05 julio 2022

Historia de una revancha

“Y así… medita en tu mente y en tu corazón cómo matarás a los pretendientes en tu palacio: si con dolo o a la descubierta; porque es preciso que no andes con niñerías, que ya no tienes edad para ello”. La Odisea, Canto Primero, Exhortación de Atenea a Telémaco.

 

He terminado de releer La Odisea. Esta vez la he leído después de más de 50 años. Antes lo habría hecho para cumplir con alguna tarea escolar; esa habría sido una lectura apresurada, motivada por la necesidad de presentar un resumen y por el cumplimiento de un perentorio plazo. Lo más seguro es que el relato me habría parecido una serie de fabulosas hazañas. Esta vez no lo he interpretado tanto como la historia de un largo viaje de retorno, tampoco de un viaje con dificultades sino más bien como el relato de una forma de saldar cuentas. Vaya, lo digamos sin circunloquios: el viaje es solo un pretexto. La obra trata de la historia de una venganza.

 

Cuando era muchacho había una serie llamada Los vengadores (The avengers). Eso me ha parecido el poema épico esta vez, un capitulo más de esa serie, un nuevo episodio en el que una pareja de detectives se hace cargo de tomarse una revancha. La diferencia es que en la obra clásica no participan esos actores, sino que coinciden una divinidad, Atenea (“la deidad de los ojos de lechuza”) y el mortal Odiseo (el héroe griego “fecundo en ardides’).

 

Así advierto que esta “apología del desquite” es una reiterada obsesión en la historia de la literatura occidental, una manera de poner luz al lado oscuro de la condición humana. Medito en si, de acuerdo a nuestra formación judeo-cristiana, no es –esto de vengarse– una forma de debilidad; en si esto de buscar revancha, no es una forma de obsesión, si no refleja acaso la incapacidad de perdonar, aquella ausencia de nobleza y generosidad que alguna vez fuera un anatema y que nuestros preceptores trataron de inculcarnos como algo negativo…

 

Pero, no. Nuestra literatura está repleta de repetitivas muestras de esta pasión cegadora. Allí están: El túnel, de Sábato; Otelo, de Shakespeare; Cumbres borrascosas, de Bronte; La regenta, de Clarín… Es probable que desde la infancia nos confunda esta pulsión por la venganza, y que nos desequilibre su dialéctica; por ello que, esto de des–quitarnos –de quitarnos algo de encima–, no sea sino una prolongación de nuestras fobias infantiles, la respuesta a nuestras perennes inseguridades, y se nos haga tan difícil escapar a su seducción. Vengarse se convertiría en una forma de volver a la niñez, de dar rienda suelta al resentido rapaz que llevamos dentro.

 

La Odisea me hace pensar en que los poemas épicos pudieran estar incompletos, me sugiere que Homero (si realmente existió) tal vez tuvo planeada una tercera saga. El mismo Ulises (Odiseo) sabe que su reacción contra los pretendientes de su esposa es descabellada y excesiva, y teme no ser comprendido ni condonado por su gente. Por eso es que tal vez la revancha se envuelve en un manto de inspiración divina, de pronto el guion ya no es el de una historia épica sino el de una tragedia a la manera de los dramas de Eurípides. Odiseo recela que sus actos pudieran no gozar de indulgencia, por eso no da la cara y astutamente se disfraza de andrajoso mendigo. Así, la historia se convierte en un alegato, más que en un testimonio de su astucia y reconocida sagacidad.

 

El crimen de los pretendientes de Penélope fue haber irrespetado su casa: se tomaron su vino, se comieron sus carnes y abusaron de sus esclavas; pero ellos no irrespetaron a la consorte de Odiseo. Si la pretendieron fue porque deseaban asumir el poder y porque la ausencia de Odiseo ya era excesiva (20 años, y se lo presumía muerto). Ellos no habían faltado a su esposa, querían competir entre ellos para desposarla cuando bien pudieron desdeñar a Penélope y usurpar el poder, pues se había producido un vacío que justificaba el reemplazo. Por ello, la respuesta del héroe ausente fue desmesurada, si –ademásse cobró la supuesta afrenta por propia mano…

 

La historia de la civilización refleja el cambio de nuestros valores y arquetipos. Hoy no veríamos la venganza como un gesto altivo, o como un mérito, y ni siquiera la justificaríamos, a lo sumo la interpretaríamos como un instinto básico… ¿No es la revancha un sinsentido, una forma de necedad? ¿Es sensato buscar la infelicidad ajena, en lugar de la propia tranquilidad? Nuestra cultura ya no ve la represalia como una catarsis, sabe que la venganza es un poderoso móvil pero que esta no puede convertirse en factor para proporcionar un “dulce” placer: aquél de devolver el daño para satisfacer una necesidad primaria: la del ojo por ojo y el diente por diente.


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