02 octubre 2022

Ahí viene la “a” (o, la “o”)

Leí hace poco un simpático artículo de Martín Caparrós que suscitó toda una serie de insólitas reacciones. Él es argentino, pero vive en España, y comentaba que le resultaba confuso que ahí en España se llame médico tanto a los varones como a las mujeres. Deduje, por un atisbo de ironía que tenía el párrafo inicial, que en Argentina no hay problema al aspecto: a los varones se les dice médicos y a las mujeres médicas. En nuestro país pasa algo similar a lo que parece suceder en España y buena parte de la gente sale al paso llamando a estas profesionales de “doctoras”.

 

Yo también he transitado por ese dilema: no termino por acostumbrarme a llamarles médicas; me sigue pareciendo que médicas son la ciencia, la prescripción, la atención, la industria. Pero no me acostumbro, sea porque así lo escuché desde niño o porque antes ellas, las mujeres médicas, eran todavía muy escasas. Entonces, no parecía incorrecto usar el masculino, del mismo modo que existían otros oficios que usaban un género neutro. Eso de “la médico” no terminaba en “a” aunque no parecía implicar una designación que tuviera carácter masculino.

 

Creo que lo opuesto también sucede: que a los varones de algunos oficios o actividades se los designa con nombres que no terminan en “o”. Ahí tienen astronauta, taxista, malabarista, artista, guardia, futbolista, violinista o policía, por ejemplo. En la misma actividad médica no se utilizan palabras terminadas en “o” para el pediatra, el geriatra o el laboratorista. Nadie espera que, porque son varones, no haya que decirles obstetra, masajista o periodista”.

 

Quizás esto tiene que ver con la forma como se fue construyendo nuestro idioma; no creo que se diga malabarista porque “en el principio” solo hubo malabaristas mujeres. Es decir, no existió una predisposición específica para terminar la designación de ciertos oficios en “a” o en “o”. Esto no quita que, con el paso del tiempo, esa modalidad pudo haber sido influenciada por una nueva costumbre; tampoco que pudo haber oficios exclusivos de un solo sexo, hasta que fue aceptado o necesario diferenciar a los del otro. Antes, por ejemplo, no había un número considerable de mujeres piloto; y siempre se ha dicho “la piloto”, nunca “la pilota”. Tampoco se nos ocurriría algo aún más feo: decir “la comandanta”… (asunto que incluso ameritaría otro tipo de comentario)

 

Dicen los que saben un poco más de estas cosas, que hubo una edad feliz cuando este tipo de asuntos a nadie importaba; hoy hay gente que quiere llamar la atención cada vez con un nuevo disparate, se han inventado piruetas que maltratan el idioma como aquello del leguaje inclusivo, la paridad de género, lo políticamente correcto u otras necedades parecidas. Lo propio acontece con eso de los “ministros y ministras”... Antes vivíamos más felices y sin dejar que estas estupideces nos afectaran con sus ridículos complejos; simplemente seguíamos reglas gramaticales y sabíamos que la Academia recomendaba economía y simplificación en el uso de la lengua.

 

Hace un par de generaciones solo había modistas. Si era varón, se le decía  “sastre diseñador”; pero hoy hay “modistos”, y me parece bien. O no había “peluqueros de señoras”, los varones cortaban a los varones y las mujeres a las mujeres; hoy sí existen y no ha pasado nada; todos tan felices. Todo es cuestión de costumbres. Antes se decía capitán luego –con el advenimiento del jet o de los vuelos internacionales– empezó a usarse el término comandante. Así se conocía al capitán de una aeronave de gran tamaño. Hubiese sonado ridículo llamar comandante al piloto de una avioneta de dos asientos (se lo hubiera hecho al precio de provocar una disimulada sonrisa).

 

Un día en la tienda “Sorrens” de Nueva York, lugar donde compraba la gente de aviación, departí con un tripulante argentino. Me comentó que era “comisario de abordo”, expresión que jamás había escuchado. Le pregunté si había dicho “comodoro”. “No –me dijo– solo comisario. En mi país llamamos así a los supervisores de cabina"… Las palabras cambian con el tiempo; pero es la sociedad la que va cambiando las palabras; no son las palabras las que cambian la sociedad. Quizá el problema lo estemos creando nosotros, y todo por puro prurito seudo–político. Tengo una nuera pediatra; aún si fuera yerno, no haría falta cambiarle de género y ponerle una “o” para definir su oficio.


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