese haber perdido el avión fuera equivalente a no haberlo podido tomar cuando esté ya estaba en pleno movimiento… En este sentido, sería más gráfico si se tratara del caso de perder el tren, por ejemplo; como si este pasaría por la estación casi sin detenerse, o bajando su ritmo de movimiento, justo a una velocidad tal como para permitir que uno lo pudiera tomar “al vuelo”, dándonos la oportunidad de ya no tenerlo que perder…
Igual pasa cuando nos piden limosna en una esquina: no decimos no puedo o no te quiero dar, decimos “no tengo sueltos”. Pero si estamos en la iglesia, claro, ya es otra cosa. Nótese que la palabra limosna pasa a convertirse en un eufemismo, pues solo se da limosna a los indigentes o pordioseros. Esto quizá venga de que no se quiere reconocer que se trata de dar “una ayuda” para la Iglesia, pues es sabido que se trata de una institución afluente y poderosa. No olvidemos que el antiguo precepto de los “Mandamientos de la Iglesia” prescribía aquello de “dar diezmos y primicias para la Iglesia de Dios”. Esto de los “diezmos” significaba la décima parte de los ingresos; en cuanto a las “primicias”, no se refería a “unas noticias que se dan por primera vez” (las noticias de última hora). No, se trataba de los primeros frutos de las cosechas, que debían reservarse para la Iglesia.
Caía en cuenta en días pasados que el matrimonio y las relaciones personales también han sido afectados por esta fiebre de maquillar la realidad. Ya no se dice divorciarse, y ni siquiera separarse, sino “interrumpir” o “suspender la relación”; se dice incluso que alguien ha preferido “tomar rumbos distintos hasta ‘repensar’ su compromiso”. Hoy parece ser un anatema hablar de divorcio, hacerlo es sinónimo de reconocer un fracaso; tampoco se usan expresiones de carácter definitivo, como que la separación fuera solo algo temporal. Todo parece parte de no llamar a las cosas por su nombre. Así que… hablemos sin ambages (palabra grave que no tiene singular).
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