19 julio 2022

Realmente, abracadabrante…

Siempre me pareció una ironía que exista una misma palabra en inglés con dos significados contradictorios: “schollar” que quiere decir escolar y también erudito. Por eso, no me deja de llamar la atención que haya gente con las precarias bases de un escolar, en el sentido de muchacho de escuela, que trate de pasarse de erudito para respaldar algún falso, poco sustentado o deleznable argumento. Esto experimenté el otro día cuando escuché una exposición relacionada con el racismo que parecía coherente, pero que estaba contaminada por varias inexactitudes.

 

La exposición hacía referencia a la “Controversia de Valladolid” (1550), mantenida entre dos religiosos: Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas, respecto a si los indígenas estaban en condición de gobernarse a sí mismos. Sepúlveda postulaba la inferioridad de los aborígenes (“no tienen prudencia, ingenio, virtud ni humanidad”) y consideraba justificado su dominio por parte de los conquistadores. De las Casas, por su parte, abogaba por una actitud más humanitaria y argumentaba que  si eran bárbaros era porque no tenían literatura y eran infieles (son como niños, decía, pero también tenían alma”). Posturas, ambas, que hoy podrían interpretarse como “racistas” si se desconocería el contexto histórico de lo que entonces en el mundo sucedía.

 

Ahora bien, partiendo del hecho de que en nuestros días subsisten expresiones racistas (y que van en ambos sentidos, de arriba para abajo y de abajo para arriba) y de que, además, es perentorio atender el problema indígena con un programa a largo plazo y sostenible, me gustaría revisar ciertas inexactitudes de carácter semántico o etimológico, que estuvieron relacionadas con  la disertación en referencia.

 

Puedo coincidir con el expositor en que existe un inconsciente racismo en la actitud general de los ecuatorianos, que además persiste en los medios, y hasta en el texto de la Ley de Comunicación (“ese ‘paternalismo asistencialista’, de que ‘hay que ayudarles’, es también racista” dijo el expositor); puedo incluso conceder que “ese es el racismo que subyace en la micro-física de ‘la conciencia de la inconsciencia’ (sic) de los ecuatorianos” (el ponente aludía a algo impregnado en nuestro subconsciente colectivo). Pero discrepo con la distorsionada interpretación de la etimología de ciertas palabras –como indígena y aborigen– que según él tendrían carácter peyorativo; o de una voz como indigencia, que en forma sesgada se la relacionó con la voz indígena (¡Eso es racismo!, repetía).

 

Para empezar, la relación de estos términos no es con el griego, como se expuso, sino con el latín. Además, es inexacto (no sé en qué se respalda el catedrático) declarar, sin escrúpulo ni fundamento, que la palabra “indígena” en griego tiene un “sentido filosófico”… (?), que resultaría insultante, porque significa “sin cultura, sin ánimos –espiritual– (sic), y sin humanidad”… La verdad, no existe ninguna palabra en griego que se parezca a las antes mencionadas. Lo que se pudiera culpar a los griegos es haber acuñado el término “bárbaro”, utilizado por ellos para identificar a los salvajes de ciertas hordas extranjeras que parecían balbucear un “bar–bar–bar”.

 

Indígena no proviene del griego, “es un cultismo que viene del latín indîgena (nativo u oriundo del país). El vocablo se compone del prefijo latino indu–/indi– (en el interior), y de la raíz –gen– , que viene de los verbos gignêre (engendrar, parir) y generâre, asociado con la raíz indoeuropea *gen–, a más del viejo sufijo –a (ambivalencia de género), por lo que solo quiere decir “nacido/a en el lugar donde vive”. En ese sentido, todos mismo seríamos indígenas. En cuanto a indigente, la voz latina indigentis no tiene el prefijo in– de negación, pues en latín in– tiene un valor negativo (significa “sin”) sólo como prefijo de adjetivos, nunca de étimos verbales; indigente viene del verbo indigeo ‘estar necesitado’. “Tampoco in– es negativo antes de un sustantivo, por lo que resulta ‘abracadabrante’ –dice el texto consultado– interpretar que in–dio querría decir ‘sin dios’ o que indigentis, ‘necesitado’, vendría de no disponer”…

 

En cuanto a aborigen, “esta palabra castellana no viene de ab origine (desde el principio), sino del sustantivo latino, en acusativo singular, aborigînem; por tanto, quiere decir nacido en el lugar, no sin origen: ¡otra abracadabrante tergiversación! Similares explicaciones encuentro en el Diccionario Etimológico de Corominas. De modo que estas “lecciones”, que en el fondo solo fingen encarnar el anti–racismo, lo único que consiguen es alimentar no razonados odios y resentimientos. Bien visto, en nada aportan a las postergadas soluciones que el problema exige. Son, en sí mismas, irresponsables, procuran esconder destructivos rencores y son también… ¡racistas! ¿Cómo solucionamos el problema, si todo aporte, o restitución (para no llamarlo “ayuda”) sería también juzgado como “paternalismo asistencial”; es decir, racista?... ¡Ah, los ‘indigentes’ intelectuales, esos ‘eruditos’ que razonan como niños de escuela!


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