04 octubre 2022

Los Chillos y su vía crucis

“Basta con hablar del presente en pretérito imperfecto o indefinido, como si ya hubiera pasado y fuera historia, para ver con más nitidez nuestras imbecilidades, nuestra irracionalidad y nuestras abrumadoras contradicciones”. Javier Marías (QEPD), El País Semanal.

De niño yo confundía las berenjenas con las alcachofas y aunque las primeras no preparaban en casa, poco a poco les fui asignando preferencia. Me gustan las gratinadas o las que son parte de recetas como el ratatouille, o esa especie de pasta que es el riquísimo “baba ganoush” árabe. Lo que no sé es por qué somos tan ingratos con la berenjena y usamos un término despectivo cuando queremos referirnos a algo enmarañado y caótico, o que implica embrollo, trajín y confusión, y sin pensar lo apodamos de “berenjenal”. Más injusto todavía, porque si observamos cualquier sembrío de berenjenas, es todo menos algo enredado o desordenado.

 

Y eso es lo que es hoy el tránsito en el Valle de los Chillos, donde se vienen ejecutando varios trabajos sin la coordinación adecuada y debida. Así, coincidiendo con el desborde de un afluente del río San Pedro, que interrumpió la E–35, se había iniciado en forma simultánea la repavimentación de la vía que conecta al redondel del Colibrí con el Centro Comercial San Luis; trayecto que no puede exceder de tres kilómetros y que, sin embargo, ha tomado más de seis meses su conclusión. Pero ahí no ha terminado el suplicio: se ha decidido continuar con similares tareas y se han prolongado las obras hasta la autopista Rumiñahui. Para colmo, el municipio Metropolitano ha iniciado en forma simultánea el asfaltado de una ruta alterna que conecta al Tingo con San Rafael…

 

Soy un profano en estos temas, no soy especialista en tránsito, pero estoy persuadido de que no es justo que las obras no se ejecuten sin planificación previa, sin coordinación entre las diferentes entidades –o municipios–, sin establecer ni preparar vías alternas y, sobre todo, sin comunicar, instruir y prevenir adecuadamente a los moradores. Tampoco a nadie se le ha ocurrido intentar otras opciones para agilizar los trabajos (labores nocturnas, cuadrillas dobles, etc.), ni se ha considerado el impacto que están produciendo estas obras a los negocios vecinos. Todo se ha convertido en un verdadero relajo, con los problemas y riesgos correspondientes; en suma: en un tortuoso y entreverado berenjenal ¡Vivimos entre la improvisación, el despropósito y las malas decisiones!

 

No hay que ser técnico ni especialista, solo hace falta ver lo que luce evidente y advertir que a más de imprevisión se realizan obras sin aplicar el sentido común. Es necesario, por lo mismo, alzar la voz y reclamar por la mala gestión en la ejecución de estos trabajos, que obviamente producen innecesaria inquietud y malestar entre los usuarios.

 

Treinta años atrás tuve la oportunidad de colaborar con el Municipio de Quito. Preocupado por los problemas que se iban presentando con el crecimiento de la ciudad, aproveché de mi actividad profesional y fui, de mi propia cuenta, a visitar el cabildo de Baltimore donde me facilitaron un sinnúmero de textos relacionados con planificación urbana. Ello fue para mí todo un descubrimiento; pude advertir que nada había que inventar en tránsito ni en vialidad: todo estaba normalizado y estandarizado: el ancho de las vías, el diseño de las redondeles, el alto y ancho de las aceras, la ubicación y funcionamiento de los semáforos, la señalética correspondiente, etc., etc.

 

Es penoso insinuarlo pero los contribuyentes tenemos la impresión de que los trabajos no se realizan por necesarios, sino obedeciendo a una agenda política que lleva a las autoridades a ejecutar obras en base a justificar sus elecciones previas. Vivo en una parroquia aledaña a Rumiñahui (Alangasí) pero avecinada a San Rafael, parroquia muy poco atendida porque “no es de aquí ni de allá”, está en medio de un limbo administrativo y nadie sabe a quien debe dirigir sus reclamos (¡es que, quién los va a atender!), o a quién presentar sus sencillas sugerencias.

 

Hace solo cincuenta años tanto Los Chillos como Tumbaco eran zonas constituidas por residencias vacacionales. Producido el rápido crecimiento de la capital y su expansión hacia los valles, las quintas y pequeñas haciendas se fueron urbanizando sin un plan regulador. De pronto, todo el sector se fue convirtiendo en áreas residenciales sin la estructura vial correspondiente. Pasado el tiempo, nada es más tortuoso que movilizarse en las horas de congestión; nadie avizoró la posibilidad de una desgracia natural o de un incendio incontrolable. En caso de contingencia lo que va a ocurrir es la ley del más vivo. O, quién sabe, la del “¡sálvese quien pueda!”.


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