15 julio 2022

“País, paisaje y paisanaje”…

Serían las dos de la mañana cuando el Fusco me anunció, con sus espasmódicas sacudidas, las perrunas urgencias de su biológica necesidad… De modo que, cuando volví de abrirle la puerta para que saliera, pude darme cuenta que no me iba a ser tan fácil recuperar la continuidad del sueño. Opté por revisar los mensajes que hacían relación con lo que parecía la suspensión de la movilización indígena; había una nota de uno de los integrantes del chat que hacía referencia a si ese país anárquico, por lo caótico, e impredecible, por su violencia, era el que queríamos llamar nuestro, aquél en el que habíamos soñado, aquél en el que queríamos vivir. Fue cuando perdí el sueño pensando en la diferencia entre país y nación, entre solo ser un simple paisano o compartir un sentido de nacionalidad…

 

Estoy persuadido que “país” es un concepto físico y material (el territorio), en tanto que “nación” tiene un alcance filosófico, espiritual. El país tiene que ver con el espacio y la geografía, la nación con el tiempo y con la historia; el país es como la casa común, la nación se refleja en lo que queremos para nuestros hijos, en lo que aspiramos luego de ejercitar esa forma de vocación y compromiso que es el espíritu comunitario, el sentido de colectividad.

 

Hacia 1933, un vasco universal, Miguel de Unamuno, había escrito un artículo en uno de los medios españoles con el mismo título que el de esta entrada, invitaba a tener fe en su país, a “imaginarlo”. De este modo, y trasladando su pensamiento a nuestra realidad, podríamos decir que “hemos de procurar rastrear en la geografía la historia”; o que “al paisaje le llena y da sentido y sentimiento humano, un paisanaje” (saberse reconocer como paisano). Pero además, diría yo, que si al paisanaje le sumamos sentido de colectividad y propósito, construimos nacionalidad y ya no solo somos paisanos, no solo “hombres del país, del pago y de la patria”. La nacionalidad es sentir la patria común, sentirse igual que el otro; es nunca sentir que otro paisano, ningún paisano, es un peregrino, un extraño, un forastero.

 

Los indígenas, al igual que los demás seres humanos, no son malos por naturaleza, algunos son simplemente ignorantes; y no lo digo como insulto, sino solo con el sentido que la palabra tiene en el diccionario, el de no saber o conocer algo. Por lástima, ese “no conocer” implica una cierta vulnerabilidad: la de poder ser manipulado o utilizado con fines oscuros y aun protervos. Ello supone que si a veces los utilizan, se comprende que en el seno de sus movilizaciones existan infiltrados que los soliviantan actuando en forma hipócrita y criminal. Si hablamos de crimen, hablar de hipocresía resulta un pleonasmo, una innecesaria repetición: el crimen requiere de una cierta dosis de cinismo y de hipocresía, en él participan tanto la osadía del cinismo como la doblez de la simulación.

 

Frente a lo sucedido, se hacen necesarias la revisión y la autocrítica, si de veras queremos pensar con rigor y responder con coherencia. En ese sentido, estos dolorosos episodios son una bendición disfrazada. Es imperativo que revisemos lo sucedido y reflexionemos en sus causas y consecuencias; en nuestro muchas veces torpe y contraproducente comportamiento; estamos en la obligación de preguntarnos qué es lo que pudimos haber hecho hace mucho tiempo y, sobre todo –si ello fue posible–, ¿por qué fue que no lo habíamos intentado? ¿Por qué no lo habíamos ya hecho? Esto a veces me hace reflexionar en la frase de Voltaire: “Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una”.

 

No puede haber nacionalidad donde existen recelos mutuos, regionalismo, exclusión, animadversión o racismo. Ser nación implica un compromiso común, un protocolo de respeto a valores, normas y jerarquías; un profundo sentido de colectividad. Tuve la oportunidad de vivir veinte años en el Asia, siempre me pregunté cómo pudieron ciertos países saltar del tercer mundo al primero… solo pude entenderlo por el respeto de su gente a unos valores y a unos principios, por la fuerza que tuvo su sentido de propósito, aquél de nunca anteponer el interés individual al colectivo, y por el persistente impulso de estar siempre imbuidos por un profundo espíritu de comunidad.

 

En Asia se cree que si disponemos de beneficios no es porque tengamos derecho a ellos, y que algunos de esos beneficios representan solo un privilegio, precisamente por su gratuidad, por su graciosa concesión. Ningún privilegio constituye derecho, más bien representa una nueva responsabilidad. En la vida cometemos errores porque no tenemos oportunidad de ensayar nuestras acciones, porque no nos fue dado poderlas practicar. Y menos cuando se trata de nuestro futuro como nación; ahí tal vez ya no tengamos otro chance, otra oportunidad… Sábato decía que “Aunque terrible es comprenderlo, la vida se hace en borrador, y ya no nos es dado corregir sus páginas”…


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