26 julio 2022

Objetivos irreconciliables

Hace pocos años, Vargas Llosa publicó un ensayo que contenía una lista de filósofos que habrían influenciado en su pensamiento político, y que además habrían gravitado en su evolución ideológica desde cuando había expresado sus iniciales simpatías por el socialismo. Lo tituló “El llamado de la tribu”; en él aborda las razones para la incomprensible irracionalidad con que actúa el ser humano, atendiendo al oscuro impulso de las urgencias de su propia “tribu”.

 

Uno de esos intelectuales sería Isaiah Berlin (1909–1997), un judío ruso nacido en Letonia, de familia acomodada que había emigrado a Inglaterra a los doce años. Isaiah habría sido testigo cuando niño de la brutal violencia de los bolcheviques; esto abonó a su posterior tolerancia y pluralismo, e influyó en su aversión hacia los excesos de todo tipo de fanatismo. Berlin habría sido un gran conversador; no le gustaba ser encasillado como filósofo, prefería ser reconocido como “historiador de la filosofía”. Nunca quiso escribir acerca de sus ideas y lo que se sabe de su pensamiento era recopilado por uno de sus discípulos, Henry Hardy, quien grababa sus conferencias.

 

Berlin enseñó en Oxford; recibió las más altas distinciones de la Corona británica. Se había apoyado en Maquiavelo, Montesquieu y Alexander Herzen para postular la teoría de que nuestros valores son contradictorios y con frecuencia irreconciliables. Consideraba que los ideales de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad, no solo eran incompatibles, sino que, ya en la práctica, a más de repelerse se excluían. Estas “verdades contradictorias” ponían en litigio la justicia con el orden, la democracia con el bienestar, las sanciones con la paz…

 

Los hechos que han conmovido al mundo en los últimos meses, y los que angustiaron al Ecuador en los últimos días, me han hecho relacionar estas ideas, respecto a los valores, con todos esos mismos conflictos, pues estos pudieran requerir de soluciones más efectivas, aunque solo luzcan parciales. ¿Cómo atender a lo planteado por la Comisión de la Verdad en Colombia, por ejemplo?, ¿propiciando impunidad en perjuicio de la paz que se persigue?, ¿soslayando la reconciliación al precio de satisfacer las probables penalidades que no pueden quedar pendientes? ¿Sería justo simplemente “pasar la página” (es decir, hacer “borrón y cuenta nueva”)?... ¿Cómo proceder, entonces? ¿Será posible encontrar una fórmula conciliatoria o intermedia? En suma, ¿será esa paz factible?, ¿será que se puede proponer una alternativa que satisfaga a la mayoría? ¿Será eso, de veras, posible?...

 

Otro caso similar está por ocurrir en Chile, aunque con diferente índole; allí, la mayoría de los miembros de la actual Constituyente (que representa a ese gran descontento, que solo hace pocos meses se volcó a las calles para exigir profundos cambios en la institucionalidad del país andino), ha entregado su texto final para presentarlo a referendo. Todo parecería indicar que ese mismo texto, que se inspira en promover un documento “garantista” que proteja las nuevas tendencias y potencie las libertades, pudiera no haber satisfecho la expectativa de la mayoría de los ciudadanos. Al final, ¿qué se terminará imponiendo?, ¿prevalecerán los nuevos derechos o se impulsará un nuevo proceso? No se descarta que la nueva Carta Magna no logre la aprobación correspondiente.

 

Cómo proceder entonces, ¿con actos radicales?, ¿o, propiciando pluralidad y tolerancia? ¿Será posible utilizar bastante de lo uno con el complemento de un poco de lo otro? Quizá se deba actuar como en nuestras familias, como cuando se hace imposible ser totalmente justo y equitativo con los hijos, cuando ellos exhiben distintas necesidades o aspiraciones, diversos gustos o preferencias, variadas capacidades o expectativas… Cuando también nosotros, como padres, no sabemos discriminar plenamente lo principal de lo adjetivo, lo accesorio de lo esencial…

 

Al revisar las notas referentes a Berlin en la Enciclopedia de Filosofía de Stanford, advierto la distinción entre ciencias (término que Berlin evitaba por su relación con las matemáticas y la ingeniería) culturales o humanas –como historia, filosofía y derecho– y otras ciencias sociales –antropología, economía, sociología–, tema que parece que fue muy controvertido en la Alemania el siglo XIX. Berlin optó por el vocablo “humanidades” que se traduce en alemán como “Geisteswissenschaften” (significa “las artes”). Esto me ha llevado a meditar en la expresión “artes liberales”, utilizada por Martianus Capella, en la Edad Media, para designar las materias impartidas en las universidades: con el Trivio (del latín Trivium) y el Cuadrivio (Cuadrivium). El primero lidiaba con las materias del lenguaje: gramática, dialéctica y retórica; el otro, con las relacionadas con las matemáticas: aritmética, geometría, astronomía y música. Esto quizá dio origen al título de BA (Bachellor of Arts), la Licenciatura en Humanidades.  


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